El médico de cabecera, ahora llamado de atención primaria, es una de esas personas imprescindibles en mi vida. En mi Centro de Salud, pegado al Ayuntamiento de Alicante, me encuentro con la sorpresa de que me lo han cambiado sin avisar.

Debería haber recibido, dicen, una carta de Sanidad en mi buzón. Pero siendo propietario desde hace 25 años de una vivienda sita a cien metros de la central de Correos de la plaza de Gabriel Miró, la excusa no cuela.

Es más, yo rogaría que por pura cortesía fuese el médico quien enviase una misiva personal de despedida. En qué mundo vivimos. Me informan los celadores que su sustituta ni siquiera lo es: le han prorrateado los pacientes de todos los compañeros para bajar los cupos más que saturados. El desastre viene de antes de la pandemia.

A todo esto, buena parte de los estudiantes de Medicina declaran a cara descubierta que están deseando graduarse para buscar trabajo fuera de España, donde los sueldos son mucho más altos. Qué desagradecidos, pienso. Pueden ejercer la profesión más vocacional, y ellos pensando en el dinero.

Los hay ingenuos: creen que abriendo otra Facultad de Medicina en nuestra provincia se aliviarán los problemas sanitarios. Aunque ‘ingenuos’ no es la palabra más adecuada. Hay demasiados intereses en juego.

Mientras tanto, una ciudad de la solera de Villena, capital del Alto Vinalopó, mi comarca y la de la exconsellera Ana Barceló, todavía carece de Hospital. No hablamos de la España vaciada, sino de la superpoblada. Los políticos ni siquiera plantean ponerlo en marcha. Ni por la dignidad de la zona, ni por descargar los centros sanitarios contiguos, más que colapsados. Qué triste es reconocer que la sanidad pública sigue su cuesta abajo.