Dejarse hacer
Me pregunto si hubo un momento en el que las noticias servían para entender el mundo o si su única utilidad fue siempre la de que lo aceptáramos tal como era. En todo caso, la prensa en general, con los telediarios a la cabeza, ha devenido en una especie de tienda de chuches, repleta de colores y sabores, en la que cada uno elige lo que le gusta o lo que le disgusta, lo que le da la razón o se la quita, lo que le ayuda a odiar o amar, lo que le pone mal cuerpo con frecuencia. Tienes, por ejemplo, lo de Vargas Llosa y la Preysler por el mismo precio que la muerte de Pelé o las víctimas de la violencia machista. Tienes a Froilán, tienes la guerra de Ucrania, tienes a Cuca Gamarra y a la ministra de Defensa y a Feijóo y a Sánchez. Tienes el covid chino y la viruela del mono y hasta inflación yacente y subyacente, si te interesa lo económico.
Cachitos de esto y de lo otro, fragmentos de la existencia global con los que puedes mantener una conversación en la oficina o en el bar. Una conversación indignada o tranquila, de acuerdo con tu temperamento o con los gramos del ansiolítico que hayas ingerido al levantarte. Pero no una conversación que te ayude a comprender el mundo porque el mundo se ha convertido en un lugar inabarcable, intraducible, irrepresentable. No puedes posicionarte ideológicamente (ni siquiera sentimentalmente) frente a él. Así que ya sabes: sitúate frente al embarazo de Cristina Pedroche y su marido, el cocinero mohicano, sitúate frente la rebaja del IVA, frente a los 200 euros de ayuda a las familias necesitadas, etc. y, tal vez, frente una pregunta de carácter personal:
-¿Dónde alquilan sillas de ruedas, que mi madre se ha roto la cadera?
Con esta dispersión de datos (jamás de información articulada) no hay forma de construirse una visión de mundo (una Weltanchauung, que diría un filósofo alemán). Significa que, aunque creas lo contrario, no eres tú el que tomas posiciones frente al mundo, sino el mundo el que las toma frente a ti. Eso es lo que hacen los telediarios cuando te miran: se colocan y, al tiempo de colocarse, te colocan, también en el sentido estupefaciente del término. Quiere decirse que nos hacemos la ilusión de actuar cuando en realidad somos actuados.
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