Tiene que llover

Firmeza en el desconsuelo

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Ocurrió en Mislata durante el arranque del pasado año. El castillo hinchable de la feria salió disparado y con él un racimo angelical de criaturas. El impacto se llevó para los restos los latidos de Cayetana de ocho años y de Vera con tan solo cuatro. Los padres de esta última han saltado para ver si de una vez por todas es posible que se tomen las medidas adecuadas. Las que están estipuladas en el espacio avanzado al que pertenecemos y no se dejan estas atracciones al arbitrio de quienes hacen volar la codicia a una velocidad por encima de la de los cacharros. En este caso el de la sujeción de un invento cuya consistencia no puede ser sino el primer mandamiento para su apertura.

   Todo conduce a indicar que no lo fue. Los sufridores que han quedado huérfanos la describen como un manantial de chapuzas con «cuerdas y cintas desgastadas sujetas a un árbol, un banco y una farola». Y que el artefacto de marras estaba plantado en el peor sitio posible, el más abierto y desnudo ante las ráfagas de viento amenazadoras previstas con la antelación correspondiente. Produce estupor, se abren las carnes. La instrucción ya detectó desde el primer momento síntomas de sospechosa dejadez. Pero ese primer momento se eterniza y el cúmulo de preguntas sin respuestas aumenta el dolor. Ni determinados casos donde el impacto producido representa una tortura diaria corren mejor suerte que el repertorio de sumarios que recorre su rumbo al ralentí. Suma y sigue un curso judicial tras otro, a bordo de una epidemia mortal de necesidad contra la que no hay manera a lo que se ve de obtener vacuna efectiva.

   Quienes claman para que nada de esto se repita también han echado en falta que el ayuntamiento indagara con decisión en la dirección que debía. Señalan que no han recibido ni un mínimo de calorcito. De ser así tiene bemoles. No hay más que imaginarse lo que habrán sentido en estos días las familias afectadas cuando a lo que ha dejado paso los regalos a las niñas es a un ardiente vacío. Las muñecas eran ellas.