Tiene que llover

Un enredo infumable

Cientos de personas claman en València contra el primer fallo de la Manada de Pamplona.

Cientos de personas claman en València contra el primer fallo de la Manada de Pamplona. / KAI FÖRSTERLING

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Atravieso la ciudad. Voy resguardado. La mañana es escarcha y no hay tregua en la emisora. La porfía sobre la «ley del sí es sí» congela el aliento y la aplicación de la reducción de penas ha trastocado el avance que trae consigo no cruzar la línea del consentimiento. Quienes apuestan porque aquellos demonios que andan sueltos sean las verdaderas dianas para desenmascarar el eje del mal en cualquiera de los múltiples asaltos a la intimidad se han enredado, han agrandado las distancias y frenado lazos de entendimiento alimentando así pérfidas sonrisas de quienes estiman que tampoco es para tanto.

El trance se torna helador. La resistencia permanece enfrente con sus fauces siempre dispuestas. Me rasga la memoria el magistrado autor del voto particular del tribunal de La Manada, a cuyo juicio se trataba de un «ambiente de jolgorio» en el que exponía no ver «oposición, rechazo, disgusto, dolor o miedo» y podían escucharse sonidos de placer por parte de la víctima «lo que me sugieren sus gestos, expresiones y los sonidos que emite es excitación sexual». Venimos de donde venimos y seguimos estando donde estamos. No hay dios que entienda que la mujer no reciba en estos procesos el amparo pertinente, el de cualquier mente alineada en condiciones ya sea de la magistratura, de la parte gobernante en tareas legislativas, de la opositora, de ideologías varias y de todo el cuerpo social que haga falta.

Escucho a las ministras comprometidas en el impulso necesario y jode comprobar que se enzarcen en tacticismos, conocedoras de que solo un tanto por ciento ínfimo de afectadas denuncia y que, cuanto más ruido, menor confianza aún. Me inclino por refugiarme en un dial musical en el que me acoge una melodía reconocible de los ochenta: «En algún lugar de un gran país/olvidaron construir un hogar donde no queme el sol/y al nacer no haya que morir/Un silbido cruza/y se ve un jinete que se marcha con el viento/mientras grita que no va a volver». Hasta que entren en razón, me quedo con Ducan Dhu.