Ciudad marca blanca

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Para mí sería una definición muy acertada de Alicante: una ciudad marca blanca. Desposeída de cualquier tipo de personalidad, poblada por gente de aluvión, urbanísticamente caótica, y donde tras la fachada litoral que aparece en las postales se esconde una urbe que crece exponencialmente con enormes desigualdades sociales.

De todo esto se habló largo y tendido en la Sede de la UA en las jornadas ‘La ciudad dual’, cuyas tres sesiones se quedaron cortas para acoger tantas intervenciones interesantes. Abrió el fuego con brillantez Kike Romá Romero, de la Plataforma contra la Pobreza, con una exposición que no dejó títere con cabeza. Con semejante comienzo en punta, no fue difícil que los siguientes participantes continuasen la línea crítica. Pasaron portavoces de numerosas asociaciones vecinales alicantinas. Los datos, las anécdotas y el historial vividos por algunos de sus representantes, como los del litoral sur, que intervinieron la última jornada, fueron impactantes.

Roto el hielo, en el salón de actos de la calle San Fernando (¡el que fue sancta santorum de la Caja del Sureste y de la CAM!) se escucharon quejas de toda condición, con el denominador común del retraso de décadas que acumula cualquier iniciativa en esta ciudad: la retirada de los graneles de la costa, el parque central o las vías de tren de la playa de San Gabriel.

Escuchando la virulencia de las intervenciones y el número de asociaciones representadas cualquiera diría que el resultado de las municipales del 28 de mayo está cantado. Un Ayuntamiento que gobierna contra el pueblo, aseguraban, no puede seguir un día más en la poltrona. Olvidaban en su fervor que Alicante, cada año que pasa más, es una ciudad marca blanca: tan acrítica como desmovilizada.