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Tomás Mayoral

El coche eléctrico y la mano de Adam Smith

El coche eléctrico y la mano de Adam SmithALEX DOMINGUEZ

No hay reconversión industrial sin víctimas. El padre del liberalismo económico, Adam Smith,  afirmaría que su famosa “mano invisible”, esa que se inventó para explicar por qué la búsqueda del lucro personal acaba beneficiando a la sociedad, se encarga aquí también de dar los pases mágicos y convertir la desgracia individual en beneficio colectivo. Pero la desgracia individual está ahí, como el famoso elefante de la habitación. Un día eres necesario y eso te permite vivir y pagar las facturas y al día siguiente tus habilidades se han quedado obsoletas y no valen nada. En estas se encuentran más de mil talleres de automóviles de la provincia, que ven cómo su negocio entra en serio peligro de extinción por la irrupción del vehículo eléctrico. El discurso simplón y tabernario dirá que quien arregla un coche, arregla todos, como si el refrán del cesto fuera de axiomática aplicación cuando hablamos de vehículos de tracción mecánica. En los talleres saben bien que un coche eléctrico es, en muchos casos, un primo bastante lejano del convencional. Al final, Smith (el de la economía, aunque en tantas cosas se parezca al personaje secundario de Matrix) tendría razón en que sin esas reconversiones sería impensable el progreso. Pensemos en ese ejemplo tan propio de las escuelas de MBA en torno al auge y caída del negocio del hielo a principios del siglo pasado, cuando, tras inventarse los sistemas de refrigeración, esas potentes empresas que vendían bloques de agua helada no supieron adaptarse al no darse cuenta de que su negocio no era el hielo, sino el frío. El caso es que los datos, también helados, dicen que de los 1.100 talleres actuales en la provincia, que dan empleo a 4.000 personas, casi la mitad están en trance de desaparecer a medida que el coche eléctrico siga avanzando. La implantación de las zonas de bajas emisiones, algo que llegará por mucho que aquí nuestros ayuntamientos estén haciéndose los remolones, será el empujón definitivo. Es un caso típico de aquello que Smith anatemizaba, la intervención del Estado. Hace falta que los poderes públicos ayuden para que haya una reconversión ordenada que permita modernizar los talleres, reciclar y formar al personal y crear nuevo empleo. La mano de Smith sola jamás haría esto.

Y una cosa más: 

Las leyes además de justas deben ser posibles. O deben buscar cómo las administraciones públicas pueden conseguir hacer posible lo que es justo porque es ley. A priori, es justo y necesario, y así lo refleja la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), que los 1.500 docentes que llevan acumulando, en muchos casos, contrato temporal tras contrato temporal durante años en la UA y la UMH sin que su situación se regularice, sean contratados como fijos. Justísimo, indudablemente, cuando nos cuentan que el 40% del profesorado universitario español está en esa situación de precariedad. Pero la LOSU dice lo que hay que hacer, no cómo hacerlo. Simplemente indica que el responsable de la financiación universitaria, la Generalitat en este caso, debe financiar el incremento que supone la contratación en calidad de fijos de los profesores. Tampoco dice que arreglando un problema se crea otro. Con la LOSU, las Universidades, lejos de resolver su compleja situación de personal, verán sus problemas aumentados en este apartado, al precarizarse aún más a los nuevos “fijos”. No era fácil arreglar el entuerto, pero en este caso se demuestra que las soluciones de un plumazo pueden complicar más que resolver los problemas complejos.

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