Tribuna

Esto va de armas… es decir, de palabras

Jornada electoral en una imagen de archivo.

Jornada electoral en una imagen de archivo. / EP

Darío Martínez Montesinos

Darío Martínez Montesinos

«En todas partes, la escuela ha sido el alma ideológica de la revolución». Con estas palabras, nuestro vecino de Callosa d’en Sarrià, el pedagogo Rodolfo Llopis, nombrado director general de Enseñanza Primaria al poco de proclamarse la II República, quería dejar claro que cualquier intento serio por transformar la realidad del país pasaba por un cambio del sistema educativo. «Quería decirles algo que es la primera vez que digo en una tribuna pública -dijo en la Asamblea de Madrid Luis Peral, consejero de Educación en tiempos de Esperanza Aguirre-: En las elecciones municipales de 2007, en los municipios de la Comunidad de Madrid donde se celebraron concursos de suelo público para construir nuevos centros concertados, el PP incrementó sus votos». Con esto, el consejero quería decir que se obtenía en las urnas la recompensa por dar respuesta a una demanda social y legítima, la libertad de elección de centro y de modelo educativo por parte de las familias.

La educación más que alma ideológica, legítima y connatural a cualquier sociedad como transmisora de valores y principios compartidos en un Estado de Derecho, se ha convertido en España en un arma ideológica, trasmisora de una visión y unos valores, en la mayoría de los casos, partidistas, no compartidos. El resultado, la imposibilidad de alcanzar un pacto de Estado en educación para, a partir de esos valores y principios compartidos, dar estabilidad y certidumbre a las reformas educativas, al tiempo que las comunidades autónomas, dependiendo del signo político, juegan a boicotear y subvertir estas reformas, desvirtuando y pervirtiendo la maquinaria democrática. El resultado está claro: ineficacia de la norma, incertidumbre, deslegitimación, volatilidad, escepticismo, incredulidad, y todo aquello relacionado más con el estado líquido y gaseoso que con el sólido. Es decir, las condiciones perfectas para el cultivo de posicionamientos maniqueos, radicales, oportunistas y demás parásitos que se alimentan y crecen en la desafección, la desilusión y el descrédito del sistema.

El cómo hemos llegado hasta aquí, es algo complejo que requiere de un análisis que no pretendo ahora y del que tampoco sé si sería capaz. Si hay algo de hispánico en todo esto, muchas veces me lo pregunto, especialmente cuando veo llegar a Bruselas a nuestros compatriotas con la noble misión de desacreditar al Gobierno de turno, es decir, de desacreditarnos a todos, prestos a montar sin pudor alguno una escenita pornográfica de las miserias nacionales con la miópica misión de que papá Europa nos llame la atención por un puñado de votos, sin que a nadie importen las graves secuelas sobre la imagen de eso que llaman España, sin medir el perjuicio que se genera sobre el proyecto europeo, al trasladar aquí la manipulación espuria de las instituciones. Pan para hoy. Definitivamente, hay algo de hispánico.

El futuro es siempre incierto, tanto como los programas electorales. El pasado, en cambio, es mucho más certero. Por eso, creo que, cuando llegan las elecciones, conviene siempre recordar más que especular. Por mucho que quiera no puedo olvidar que, durante los días de vino y rosas que vivió la Comunidad Valenciana, la de las grandes obras faraónicas como el Palacio de las Artes, la Ciudad de la Luz, o la Fórmula 1, se condenó a miles de valencianos a estudiar en barracones, además de forma fraudulenta, y se llevó a cabo, imitando el modelo madrileño, una privatización del sistema público de educación que se tradujo no solo en un apoyo incondicional a la enseñanza privada a través del concierto educativo, lo que es legítimo, sino, lo que resulta política y socialmente incomprensible, un ataque frontal a la enseñanza pública, una política de confrontación entre los nuestros frente a los otros con graves consecuencias para la igualdad de oportunidades y la integración. El hecho de que la Conselleria de Educación recayera en personas ajenas al mundo educativo y se utilizara para incorporar al Consell a miembros del partido con criterios únicamente partidistas, hizo saltar definitivamente por los aires los anclajes de la conselleria con la realidad y el diálogo.

Frente al rodillo de la mayoría absoluta, considero que la coalición política, en este caso, ha prevenido los excesos triunfalistas y el monólogo político, y personalmente me lleva a considerar más apropiada la fórmula compartida para la gestión de la política educativa antes que una conselleria monocolor y marcadamente personalista. ¡Riesgo atisbado en el horizonte! El camino hasta aquí, después de la herencia recibida y tras la situación pandémica, ha sido difícil, pero dignamente abordada, con diálogo multidireccional, a excepción de la política lingüística, sin graves sectarismos o enajenaciones, base para cualquier política educativa que pretenda ser alma y no arma.