Las burlas duelen en el corazón

Un niño pinta en su mano ’stop bullying’.

Un niño pinta en su mano ’stop bullying’. / José Luis Roca

Mari Carmen Díez Navarro

Mari Carmen Díez Navarro

Durante años he tenido ocasión de ver el tanteo que realizan los niños acercándose y apartándose unos de otros hasta ir encontrando su lugar y su manera particular de entrar en relación. Buscan un lugar con identidad propia, con derecho al respeto del exterior y con libertad, tanto para estar con otros, como para estar solos.

Eso sí, en los comienzos les hace falta un poco de ayuda, alguien que les guíe en el control de sus impulsos y que les haga entender la necesidad de las normas para regular las relaciones. Es lo que Piaget llamaba «la moral heterónoma», que pasa por el acompañamiento de otro y que requerirá tiempo y madurez hasta llegar a gozar de cierta autonomía.

Asumir la ley que se les propone dará seguridad a los niños, pero también hará falta, imprescindiblemente, una construcción personal, a través de un largo recorrido de pruebas que dará acceso a una moral autónoma, que es la que ha de guiarlos en su vida de relación. Y para esta construcción-constitución de la moral se requerirá todo un aprendizaje. Lograr esa distancia semióptima, siempre inacabada, ese equilibrio inestable, esa aceptación de las dudas y del cambio incesante, será costoso y precisará de nuestra compañía, nuestra tolerancia, nuestro freno y nuestros buenos deseos.

Yo encuentro tan agradable el paso de ser uno a formar parte de un grupo, que, como maestra, en estas tesituras, nunca me ha importado tener que hacer mil y un papeles: de árbitro, de dique contenedor, de soporte, de cómplice, de testigo... En ocasiones daba pistas a mis alumnos explicando cómo hacía yo para acercarme a un niño o un grupo que me interesaban. Otras veces explicaba cómo me sentía cuando se burlaban de mí. De tanto en tanto moderaba debates para clarificar las normas de relación que el grupo empezaba a acordar. Y con frecuencia, tenía que ejercer papeles de control, o procurar que circulara lo más libremente posible la palabra, que era lo que posibilitaba gestionar los acuerdos cuando había un conflicto. En general observaba, escuchaba, acompañaba y disfrutaba al ver un grupo en marcha. Con sus cambios, sus ritmos, su complejidad, sus encuentros y sus desencuentros.

En los primeros años hay acontecimientos afectivos y relacionales que inquietan a los niños, que les asustan, les alteran o les hacen sufrir. Entrar en relación con otros no es un hecho que se dé automáticamente, hay que observar lo que ocurre alrededor, hay que conocerse un poco, hay que atreverse a decir lo que uno desea, lo que no soporta, lo que le da placer, o pesar. Y eso no es tan fácil. Buscar estrategias para gestionar los conflictos, para animarse a decir que no, para oponerse sin atacar, para controlar los impulsos agresivos, para encajar una burla, o un desprecio, requerirá un esfuerzo que se inicia, precisamente, en el tiempo de comenzar la socialización.

En una ocasión conversamos en mi clase sobre las burlas y otros ataques.

-He visto que algunos de vosotros os burláis de otros y eso no me gusta. El otro día Tomás y Vicente se burlaron de David y él lloró. Vamos a hablarlo a ver si conseguimos mejorar las cosas. (Maestra)

-Sí, Tomás decía que David tenía cara de huevo y que tenía un moco pegado. (Luis)

-¿Y eso por qué lo dices, Tomás? ¿Para hacerte el gracioso? Ya ves que, al oírte, se puso muy triste. (Maestra)

-Era broma. (Tomás)

-No es broma y lo sabes, de esto se ha hablado otras veces. (Maestra)

-Si se burla uno de un amigo, se le irá el amigo. Las burlas duelen en el corazón. (Dani)

-Podíamos hacer un cartel para acordarnos de esto. O mejor dos: uno en la clase y otro en el patio. (Manolo)

-O una pulsera y se la ponemos al que se burle. (Dani)

-¿Y qué pondría la pulsera? (Maestra)

- «No se puede burlar, porque nos sentiríamos mal». (Manolo)

-Yo sé que si se burlan de ti, lo mejor es no hacer caso. Pero también sé que hay que aprender a defenderse y yo aún no sé. (Pili)

-¿Alguna vez se han burlado de vosotros? (Maestra)

-Sí, a mí una niña vecina me dijo tonto en el parque. (Manolo)

-Hilda me dijo que era pequeña y soy baja, pero no pequeña. (Estel)

-A mí Ana me dice tonta y no me gusta, aunque sea mentira. (Pili)

-También te decía gorda. (Blanca)

-O sea, que las burlas duelen, sean mentira o verdad. (Maestra)

-A mí Miguel me dice que dibujo mal. (Tomás)

-Tomás y Vicente se burlan de David por ser lento. (Pedro)

-Yo sé cómo es ese sentimiento, en mi colegio se reían de mí por ser baja. Me llamaban «La Ratita» y yo lloraba. (Maestra)

-Además de las burlas, aquí pasa otra cosa, que Vivi pega sin hacerle nadie nada. Estamos hablando y, de pronto, nos pega. (Blanca)

-¿Por qué haces eso, Vivi? (Maestra)

-No lo sé. (Vivi)

-¿Y cómo pasa? (Maestra)

-Es cuando nos cambiamos de sitio para jugar en el patio. (Blanca)

-A ver si es porque os vais corriendo y no puede alcanzaros. Ella no corre deprisa y quizás eso le da rabia. (Maestra)

-Sí, es que creo que me dejáis sola a cosa hecha y me enfado. (Vivi)

-Eso se comprende, pero tienes que arreglar las cosas hablando y no pegando. Hay que aprender a estar con los demás en paz. Y si algo no nos gusta, tenemos que hablarlo para buscar alguna solución. (Maestra)

Hablar de los conflictos que se van dando en la vida de relación es el camino más efectivo para poder entendernos y entender a los demás. El contexto es conocido y nos ayuda, las explicaciones de los demás nos van situando, los sentimientos nos envuelven y dan sentido a las acciones, las palabras de los adultos nos orientan. Acumular experiencias relacionales en compañía va conformando un entramado moral que permitirá a los niños ser autónomos. Démosles tiempo, escucha y oportunidades.