Kitty Genovese en nuestras ciudades

Kitty Genovese en nuestras ciudades

Kitty Genovese en nuestras ciudades / INFORMACIÓN

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

Los árboles no pueden impedir que veamos el bosque que tenemos delante de nuestros ojos. Mientras seguimos enzarzados en analizar el impacto de lo sucedido tras las pasadas elecciones autonómicas y municipales, en medio de la inminente convocatoria de elecciones generales de julio, no podemos dejar de reflexionar, a su vez, sobre la manera de mejorar nuestras vidas y nuestra convivencia. Porque la política no va, únicamente, de políticos y de sus partidos, por relevantes que éstos sean y como a veces puede parecer, sino especialmente de las propuestas, medios e instrumentos para hacer entre todos que la sociedad avance y los ciudadanos puedan disfrutar de una mejor vida.

Lo explicó hace ya tiempo, allá por el año 431 a.C. en su discurso fúnebre Pericles en el cementerio del cerámico en Atenas, como recogió el historiador Tucídides, en uno de los más altos testimonios de cultura y civismo que nos haya dejado la antigüedad. En este discurso, se señalaba: “Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.”

Sin embargo, hay una tendencia creciente, alimentada en no pocas ocasiones por numerosos responsables políticos, de alejar a las personas de su implicación y participación sobre los asuntos públicos, especialmente en las ciudades y barrios donde se vive y convive. Lo hemos visto en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, en las que la pedagogía de la participación ciudadana ni siquiera ha sido mencionada por muchos de quienes gobernarán esas instituciones en los próximos años, despreciando y aborreciendo en profundidad cualquier atisbo de ello.

En marzo de 1964, Catherine Susan Genovese, conocida como Kitty Genovese, llegaba a su casa del trabajo, aparcando su coche frente a la entrada del edificio de apartamentos donde vivía en Nueva York. Cuando se encaminada hacia el portal, una persona se abalanzó sobre ella, apuñalándola dos veces por la espalda, mientras Genovese lanzaba gritos de socorro que fueron escuchados por los vecinos. Uno de ellos gritó al atacante que dejara en paz a la muchacha. El agresor huyó mientras la chica, malherida, se arrastró como pudo hacia su apartamento, quedando tendida en el suelo de la entrada. Pero a los diez minutos, el agresor regresó para volver a atacar violentamente a la muchacha y violarla, dejándola malherida y robando sus pertenencias. La agresión duró, al menos, media hora, tiempo en el que se sucedieron los gritos y chillidos de Genovese, quien trató de resistirse todo lo que pudo, como demostró posteriormente la autopsia. Pasado un buen rato, un vecino salió al vestíbulo y al ver a la chica ensangrentada y malherida en el suelo, llamó a la Policía, que tardó pocos minutos en acudir junto con una ambulancia, que llevó a la mujer al hospital, falleciendo en el camino.

Dos semanas después del asesinato, The New York Times publicó una investigación sobre el suceso que conmocionó al país, recogiendo cómo decenas de vecinos habían escuchado e incluso visto la agresión desde sus inicios, pero ninguno de ellos avisó a la Policía ni acudió en ayuda de Genovese. El incidente motivó numerosas investigaciones para tratar de interpretar el comportamiento pasivo de tantos vecinos ante la salvaje agresión, en lo que posteriormente la psicología social ha estudiado de manera empírica a través de numerosos estudios académicos, dando lugar a una amplia investigación sobre este tema.

Lo que se ha denominado como “efecto Kitty Genovese” hace referencia a la falta de compromiso y solidaridad ante situaciones conocidas por muchas personas, que exigen de una intervención urgente y una ayuda efectiva. Ante un acontecimiento trágico, como el que vivió Genovese, los muchos vecinos que escucharon los gritos de auxilio de la víctima pensaron que sería otro quien llamaría a la Policía y a los servicios de emergencia, eludiendo su compromiso e impidiendo así que la muchacha pudiera salvar su vida y fuera posible detener al agresor a tiempo.

Todo ello ha sido estudiado durante años por la psicología social a través del también llamado “efecto espectador”. Mediante modelos experimentales se ha concluido que en situaciones de emergencia, es más fácil la intervención y ayuda cuando son conocidas por personas individuales que cuando las conocen grupos, al suponer todas ellas que serán otros quienes actuarán, diluyendo las responsabilidades y evitando así compromisos individuales.

Algo parecido está sucediendo en muchas ciudades, donde nuestra pasividad colectiva está permitiendo que nuestros municipios sean maltratados desde hace lustros, avanzándose hacia modelos de ciudad cada vez más hostiles para las personas, donde se ha agredido y dañado su patrimonio histórico, abandonando sus espacios públicos en manos de los intereses privados, eliminando árboles y zonas verdes, de espaldas a la crisis ecosocial.

Naturalmente que todo ello es responsabilidad de los equipos de gobierno de nuestros ayuntamientos. Pero junto a su acción política decidida, faltan cada vez más el civismo, el compromiso y la implicación de los vecinos, que con nuestra pasividad e indiferencia, también permitimos que se consume el “efecto Kitty Genovese” sobre nuestras ciudades.