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Alicante y la guerra

Alicante, alma de puerto.

Alicante, alma de puerto. / INFORMACIÓN

Antonio Adsuar

Antonio Adsuar

Alicante siempre fue, es y será una ciudad comercial. Y el comercio como sabemos, cómplice lector, se opone a la guerra.

Cuando las batallas y la sangre copan la escena el intercambio, que necesita de paz y cordialidad, desaparece. La violencia anula la confianza, la serenidad que necesitan los acuerdos comerciales.

Nuestra capital del Benacantil ha sido durante los siglos antecedentes fundamentalmente dos cosas: castillo y puerto.

El castillo, la inalcanzable fortaleza de Santa Bárbara, es el baluarte que representa la importancia militar de Alicante. Controlar este punto estratégico de nuestra geografía es poseer Alicante.

Por este motivo, como veremos, todos han querido con el transcurrir de los siglos dominar este lugar álgido, esta promontorio clave desde el que se divisa toda la bahía alicantina y su huerta.

Por otro lado, Alicante se ha querido a sí misma puerto. Nuestra excelente dársena es el corazón comercial de la ciudad, su alma, su centro vital de intercambio de mercancías con el exterior a través de un mar que le da vida y sentido a la urbe.

Alicante, a mi modo de ver, ha luchado por centurias para ser menos castillo y más puerto. El poder, que nunca nos ha tratado muy bien, nos ha visto sobre todo como castillo, como plaza a controlar, como un punto militar más a dominar para asegurar la red de defensa del Estado.

Tratando de prosperar a pesar de la política, los alicantinos hemos intentado respirar y ser más libres, centrándonos más en los intercambios que permite la paz.

De todo lo aseverado hasta aquí se deduce de forma evidente una idea-fuerza fundamental: Alicante ama el trabajo y el libre comercio y odia la guerra, que produce dolor y colapso de la economía y el bienestar.

Expuesta ya la tesis principal del artículo de hoy quiero invitarte, apreciado lector, a que realicemos juntos un recorrido por las guerras que nuestro Alicante ha tenido que sufrir.

Compararemos las etapas donde la bronca militar tiñó imparable el panorama social con aquellos períodos en los que por suerte imperó la paz y la calma que tan bien nos sientan a los alicantinos.

Antes de ir detallando fechas y guerras concretas es pertinente recordar que ha habido a lo largo de la historia Estado comerciales y Estados que han basado su prosperidad en la guerra.

La República y el Imperio Romano, por ejemplo, basaron su avance y hegemonía en su superioridad militar. No obstante, conforme fue pasando el tiempo, encontramos en la Edad Moderna (1500-1800) cada vez más Estados que prefieren centrar sus afanes y buscar su felicidad en el comercio.

En las tierras de las monarquías hispánicas la vida social se centró desde muy antiguo en la guerra. Las diferentes potencias medievales cristinas, la Corona de Aragón, la de Castilla, Portugal, fueron creciendo y consolidándose identitaria y territorialmente a través de sus continuos guerreos con los musulmanes.

Este ímpetu militar lo heredó la monarquía de los Austrias que, desde la llegada al trono de las españas a principios del siglo XVI del emperador Carlos V, dedicó todos sus esfuerzos a tratar de forjar un dominio universal sobre todo Europa.

Nuestro Alicante se halló por lo tanto inserto en un contexto en que la monarquía hispánica de la que formaba parte apostaba sin dudar por vivir en modo guerrero.

Trató sin embargo la urbe del Benacantil de que la dejaran ser un poco puerto e intentó que el comercio fuera cada vez más importante para su ser ciudadano.

El crecimiento mercantil de la villa fue importante ya en el siglo XIV pero despegó fundamentalmente en el XV. La prosperidad que el intercambio pudo traer a Alicante fue reconocida por el rey Fernando el Católico, que le otorgó el título de ciudad en 1490.

Antes la urbe portuaria se había tenido que sobreponer a la muy dura guerra de los Dos Pedros (1356-69) que enfrentó a Castilla y a Aragón. Las dos principales potencias medievales hispánicas conquistaron y reconquistaron nuestro castillo, quemándolo todo en numerosas ocasiones.

La ciudad quedó incluso casi despoblada finales del siglo XIV. La política nos veía como castillo y no nos dejaba ser puerto.

¿Qué permitió que el panorama cambiara a mejor en el siglo XV, como ya anticipamos? El matrimonio de los Reyes Católicos en 1469 ayudó a calmar las relaciones entre la federal Corona de Aragón y la potente Castilla y trajo mucha más paz aunque no hubo una fusión de reinos.

Alicante, tierra de frontera entre los dos reinos, agradecía la calma y respiraba siendo más puerto, más libertad, más intercambio, más comercio amable.

De nuevo volvió a complicarse el panorama cuando estalló la muy importante revuelta de las Germanías en el Reino de Valencia (1519-23). Si bien en Alicante hubo partidarios tanto de los rebeldes agermanados como del rey Carlos V, la ciudad apostó más claramente por defender al monarca.

Tras la derrota de esta revolución ciudadana, Carlos V otorgó en 1524 en reconocimiento a la villa por su apoyo la capacidad para usar en su escudo el Toisón de oro, que aún luce en nuestros días en la imagen corporativa del ayuntamiento.

Alicante sufrió durante los siglos XVI y XVII demasiados ataques de los piratas berberiscos, que trataban de extraviarnos las riquezas de la huerta. Para defenderse de estas incursiones musulmanas se creó el sistema defensivo de las torres de la huerta, que se está poniendo en valor en estos últimos años de muy acertadas formas.

Durante estas centurias Alicante trató de centrarse en producir y comerciar. Poco a poco, atraídos por el creciente intercambio que tenía como punto clave del que todo partida nuestra increíble dársena natural, burgueses extranjeros se fueron asentando en la ciudad.

De esta forma muy relevantes familias foráneas, destacando las italianas, francesas e inglesas, fueron forjando entre nosotros dinastías que liderarían la ciudad en las centurias a venir.

Pero Alicante seguía atrayendo por desgracia las ansias bélicas, no todo era comercio y relax. En 1691 la flota francesa del Almirante d’Estrees bombardeó la ciudad, destruyendo por completo el antiguo ayuntamiento.

Tras su victoria en la guerra de Sucesión española (1701-1714) los Borbones se hicieron con el trono de España. Esta nueva dinastía trajo aires renovados, que en general sintonizaron con la querencia mercantil alicantina, fomentando la prosperidad de nuestra ciudad.

Aunque la llegada de Felipe V supuso la muy negativa supresión de los fueros y el final de nuestro querido Reino de Valencia, hubo una modernización administrativa indudable.

Llegó una fiscalidad más justa y una orientación del Estado hacia objetivos más comerciales. Quedaron atrás los belicosos austrias con sus sueños imperiales y se centró España más en el intercambio y en las necesarias reformas interiores.

¿El resultado de todo esto para Alicante?: el XVIII fue un centuria esplendorosa, posiblemente la mejor de la historia de la ciudad.

Vayamos acelerando cómplice lector, que ya me estoy alargando demasiado y se te calienta la bebida, lo puedo notar desde aquí.

El XIX arrancó de manera lamentable. En 1808 los franceses invadieron España. Aunque nunca conquistaron los galos Alicante, la guerra fue dura para todos y el comercio se resintió.

La victoria española en esta guerra de la Independencia permitió ir mejorando en esta centuria clave. Con la llegada al trono de Isabel II en 1833 el Estado se volvió decididamente liberal.

El poder volvía a situar su orientación en consonancia con la querencia comercial esencial de Alicante, el intercambio sería el centro de todo.

Aunque hubo que superar numerosas y tediosas guerras carlistas, la burguesía que lideraba España fue construyendo un mercado unificado y más eficaz.

En 1858 el primer tren que unía Madrid con una ciudad costera llegó a Alicante y la ciudad, que vio también potenciada su vitalidad con las sinergias ferrocaril-puerto, despegó definitivamente.

Atrás quedaban los siglos en que éramos básicamente un castillo codiciado por los belicosos políticos y su fueron derribando las murallas que encorsetaban el crecimiento de una ciudad cada vez más dinámica.

La prosperidad siguió presidiendo los inicios del siglo XX, trayendo un auge comercial y poblacional sobre todo en los años 1920-1930. La guerra civil de 1936 detuvo los años felices y la postguerra fue muy dura.

Franco cercenó la economía alicantina al impedir el comercio con el exterior hasta 1959, imponiendo una política autárquica que ahogaba especialmente una economía como la alicantina, que siempre miró más allá de nuestras fronteras.

Sin embargo todo cambió en esta fecha memorable de 1959: la dictadura aprobó el llamado «Plan de Estabilización», que permitió de nuevo el comercio libre con Europa y el mundo.

Alicante sonrió y España disparó su crecimiento.

A la modernización económica siguió la política. Tras la muerte del general Franco en 1975 llegó la democracia en 1978, con la aprobación de nuestra primera constitución consensuada.

Nacía una España nueva con un Alicante próspero y relanzado.

Llegados a este punto únicamente quiero compartir contigo, amable lector, unas palabras a modo de conclusión.

Alicante ha significado para el poder en demasiadas ocasiones un castillo, un mero punto militar.

Hemos sabido sufrir y por suerte la historia de España ha llevado a nuestro país a dejarnos finalmente ser aquello que siempre quisimos ser: un puerto, un punto de encuentro, de comercio, de vida e intercambio.

Alicante ama la libertad y la paz y quiere, de ahora en adelante y por todo el porvenir, ser más y más puerto.