El corazón partió

No me voy a referir en esta ocasión para nada a la canción de Alejandro Sanz, pero sí utilizo uno de sus títulos porque viene a cuento con la reflexión que hoy toca.

EL CORAZÓN PARTÍO

EL CORAZÓN PARTÍO / Antonio Colomina Riquelme

Antonio Colomina Riquelme

Los oriolanos de ahora tienen su corazón partío entre su Orihuela y Torrevieja. En realidad creo que siempre ha sido así, hemos sentido una especial atracción por la ciudad de las salinas. Sin embargo, en mi época de niño el oriolano tenía mucho más contacto con su ciudad. De hecho, que nadie se extrañe si le digo que algunas personas entradas en años no habían visto nunca el mar. Su vida discurría entre su casa, su trabajo y su platico de habas hervidas acompañadas del chatico en cualquier taberna de las muchas existentes y con eso parecían felices, no echaban de menos nada más. Disfrutaban de sus navidades, de las fiestas de San Antón y de San Sebastián, de su Semana Santa, de la romería de San Isidro, del día del Pájaro, de su feria y de las fiestas de la Patrona. La dura estación estival la pasaban cenando en la puerta de su casa de charla con los vecinos y descansando del esforzado día de trabajo en su mecedora o hamaca.

Ese ‘estar’ continuo en Orihuela, sin repartirse con otra ciudad, daba como resultado un gran ambiente en todos los lugares de ocio. El café Colón disponía en su trastienda de un salón de juego de grandes dimensiones que tenía entrada por la plaza Nueva y llegaba hasta la calle del Molino, por donde también se podía acceder. Siempre abarrotado de personas mayores jugando su partida de dominó.

La cafetería Llanes ubicada en la plaza del Poeta Sansano era lugar de tertulias de la juventud, en su parte interior igualmente disponía de un gran salón de juegos de mesa. Esta cafetería, al igual que el Colón, siempre estaba repleta de gente.

El kiosco Medina, terraza situada entre los Andenes y la Glorieta, con sus mesas entoldadas y la proximidad de sus magnolios era un lugar ideal para la juventud que disfrutaba del aroma que emanaba de la mucha vegetación que tenía entonces el mejor parque de la ciudad.

El Casino, el Bar Zara, el Hotel Palas, el Bar Español, la cafetería Fuiga, el Trocadero, el Brisa, el bar Pepito y muchos otros establecimientos sacaban sus mesas a la calle y les puedo asegurar que no faltaban clientes.

El Café Levante, los Barriles, el Bar Pedrera, el Farolillo Rojo, así como el Rancho Grande y el Bar Los Mariscos, eran establecimientos de clientela fija.

El Círculo Católico —hoy oficina principal de la Caja Rural Central—, Acción Católica, así como la sede del Frente de Juventudes —en la Avenida de Teodomiro—, con sus mesas de billar y de ping-pong, aglutinaba gran cantidad de jóvenes.

Otro acontecimiento que atraía la atención de muchos jóvenes eran los programas cara al público que se realizaban los sábados por la noche en La voz de Orihuela, sito en la calle Mayor; Joaquín Ezcurra y Andrés Lacárcel presentaban un especial donde actuaban aficionados oriolanos, el salón de la emisora quedaba pequeño para tanto público como asistía.

Por otra parte, los cines de verano Cargen y Riacho se llenaban de público todas las noches. Mucho más los miércoles que era el Día del productor, (costaba la entrada más barata que el resto de la semana). ¡En fin!, Orihuela era un hervidero de gente que iba y venía a todas las horas.

En contraste con lo relatado anteriormente, salvo en determinados meses del año como la celebración de la Semana Santa o las fiestas de la Reconquista, Orihuela parece una ciudad fantasmagórica. No lo digo en sentido peyorativo sino desde el amor que siento por mi ciudad. Nuestro pueblo, al igual que su río, parece languidecer.

Con la llegada de los coches a la mayoría de las familias y la mejora de las comunicaciones, así como la proliferación de la segunda vivienda, Torrevieja y sus habaneras se han llevado el gato al agua. No son pocos los oriolanos que al jubilarse fijan ya su residencia en la ciudad de la sal, eso sí, realizando pequeñas incursiones a Orihuela en momentos puntuales. Todas estas cosas, aunque no lo queramos, van en detrimento de Orihuela. Y no quiero decir con esto que se deba renunciar a una mejor y confortable vida. Los tiempos son lo que son y no se debe prescindir de nada. Pero eso no es óbice para reconocer que aquel ‘esplendor’ oriolano, ha pasado a la historia. Mientras tanto, al oriolano de hoy se le ha incrustado la sal en su interior y sigue con el corazón partío.