Vanidad hiperbólica

Luis Sánchez-Merlo

Luis Sánchez-Merlo

Punto final a una campaña electoral con abundantes impactos emocionales, propaganda, promesas jactanciosas y duras críticas a los adversarios que ha consagrado la pugna entre los que se disputan la victoria, sobre quién miente más.

Ahí hace acto de presencia la vanidad hiperbólica, como indicio y eventual indulgencia al político que la pone en práctica con la pretensión de que todo vale y que puede arremeter contra los medios que considera hostiles y lo que califica como noticias falsas de sus contrincantes.

El problema más inquietante de nuestro tiempo es la indiferencia a la verdad o a lo verosímil. Lo penoso es que ahora a una gran mayoría le da igual que algo sea verdad o mentira. Son tiempos en los que se practica la falsedad, con éxito a veces dramático.

La postura en boga es que el derecho a la verdad carece de fundamento porque, simplemente, todo depende de cómo se miren las cosas. Claro que el periodismo profético se ve desmentido muy deprisa por los hechos.

El último debate en la televisión de los contribuyentes, que poco tuvo que ver con el áspero cara a cara anterior entre el candidato socialista y el aspirante popular volvió a ponerse sobre la mesa el ilusionismo de quienes, a izquierda y a derecha, construyen un relato hiperbólico sobre la realidad y formulan sobre ella promesas de imposible cumplimiento.

En el principio, el argumento empleado para desacreditar al principal candidato a revalidar el triunfo fue la mentira. En el minuto de oro, el más señalado por recurrir a la falsedad pidió el voto "para que gane la verdad y pierda la mentira".

En la digestión de la malleira (paliza, según la Real Academia Galega) el estado mayor del aspirante señalado optó por utilizar la misma munición, en forma coral e impropia.

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Michel de Montaigne (Burdeos, 1533), moralista francés del Renacimiento, advirtió contra quienes tienen por oficio «hacer que las cosas pequeñas parezcan y resulten grandes» y añadió que la retórica sirve para «manejar y agitar a la turba y al pueblo desordenado», alcanzando su apogeo cuando peor están los asuntos públicos. A su juicio, es un instrumento que se emplea en Estados enfermos, de donde se deduce que los nuestros lo estarían.

En el plató de Atresmedia, el debate lo perdió el “exceso de actividad" y el “nerviosismo”, tanto como el abuso de lecciones de moral, de defensa de derechos sociales y libertades, mientras algunas leyes tenían los resultados conocidos.

El elogio desmesurado y la repetición de los supuestos avances del gobierno llegaron a cansar por repetitivos. Lo del retroceso en el tiempo, la entrada en el túnel oscuro y la supuesta pérdida de derechos si gana el aspirante, ya no asusta al compasivo televidente.

Para David Brooks (61 años, Toronto), columnista del New York Times, nuestra moral, nuestras normas, nuestra psicología son mucho más importantes que cualquier cosa que un político pueda hacer. Y añade que cuando se hacen promesas ostentosas y se crean expectativas inalcanzables que además no son satisfechas los votantes se enfadan y se vuelven cínicos.

¿Hizo bien el candidato popular en no asistir al debate? ¿La decisión táctica, que le convirtió en un aspirante en paradero desconocido, fue eficiente?

La decisión al margen de consideraciones tácticas puede considerarse un error. Puede objetarse que no tenía mucho que ganar, pero un firme candidato a la presidencia del gobierno testaba obligado a comparecer, con un moderador sin ambages, para plantear su proyecto directamente a los ciudadanos. Para un avispado analista, su ausencia convirtió el debate en una cena de verdura sin sal.

Cuando, en lugar de la transparencia, la responsabilidad y el respeto a los votantes, se elige el tacticismo, dando la espantada a tres días de las elecciones no es buena idea.

Lo que tampoco parece lógico, es que un presidente debata con su propia vicepresidenta. La coreografía, beso inicial incluido, estuvo bien engrasada. Acabaron tratándose de tu, algo poco usual en un formato como este. Pero el reparto de papeles resultaba demasiado evidente, haciendo sonar ficticia tanta familiaridad.

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Junto al “ausente afanoso de pescar en muchos caladeros junto a los temas conflictivos: seguridad, ocupaciones, coste de la vida, el otro gran desaparecido fue el “sanchismo”... así como la última propuesta realizada, por los partidos secesionistas vascos y catalanes, de celebrar en la próxima legislatura un referéndum de forma simultánea.

Solo un comentario al respecto hubiera justificado la presencia del candidato popular, que ya ha adelantado la recuperación del delito de sedición, el aumento de las penas por malversación y la tipificación como delito de la convocatoria de un referéndum ilegal.

El presidente candidato se mantuvo, con un tono más comedido y eurocrático, en un deliberado segundo plano, conteniendo la figura con miedo a equivocarse, algo eclipsado por la agresividad de su pareja de zumba. Por primera vez, el líder socialista defendió de manera muy explícita la continuidad de la coalición.

Más empático con la realidad, le faltó su némesis para poder agrandarse. Logró borrar la imagen deslucida del cara a cara, recuperó el gesto presidencial y sin despeinarse delegó la brega en su apasionada coadjutora.

El jinete del apocalipsis, populista incisivo, mantuvo el tipo y salió vivo del dos contra uno. Hablando con aplomo y sin titubeos, no quiso aprovechar la ausencia de su potencial pareja de baile para moverle la silla. La pena, según un desalmado columnista, es que no tenga nada que decir, lo cual es deliberadamente injusto.

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El partido del candidato “ausente” ha insertado publicidad en varios periódicos de ámbito nacional, en la que bajo el título "Un presidente de mentira” y una foto del aspirante socialista en la puerta de la Moncloa, enumera 10 "mentiras" del todavía rector.

La pregunta que cabría hacerse es ¿quién no ha mentido en la vida?

Los seres humanos hemos desarrollado la capacidad de intentar saber que piensa el otro -o la otra para decidir y protegernos. Partimos de la base de que nadie nos cuenta toda la verdad ni su verdad. La habilidad estriba en descubrir quién oculta sus intenciones mediante propuestas para manipular nuestra reacción emocional.

Y ahí vuelve a asomar la vanidad hiperbólica, con otra pregunta: ¿qué mentiras destruyen más la democracia y mueven con interés ajeno nuestros sesgos emocionales? El problema no es tanto mentir como hacerlo en el desempeño de una representación política.

De ahí la invitación, “piensen antes con la razón y dejen las emociones para el arte”, a quienes protagonizan la comedia del arte, en que se ha convertido la política. Ya sentenció George Orwell en 1946 que «el gran enemigo del lenguaje claro es la insinceridad». Porque lo que está claro es que si decidimos mal, siempre padecemos las consecuencias.

Con el ensalzamiento de la mentira, estamos minando una opinión pública sensata y útil para crear una sociedad estable, que está siendo sustituida por burbujas aisladas y enfrentadas entre sí. La vanidad hiperbólica ha pasado a ser uno de los problemas de nuestro tiempo

Atenerse a los hechos es el primer paso para estar en paz con la realidad. La última palabra la tienen las urnas, con permiso de las bombas de calor y el voto por correo.