Tierra de nadie

Fronteras

Juan José Millás

Juan José Millás

Abandoné un libro de poemas de Silvia Plath en un banco del parque y me fui a dar una vuelta. Cuando regresé, había desaparecido. Tomé la costumbre de ir dejando libros por aquí o por allá y siempre se los llevaba alguien, como si fueran objetos valiosos. En un asiento del metro, antes de levantarme, “olvidé” una novela de Patricia Highsmith, Ese dulce mal, y permanecí en los alrededores, para ver qué pasaba. La recogió una mujer de mediana edad que la abrió con expresión de cansancio y comenzó a leerla. Ya en la primera página, su rostro sufrió ligeros cambios. Mientras leía la segunda, le sonó el móvil, pero no lo atendió, ni siquiera se molestó en mirar quién la llamaba. Al llegar a su estación, dobló con cuidado la esquina superior de una página y abandonó el vagón con gesto pensativo.

Pensé en esa mujer todo el día. Supuse que, al abrir el libro, había abierto una puerta a un mundo quizá completamente desconocido para ella. Imaginé entonces una ciudad llena de libros abandonados aquí y allá, libros que los viandantes tomaban, leían en sus casas y volvían a abandonar el cualquier sitio. Una ciudad llena de puertas, en fin, por las que todo el mundo pudiera acceder a realidades fantásticas. Hablamos, claro, de puertas simbólicas, pero ¿qué tal si al salir mañana de casa apareciera en la primera esquina de tu calle una puerta literal, de madera? La abrirías, desde luego que sí, la atravesarías y aparecerías, qué sé yo, en la playa de tu infancia. En medio de esa playa hallarías otra puerta porque la que volverías a la realidad, donde, más pronto que tarde, hallarías otra puerta que etcétera.

Si yo fuera el alcalde, llenaría las esquinas de las calles de mi ciudad de puertas de todos los tamaños y todas las estéticas, puertas que atravesarían los niños al ir al colegio y los adultos al dirigirse al trabajo y los parados al salir a dar patadas a las piedras, pobres. Puertas y libros por doquier. En todos los barrios habría puertas y libros. Nos pasaríamos la vida atravesando fronteras materiales y mentales regresando así a la condición liminar que nos es propia.

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