Sylvia Plath: cicatriz y genealogía

La poeta estadounidense se suicidó un 11 de febrero de 1963, hace ahora sesenta años. Sobre su vida y su obra se han escrito innumerables testimonios que han elevado su figura hasta el mito - En marzo, la editorial Bamba publicará la traducción de su última biografía: ‘Cometa rojo’ de Heather Clark

Sylvia Plath en Benidorm durante su luna de miel, en 1956.

Sylvia Plath en Benidorm durante su luna de miel, en 1956.

Carmen Tomàs

Carmen Tomàs

Se cumplen sesenta años desde que Sylvia Plath se suicidara un 11 de febrero de 1963 envenenándose con gas. Tenía treinta años y ocurrió en el apartamento que alquiló en Londres después de su matrimonio con el poeta Ted Hughes acabara por hacer aguas. Desde entonces se ha escrito mucho sobre su mito, su fantasma y las sombras que rodearon la vida y la muerte de la poeta.

Sylvia Plath nació en Boston en 1932. Su padre, biólogo y profesor de la Universidad de Boston, murió cuando ella tenía ocho años. Se mudó entonces con su madre, su hermano y sus abuelos maternos a Wellsley (Massachusetts). Empezó su primer diario a los once años, tarea que no abandonaría nunca. Su primer poema fue publicado por la revista Christian Science Monitor a nivel nacional cuando finalizó el instituto. Entró a estudiar entonces en el Smith College, universidad solo para mujeres, en el año 1955, donde se licenció con honores y obtuvo una beca Fullbright para estudiar en Cambrige. Allí conocería al también poeta Ted Hughes. En 1960 publicaría su primer poemario, 'El coloso'; en 1962 llegaría ‘Ariel’ y en 1963 su única novela, 'La campana de cristal'. Recibió el Premio Pulitzer a título póstumo en 1982 por sus 'Collected Poems', que Ted Hughes reunió en tres volúmenes.

Dijo la periodista y biógrafa Janet Malcom que una biografía se parece mucho a “un libro garabateado por desconocidos”, pues tras nuestra muerte nuestra historia pasa a sus manos. Así lo dejó escrito en ‘La mujer en silencio’ (1993) uno de los primeros textos que pretendieron desmitificar la figura de Plath. El de la estadounidense fue un fallecimiento contado desde el mito y que nos ha alejado, de algún modo, de su figura como escritora e intelectual.

Ahora, de la mano de la valenciana Bamba Editorial, aterriza en España (previsto para el próximo 1 de marzo) la biografía Cometa Rojo: Arte incandescente y vida fugaz de Sylvia Plath’, de Heather Clark, uno de los trabajos más lúcidos sobre la poeta de Boston en la que se ofrece una visión crítica y contextualizada de su voz poética. No en vano su autora, ha dedicado su carrera al estudio de su obra. Clark es doctora en filología inglesa por la Universidad e Oxford, ha sido finalista al Premio Pulitzer por esta misma biografía (‘Red Comet’), así como por ‘Grief Influence: Sylvia Plath y Ted Hughes’ y ‘The Ulster Renaissance: Poetry in Belfast’.

La investigación de Clark supone un antes y un después al dejar a un lado el icono pop para acercarnos de forma objetiva a la vida y obra de Sylvia Plath como parte del canon universal más allá de “literatura escrita por y para mujeres”. 

Sylvia Plath.

Sylvia Plath.

“No soy una esclava, aunque...”

En su época fue vista como un ama de casa con gran talento para la escritura; una gran acompañante para un poeta laureado. Este concepto, el de “acompañante”, resume muy bien el conflicto interno de Sylvia Plath, educada para ser una cosa que parecía “contradecir” su talento y vocación. Ella también quería un genio y para ello estudió y se formó durante toda su vida. Esta aparente contradicción en el que las mujeres debían elegir una cosa u otra sumió a Plath en una impotencia y una tristeza que, para muchas, podía significar el encierro, la medicalización y el sometimiento a tratamientos psiquiátricos experimentales y brutales. Su depresión, su primer intento de suicidio durante la época universitaria y su final, son una muestra de ello.

Plath, como otras de sus iguales de la década de los 50, tuvo que sobrevivir a lo que Kate Millett dedicaría su vida a denunciar (especialmente a través de su autobiografía ‘Viaje al manicomio’); los ingresos forzosos, la medicina experimental y las sesiones de electroshock. La tortura a la que se vieron sometidas algunas de estas mujeres son un ejemplo de cómo la sociedad prefería encerrarlas a escucharlas. Desde la autora de ‘La campana de cristal’ hasta Jackie Kennedy, que también fue ingresada y recibió electroshock tras una discusión sobre las infidelidades de su marido; la subversión a las reglas establecidas se solucionaba internando a las mujeres, una metodología nada novedosa para época. Así lo reflejó ‘La campana de cristal’, publicada originalmente con seudónimo, una obra que no deja de ser un retrato a modo de catarsis que Plath decidió no firmar.

Esther Greenwood, protagonista de la única novela de la poeta, forma parte del testimonio de todas las mujeres que fueron “locas” antes que “genios”. No en vano sus poemas (“Toda mujer adora a un fascista”, escribió en ‘Papi’) fueron parte de la semilla donde acabó germinando la segunda ola del feminismo. Este movimiento social acabaría de explotar la década de su muerte a rebufo de Beavoir, Friedan y la anteriormente citada Millett (entre otras muchas activistas, escritoras y artistas).

También Sylvia hizo uso de la genealogía para contar y para contarse: Tal y como señala Clarke, no parece casualidad que Esther comparta nombre con la protagonista de ‘Una madre antinatural’ de Charlotte Perkins. Perkins es también autora de ‘El papel pintado amarillo’, un relato que explora el aislamiento y experiencia de una mujer que padece depresión y que se ve encerrada durante meses, mirando la misma pared durante todo el día. Perkins escribió este relato en 1890 para reivindicar la autonomía y libertad de las mujeres. Explicó que coartar la libertad supone un riesgo para la salud mental; un encierro intelectual, píldora potente para la depresión. 

Un detalle tan significativo como el nombre de la protagonista de ‘La campana de cristal’, tratado y vendido en su época como una novela para adolescentes, ayuda a vislumbrar hasta qué punto Plath bebió y participó en la genealogía literaria y feminista. Como escribiría en el poema ‘Picaduras’:No soy una esclava / aunque durante años he mordido el polvo, secando platos con mi cabello abundante […] Yo / tengo un yo que recuperar, una reina […] Ahora está volando / más terrible que nunca, cicatriz / roja en el cielo, cometa rojo”.

Cometa rojo

Esta última biografía enfoca desde la crítica literaria la evolución de la voz poética de la autora de Ariel y aborda la relación con su marido y la amante de este, la casi demonizada Assia Wevill.

Wevill, de imprescindible presencia en todas las biografías de Plath, fue una mujer tan potente intelectualmente como Sylvia y víctima de los mismos convencionalismos y patrones machistas; estándares que exigían a las mujeres que estuvieran bien formadas solo para acompañar al poeta laureado. Como Sylvia, Assia también era poeta y la autora de ‘El coloso’ sentía fascinación por ella; sentimiento que acabó convirtiéndose en ansiedad y profunda tristeza al enterarse de la aventura de esta con Ted. Hughes abandonó a Sylvia por Assia, con quien llegó a casarse y tener una hija llamada Shura. Seis años más tarde de la muerte de Sylvia, Assia se suicidaría de la misma forma, llevándose también a Shura con ella. Según Clark, Sylvia “llamaba a Assia «la judía errante. Ha vivido en todas partes, ha hecho de todo. La conozco, es mi alter ego».

Sobre Assia han recaído durante años el peso de muchas acusaciones, como haber quemado documentos de Plath, afirmaciones muy duras entre las que se ha llegado a leer que hizo “desaparecer” diarios o la segunda parte de ‘La campana de cristal’, que la poeta “vendió” a su colega Al Alvarez como “una novela de verdad” que estaba escribiendo. Lo cierto es que fue Ted Hughes quien, en principio, hizo desaparecer dos de los cuadernos de Plath. Precisamente los últimos, y así lo señalan las notas de los ‘Diarios completos’ publicados; aunque Clark opta la total rigurosidad cuando, ante las diferentes versiones, decide abrir posibilidades en lugar de cerrar acusaciones: "Puede que se hubiera quemado en un incendio en su casa de Yorkshire en 1971" o puede que lo quemara para "proteger a sus hijos" como llegó a afirmar Hughes públicamente sobre el último diario de Plath (de 1963): el propio Hughes lanzó mensajes contradictorios sobre la desaparición de las últimas palabras de Plath. 

Otras investigaciones y tirones al hilo de biógrafos y periodistas dieron con una historia que podía alejar a Wevill de la insensible y fría femme fatale. Los periodistas Yehuda Koren y Eilat Negev hicieron uso de diarios y testimonios cercanos a Assia para retratarla en ‘Un amante de la sinrazón: la vida y trágica muerte de Assia Wevill’. Según esta biografía, las exigencias de Hughes y el abuso de poder por parte de este habrían acabado de consumir a Assia, que debía (al igual que la anterior esposa) hacer malabares para adecuarse al molde de esposa perfecta. Según esta biografía, Hughes exigía a Wevill una serie de trabajos y conductas, estableciendo unas prohibiciones propias de lo que hoy día reconocemos rápidamente como maltrato: No podía andar en bata por casa, debía jugar con Frieda y Nicholas (hijos de su relación con Sylvia) al menos una vez al día, así como darles clase de alemán. No podía dormir la siesta y debía cocinar, tarea de la que él estaba completamente exento, según los autores. Eso sí, debía inculcarle sus conocimientos culinarios a su hija Frieda.

Benidorm y la religión de la escritura

Durante el proceso creativo que ahora se pone en valor (los ejercicios de escritura en sus diarios, su poesía, su correspondencia…) España y, en concreto, la costa alicantina, forman una parte imprescindible del trabajo de Sylvia Plath. La autora vivió su relación con la Costa Blanca unas semanas por su luna de miel (1956), estancia de la que se puede extraer un retrato fiel al Benidorm de la época y que demuestra, a través de sus diarios se fue perfilando su potencial. Se reflejan las descripciones viscerales y alejadas de la complacencia al lector que la distinguen como autora.

La pareja alquiló una casa en el número 59 de la calle Tomás Ortuño donde Sylvia realizó bocetos y escribió artículos. En los ‘Diarios completos’ (Alba Editorial) se puede leer un retrato de una ciudad muy diferente a la que hoy día conocemos:

Benidorm, domingo por la mañana, 22 de julio: (…) nos levantamos a las siete, matamos moscas que nos asedian, escuchamos las campanillas de los carros tirados por burros y los gritos de la simpática panaderita con su cesto de bollos dulces (…) Mi mesa con la máquina de escribir junto a la ventana mira al cobertizo de la puerta principal y, a lo lejos, a través de las hojas de la parra que da sombra a la pérgola, veo la sierra llena de casitas blancas”.

Uno de los dibujos de Sylvia Plath de Benidorm.

Uno de los dibujos de Sylvia Plath de Benidorm.

A pesar de que Benidorm no recuerde a Sylvia Plath, sí hay recuerdo de cómo fue Benidorm gracias a ella. No solo a través de sus diarios, sino también a través de ilustraciones que la hija de la poeta, Freida Hughes, cedería para su posterior publicación.

En las cartas dirigidas a su madre se distingue cómo aquel pueblo costero marcó a Plath de manera significativa: «Espera a ver estos pocos de Benidorm; los mejores que he hecho en toda mi vida, líneas y sombreados muy marcados y refinados...», escribía.

Dibujo del 'Carreró dels gats', por Sylvia Plath.

Dibujo del 'Carreró dels gats', por Sylvia Plath.

Su Benidorm idílico, de puño y letra de la autora, dista mucho de la que entonces empezaba a atraer a turistas y visitantes: “La alegría de haber cambiado la avenida frente al mar, bulliciosa, infestada de luces de neón verde, de turistas, de hoteles caros, que ofrecía el espectáculo deprimente de las multitudes ociosas y aburridas (…) la alegría de haber cambiado todo eso por un barrio común y corriente, lleno de gente de aquí, aumenta cada día”. 

En estos bocetos y diarios se observa la ansiada cotidianidad donde Plath pudo poner en práctica lo que consideraba “la religión de escribir”. Escribir como si el verbo fuera un lugar tranquilo donde crear y amar a las personas y lugares que, gracias a su voz, ayudaron a acuñar el género de poesía confesional. Desmitificarla, a raíz de la lectura de su obra alejada de clichés y estereotipos, ayudará a hacer justicia a su trabajo y su aportación literaria.