Retrato inspirador

Una escena de la película 'Las chicas están bien', de Itsaso Arana.

Una escena de la película 'Las chicas están bien', de Itsaso Arana. / EPC

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Quedamos con una amiga para ir al cine. Llega derrengada. Regenta un inmueble con tres viviendas turísticas, una de las cuales la alquila por habitaciones que es la que la lleva a mal traer. El precio actúa de efecto llamada pero eso no obsta para que un porrón de moradores crean que han ido a parar a un cinco estrellas y exijan cuarto de baño por habitación como si en el reclamo donde reservaron no estuviese despejado semejante anhelo. Además pretenden que esté veinticuatro horas a su disposición y, claro, cuenta las horas para que, antes que ella, se agote el verano. Recibe plebe de todos los confines, aunque resalta que este año se han multiplicado los italianos. Siendo la primera canícula con Meloni al frente parece lógico. Habrán querido palpar cómo lo hemos hecho aquí para que sus correligionarios y afines anden dando tumbos.

   Nosotros en cambio estamos sentados, dispuestos a evadirnos con lo que viene por delante aunque, mira por donde, la primera escena muestra a un grupo esperando a que abran la puerta de una casa rural en la que pasar la semana. Inevitablemente miramos a la izquierda temiendo que igual no fuera a desconectar. De hecho coincidió con que se le encendió el chisme pero ninguna de las cinco actrices que se distribuían las camas se dirigió a ella. Respiramos, no voy a mentirles.

   Y eso que «Las chicas están bien» es una ficción a la que las protagonistas acuden con el nombre de pila. Tres con trayectoria -Bárbara Lennie, Irene Escolar y la actriz, guionista y directora debutante- y dos dispuestas a curtirse a base de bien. En la peli no pasa nada, solo la vida. Los sueños, amores, pérdidas y miedos andan sueltos. El texto de la obra a ensayar se aúna con el desfogue personal. Hay verdad en este retrato zen con el mensaje de que yendo todas a una tienen las de ganar, conocedoras de que incluso siendo campeonas del mundo no hay nada garantizado. Y menos la tranquilidad. Pero el sustrato se revela inspirador. Hasta el punto de que la amiga se marchó relajada.