Ya sé quien es Jacq’s

Luis Rubiales y Jorge Vilda se ríen tras la consecución del Mundial.

Luis Rubiales y Jorge Vilda se ríen tras la consecución del Mundial. / RFEF

Mercè Marrero

Mercè Marrero

Hasta hace unos días, en mi mundo, cualquier hombre sin pelo y con pinta de mascar chicle con vehemencia podría haber sido Luis Rubiales. No le ponía cara. Tampoco voz y, visto lo visto, no me perdía tanto. El beso a Jenni Hermoso fue ese jarrón de agua fría en un momento mágico. Como descubrir un error en un código informático perfecto y preciso. Llegué a temer que Rubiales coronaría su equivocación dándole un cachete en la nalga de la futbolista, otro gesto impresentable dentro del catálogo de las faltas de respeto dignas de Torrente, pero se conformó con un toque en su cintura. Hay que ser soez y mal educado para agarrarse los huevos delante de alguien, pero hay que ser, además, muy zoquete para hacerlo al lado de la Reina, la Infanta y rodeado de cámaras de televisión de medio mundo. Le pudo la euforia y el subidón de testosterona. Es lo que tiene ser muy machote. Lo de su discurso, las apelaciones a lo que es y no es feminismo, las referencias a las hijas, los besos con y sin deseo, las subidas de sueldo anunciadas desde un atril, el encierro de su madre o las declaraciones de sus familiares son ejemplos que confirman que te puedes equivocar cometiendo un acto, pero puedes hundirte en la miseria en función de cómo intentes enmendarlo.

El fútbol femenino ha sido un oasis de deportividad y compañerismo dentro de una disciplina con unos valores con los que apenas me identifico. Los sueldos desorbitados, los patrocinios de las casas de apuestas, la chulería y mala educación de los jugadores, la agresividad de ciertas aficiones, la gestión económica de algunos clubes, los insultos, las faltas de respeto, y, aunque sea más prosaico, no soporto los escupitajos que sueltan en el campo o el corte de pelo que llevan y que han impuesto entre los más jóvenes. Malditos degradados, rasurados y flequillos que parecen cortinas sobre la frente. Una moda que ha llegado a todos y a cada uno de los adolescentes, porque el fútbol marca tendencia y es un mundillo atrayente que muchos tratan de imitar. Para bien y para mal.

Las decisiones que tomen los estamentos futbolísticos, las declaraciones de los jugadores y deportistas o los comunicados de los clubes tienen una relevancia que va más allá de la destitución o inhabilitación de un impresentable. Es una gran responsabilidad social. Ahora es la oportunidad para sanear un entramado basado en principios poco edificantes. Es el momento de dejar claro que el machismo, la manipulación, la demagogia, la mentira, los comportamientos casposos o las corruptelas no tienen cabida ni en el deporte ni en esta sociedad. Es el momento de lanzar un mensaje de justicia, equidad, transparencia, educación y deportividad. Ellos tienen ahora más capacidad y poder que muchas normas para influir sobre las conductas. Que entre la luz.

Desde que escuché a Rubiales hablar supe que me recordaba a alguien. No fue hasta la otra noche cuando, en un momento de insomnio, caí en que es Jacq’s. El hombre del anuncio de la colonia que veíamos en los 90. “Un hombre alto, fuerte, muy especial que no retrocede ante nada y que deja tras de sí un aroma único, inconfundible. Un aroma muy peligroso”. Un tufo del siglo pasado, vamos. 

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