Tiene que llover

Por los pasos del deleite

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Atravieso los canales, está en uno Casablanca, soy incapaz de dejarla y me adentro una vez más en el Café de Rick. Hay mucho bullicio. El capitán Renault ha dispuesto un operativo para quitar de la circulación al enlace que debe facilitar los visados a Víctor Laszlo, quien poco después entra en el local con su mujer. Llsa detecta al pianista y, tras un intercambio de recuerdos, reclama «tócala, Sam». Aunque Dooley Wilson era en realidad baterista y no tenía ni pajolera idea de cómo darle al teclado, eso no evita que se me salten las lágrimas al escuchar «El tiempo pasa». A Humphrey y al actor austríaco, que al seguirlo la Gestapo necesita pillar como sea ese vuelo hacia Nueva York, no debió costarles lo más mínimo mostrarse secos a lo largo de toda la peripecia porque el activista se llevó a parir con el resto del reparto, consideró al que finalmente le salvó la vida en el drama romántico «un actor mediocre» mientras que, para Ingrid, el tal Henreid no pasaba de ser una «prima dona». El ambiente, desde luego, no podía ser más bélico.

   Me lo pasé pipa con el descaro del gendarme al frente del departamento y la soltura de su afilado lenguaje a lomos del guión. Tanto es así que al terminar me fui como un poseso en busca de Sueños de un seductor, esa peli en la que el autor de Annie Hall se enfunda el anhelo de convertirse en Bogart. Pero me contuve ante el riesgo de sufrir una sobredosis y por el deslumbramiento de conocer que, tras atravesar el canal camino del Lido, el estreno de la obra número 50 del pecoso judío neoyorquino ha levantado entusiasmo. Es el no va más para alguien que el último tramo de su existencia lleva la cabeza separada del cuerpo y que, de ser tal como relatan por Venecia, habría vuelto por sus pasos para deleite de quienes no serían los mismos sin la química de Annie y Alvy besándose con el puente de Brooklyn al fondo aunque sepa que cuando lo llame para que mate una araña lo que el tipo se cargará será el cuarto de baño. ¡Qué escándalo, qué escándalo, nadie es perfecto!