Prohibir a Évole antes de verlo

Jordi Évole con Josu Urrutikoetxea en ’No me llame Ternera’ (Netflix).

Jordi Évole con Josu Urrutikoetxea en ’No me llame Ternera’ (Netflix). / NETFLIX

Matías Vallés

Matías Vallés

Los datos sobre el documental a estrenar No me llames Ternera son dispersos, pero la conclusión brilla inevitable. Los enemigos de Jordi Évole le han servido gratuitamente la campaña de publicidad de su entrevista al etarra. Los ofendidísimos sin sueldo de Netflix son demasiado inteligentes para requerir un visionado de la grabación, antes de exigir su prohibición por «blanqueado de ETA». La intervención de la fiscalía de la Audiencia Nacional, en un delito predictivo al puro estilo Minority Report, redondea el pastel. En un paso más atrás de la censura previa franquista, los escandalizados podrían denunciar a cualquiera que tuviera la idea de investigar el terrorismo en España. El pensamiento y el deseo también delinquen.

Siempre se presupone que los argumentos de los ofendidos por la libertad de expresión son impecables. En realidad, le conceden importancia al documental desconocido para sentirse importantes ellos mismos, ante el auge de su irrelevancia colectiva. Son la policía de balcones, agrandada por su popularidad, el éxtasis de la sociedad del espectáculo so capa de altruismo redentor. Al agrandar el producto, multiplican además el delito que denuncian. No demasiada gente se entretiene con las nueve horas de Shoah, donde los nazis confiesan que no daban abasto a masacrar a tanta gente. No había un exceso de espectadores en mis sesiones de La imagen perdida sobre Pol Pot, o de The act of killing alrededor de las matanzas indonesias de Suharto.

El único abajo firmante que me interesa es Fernando Aramburu, superventas por sus novelas sobre ETA. A menudo me pregunto si su autor las ha leído, porque Patria sobresale por su ambigüedad y Hijos de la fábula es una sátira banalizadora de la banda terrorista que debería horrorizar a los arriba ofendidos. Esperaremos a ver el documental de Évole antes de juzgarlo, salvo que sea delito y pese al precedente intranquilizador de su entrevista obsequiosa a Otegi. Es reconfortante que la izquierda reciba una dosis de su propia medicina de memoria histórica, y todo lo anterior me lo enseñó un maestro llamado Fernado Savater, que ahora piensa lo contrario. Está en su derecho, pero podría haber avisado antes.

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