Utopía vs distopía

Antonio Ortuño Escarabajal

Antonio Ortuño Escarabajal

Utopía, según la RAE: «Sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa donde todo trascurre en armonía y sin conflicto alguno. Un mundo utópico sería un lugar inexistente, perfecto, un sitio imaginario irrealista e ideal, pero que puede ser posible».

El otro día tomando un café con unos amigos y amigas estuvimos hablando un poco de todo, de los temas de actualidad que se fueron dejando caer junto a las tazas de café. En un momento dado de la conversación, entre asombrado, desconcertado y con un atisbo de nostalgia y tristeza, me sorprendí a mí mismo con la siguiente afirmación: «Os podéis creer que no recuerdo la última vez que dije, convencido de verdad, que otro mundo mejor es posible».

Hace tanto tiempo, que ya no forma parte de mis recuerdos, ni siquiera de los más lejanos. Sin embargo, sí soy consciente de que hubo un tiempo en que estaba convencido. Convencido de que podíamos conseguir más libertades, más igualdad, más derechos, más bienestar. Hoy en día, si hablamos de estos deseos, mis deseos, me parecen muy lejanos, tengo la sensación de que son cosas de otros tiempos. Muchos de nosotros somos parte de una generación que está convencida de que un mundo mejor es posible, hay otra buena parte de la sociedad, otros, que creen que todo irá a peor. Si el siglo XX fue el mundo de las utopías, el siglo XXI está siendo el de las distopías.

- Distopía, según la RAE: «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas, causantes de la locura humana. Un mundo distópico es aquel donde la ética y la moral se han difuminado, un mundo injusto donde la propia vida es un logro».

Aun mirando para otro lado, cada vez es más difícil negar que estamos viviendo al borde de un desastre ecológico de consecuencias imprevisibles. El calentamiento global, el crecimiento exponencial de la destrucción del mundo natural que nos rodea, están provocando devastaciones medioambientales muy difíciles o ya imposibles de reparar. Vivimos, sin querer enterarnos, con guerras y amenazas despóticas que se ríen, mientras vulneran todos y cada uno de los artículos consagrados en la declaración de los Derechos Humanos. Convivimos con gravísimas pandemias sanitarias, con grandes migraciones de seres humanos huyendo de la hambruna y de una muerte segura. En otra escala, no por eso menos peligrosa, menos horrible, este año ya son cincuenta mujeres españolas asesinadas por el machismo. Machismo que, lejos de alejarlo de nuestros hogares, se afianza cada día más y muestra su cara más malvada con toda impunidad. Estamos asistiendo con ojos bobalicones cómo se destruyen carriles bici en grandes ciudades, aun a riesgo de tener que devolver subvenciones, solo por intereses partidistas y de paso arrancar aplausos de los suyos que engordan su propio ego. Cada vez son más los que ya no se creen las mentiras de nuestros dirigentes. Vivimos en una desconfianza total hacia nuestros políticos, nuestros mandamases, de los «sabelotólogos», de los opinadores e influencers. Todos y cada uno son la expresión de cómo esta sociedad se mira al espejo, dando una imagen de si misma irrespetuosa, egoísta e injusta. Ya no podemos extrañarnos de que el carro de los distópicos cada vez este más y más lleno.

Para mi bienestar, para no caer en la desesperanza, para seguir soñando, para seguir siendo utópico, por fortuna siempre me encuentro con personas como Layla Martinez. La madrileña, escritora y politóloga, en su obra: Utopía no es una isla nos recuerda que: «Necesitamos volver a creer, que el futuro depende de nosotros, de lo que hagamos, que no necesariamente tiene que ser peor ni siquiera en esta crisis ecológica que estamos viviendo». No podemos perder de vista que como seres humanos nos debemos a una lucha sin cuartel contra las injusticias, la corrupción, el hambre y los abusos de poder. Debemos seguir luchando contra las desigualdades que corrompen las democracias. Llámenme utópico, lo soy.

Si alguien me preguntara ¿para qué sirve la utopía? Sin lugar a dudas le contestaría con lo que contó el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano cuando dice: «Aguirre, el director de cine argentino y yo estábamos en Cartagena de Indias en un coloquio con universitarios, cuando uno de ellos preguntó para qué servía la utopía. No era fácil la respuesta, pero mi compañero de mesa respondió con prontitud y sabiduría: «La utopía está en el horizonte. Yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos hacia ella, se alejará diez pasos, y cuanto más la busque menos la encontraré: se va alejando a medida que yo me acerco. ¿Para qué sirve la utopía? Pues la utopía sirve para eso, para caminar, para seguir avanzando» Y yo quiero seguir caminando.