La Navidad, fiesta de alegría

La Navidad es fecha de alegría

La Navidad es fecha de alegría / CORTESÍA SM CONTENT STUDIO

Juan Giner Pastor

Juan Giner Pastor

La alegría va en la entraña más profunda del sentido cristiano de la vida. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. “Os comunico una gran alegría: os ha nacido el Redentor”. Son los primeros saludos de Dios a la humanidad: el primero a la que iba a ser Madre de Dios, en la Encarnación, el segundo a todos los que iban a ser redimidos. Ambos saludos pertenecen a dos pasajes de la Navidad. Y si continuamos leyendo atentamente el Evangelio, vemos como la venida de Jesús fue un estallido de alegría. Todo el mundo se sintió aludido: Isabel, la estéril, da a luz a Juan el Bautista. Zacarías, el incrédulo, se vuelve profeta y creyente. La Virgen es Madre sin dejar de ser Virgen. Los pastores, incultos y analfabetos, hablan con los ángeles. Los magos no temen los peligros y se ponen en camino. El viejo Simeón deja de temer la muerte… Así pues, la Navidad es una conmemoración rebosante de alegría.

Pero la alegría sincera de la Navidad del Señor no nace de los rutilantes reclamos que el consumismo nos envía insistentemente, sino que es una alegría que surge del dichoso sosiego que proporciona saber que la felicidad no depende de la riqueza ni del poder, que la felicidad surge íntima y profundamente de nuestra tranquilidad anímica, de nuestra aceptación consciente y sincera ante los designios de la voluntad divina. Como la Sagrada Familia nos manifestó ejemplarmente hace más de dos milenios. Símbolo plástico de esta alegría de la Navidad es el belén, compendio de tradición, emoción, inspiración, belleza y devoción, que durante siglos ha recreado con sus candorosas escenificaciones el profundo mensaje de la historia de la Navidad.

Y, sobre todo, la alegría de la Navidad, en estos últimos días del año, ha de nacer de nuestra convicción de que la felicidad podemos alcanzarla si somos capaces de disfrutar diariamente con las pequeñas cosas que la vida ofrece; si podemos superar tranquilamente contrariedades y penurias, sabiendo que el progreso ha de ser un procedimiento de perfección y no un fin alienante. Una alegría basada en la certeza plena de que el amor es el verdadero camino de la vida. Así pues, esforcémonos para conseguir la mayor participación en la alegría entrañable de esta fiesta gozosa de luz y de paz que es la Navidad.

Sin embargo, ¿cómo participar de esta alegría si no se tiene nada salvo marginación, olvido, desamparo, miedo, desprecio, humillaciones…? ¿Qué gozo podrán encontrar los emigrantes, los parados, los que están por debajo, incluso, de los límites extremos de esta sociedad del despilfarro, el populismo, el mundo vip? Evidentemente, si ignoramos el mensaje de Jesús en las Bienaventuranzas, no es posible encontrar respuestas a todo lo que aflige a tantos. Y son muchos los que desconocen que Jesús es Camino, Verdad y Vida. Y somos muchos los que tendríamos que esforzarnos para que la Verdad redentora de Cristo se difundiera sin fanatismos ni violencias, como antaño ocurrió para vergüenza de los cristianos…

También sé, por experiencia, que entre la infancia y la senectud hay muchas formas de alegría navideña. Yo creo haberlas experimentado todas, pues muchos son los acontecimientos que a lo largo de mi vida he afrontado, con distintos periodos de persistencia en la aflicción que limita la alegría, aunque siempre con el rescoldo confiado que proporciona la fe. Y, por eso, atestiguo que el único grado de alegría navideña que nunca falla es la que permanece en el corazón iluminado por la seguridad de que Dios siempre es un bastión de ánimo, de esperanza, de dicha íntimamente arraigada en el corazón.

La alegría de la juventud pasa; la alegría por la compañía de los seres más queridos, lamentablemente, se termina; la alegría fugaz de las diversiones es fútil y, casi siempre, insatisfactoria, egoísta… Pero la alegría de saber, desde la fe, que el Señor es seguridad, consuelo y energía amorosa, esa es la alegría que da fuerza cuando llegamos a límites que nos parecen insoportables. Esa es la alegría que nos dirige a la sublime meta de la vida eterna.