La font de la gota

El imposible discurso del rey

El rey advierte de que fuera de la Constitución “no hay democracia, convivencia, ni paz”.

El rey advierte de que fuera de la Constitución “no hay democracia, convivencia, ni paz”. / EFE

Antonio Rodes

Antonio Rodes

Ya puestos, yo prefiero la misa en latín y con el cura de espaldas. Como aplicado ateo de convicción, tengo un muy reverente respeto por la arquitectura de la liturgia. Y es mucho más ceremonioso un rito antiguo y trentino que la veleidad postecuménica y popularizadora de las misas actuales. Y prefiero una boda en la iglesia a la boda en un juzgado, donde más que casarte pareciera que te sentenciaran, o en un ayuntamiento, donde quedas expuesto a las ocurrencias del concejal de guardia que puede convertir el día de tu boda en el más disparatado de tu vida. La Iglesia tiene para estas ocasiones productos mucho más eficaces y contrastados. Los acontecimientos importantes necesitan indefectiblemente de un atrezzo y un boato que los enaltezcan y los pongan en valor. La iconoclastia vulgarizadora que consiste en concluir que cuanto más entendible, más cercana y más democratizadora es una ceremonia más auténtica resulta es una soberana estupidez. En las ceremonias religiosas no hay nada que entender, hay que asistir y basta. En las bodas no hay nada que entender, hay que decir “sí” y basta. Y, si no, no te cases. Y ambos hitos, tan relevantes en la vida personal, hay que realzarlos con la liturgia más ortodoxa y esplendorosa posible.

Y diría, en consecuencia, que como forma de estado prefiero una estructura monárquica a una republicana. La forma de estado es la carcasa, el estuche. Lo importante es lo de dentro. El modelo político que cobija. La calidad democrática del sistema con que se desempeña. 

Es un tópico la creencia en que ser de izquierdas implica ser republicano. Por qué. Qué aporta la forma de estado republicana a las políticas sociales, a la redistribución de la riqueza, a las políticas de igualdad… que no pueda aportar la monarquía. Otra cosa es el republicanismo como corriente política e ideológica que defiende de manera radical los valores cívicos frente a las desviaciones del poder. Podemos ser monárquicos y republicanistas. Yo mismo, hijo de aquel regalo que la historia hizo a mi generación llamado transición, se lo dije al rey viejito con ocasión de su visita a la “Volvo” de 2017 “Majestad, yo fui comunista, carrillista y juancarlista”. Juan Carlos Uno lanzó una risotada estentórea. Quizás fue también una risa estertórea próximo ya, como estaba, el fin de su presencia plácida en esta España monárquica y republicanista.

Pero convendrán conmigo en que la Monarquía aporta un boato, ceremoniosidad, glamour y lustre del que carece la República. El lustre que da la historia. La reverencia de lo añejo. Y un Estado requiere lustre. Mucho lustre.

Y que no me digan que el monarca no se lo curra. Precisamente los controles cautelares, que se prescriben constitucionalmente para minimizar unos poderes que se heredan, añaden una enorme dificultad a su trabajo. Miren, si no, al pobre Felipe Seis enfrentando su insistente discurso de cada Navidad. 

A ver. Qué puede decir un soberano que no tiene soberanía. Un rey que reina, pero no gobierna. Un monarca que ha aprendido en la propia carne de su dinastía que no puede meterse en política por la cuenta que le trae. Y, además, tiene que dar un discurso cada Nochebuena que tiene en vilo al país y en el que ha de procurar no disgustar a la derecha sin molestar a la izquierda. Tiene que contentar a la oposición y dejar satisfecho al gobierno. Ha de tocar los grandes problemas del país, pero sin explicitarlos si no quiere incendiar el sistema. No puede avanzar una sola propuesta sin arriesgarse al desastre. Ha de mostrar buena opinión del estado de la situación, pero no muy buena si quiere contentar a quienes la consideran al borde del precipicio. Insinuar sin aclarar. Hablar sin decir.

No está ante un discurso. Está ante un acertijo.

No. No es Monarquía o República. La República es una carcasa, La Monarquía es un estuche. No es ésa la dualidad que vive este país. Es la terrible fractura del sistema político que habita dentro. Un sistema con un nivel de polarización que no conocía España desde los años treinta del siglo pasado. Entonces con una República, hoy con una Monarquía.

No esperen nada de un discurso real. Es un obligado adorno navideño. Nada bueno, nada malo. Lo malo está en la interesada ascua que algún partido se empeña en arrimar a su sardina. La derecha española cree tener el “poder” en España escriturado a su nombre en el Registro de la Propiedad. Y considera que el Rey lo certifica avalando sus posiciones cada vez que abre la boca. Una patrimonialización de la Monarquía que constituye una auténtica amenaza para la institución. Caer en esa tentación se llamó históricamente “borboneo” y acabó con la dinastía por dos veces en el exilio.

Ése es el auténtico peligro del imposible discurso del Rey.