Palabras gruesas

Luz para un nuevo año

Un reloj esperando la Nochevieja

Un reloj esperando la Nochevieja / Fernando Alvarado/EFE

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

Qué difícil se nos está haciendo encarar el nuevo año sin perder la fe en las personas, sin dejar de contemplar demasiados lugares donde la indignidad, la injusticia y la maldad campan a sus anchas y se han hecho con un presente, cuando menos, desconcertante.

No queremos resignarnos a que, dentro y fuera de nuestro país, la política y las instituciones sean dominadas por matones de barrio, por esos camorristas profesionales que a la primera de cambio lanzan una botella de agua en un parlamento, invaden un país entero o bombardean campos de refugiados sin importar el número de víctimas o los miles de mujeres y niños enterrados bajo los escombros.

Antes, la Navidad y el Nuevo Año eran fechas en las que los aparentes e impostados deseos de paz aplacaban los ánimos y detenían la barbarie, aunque fuera de manera tan pasajera como engañosa. Durante la Primera Guerra Mundial, en el invierno de 1914, soldados del imperio alemán que combatían en las trincheras del frente occidental contra las tropas británicas decidieron, durante la Nochebuena, promover un alto el fuego espontáneo durante el que cesaron los ataques y confraternizaron fuera del silbido de las balas, cantando villancicos y compartiendo cigarrillos en lo que se conoció como la Tregua de Navidad. Fue un paréntesis muy breve en una guerra terrible, que al poco tiempo se reanudó de manera cruel, con un balance de muerte y destrucción nunca vivido anteriormente.

Pero a medida que ha avanzado la civilización, prosperando el conocimiento y floreciendo nuestro desarrollo parece que estamos retrocediendo hacia una inhumanidad y un salvajismo inagotable que no pone límites a la barbarie, al margen de cualquier principio básico moral, ético, humanitario o jurídico. Décadas de leyes, tratados, convenciones, acuerdos, conferencias y resoluciones internacionales que con tanto esfuerzo se han construido en las últimas décadas parecen haberse evaporado de repente. Como resultado, estamos ante una de las Navidades más despiadadas de los últimos tiempos, hasta el punto de que los incesantes llamamientos a la paz que ha hecho el papa Francisco no han dejado de alimentar, todavía más, la crueldad y el salvajismo a lo largo y ancho del planeta.

A pesar de las luces festivas, de los regalos y nuestras mesas surtidas de buenos manjares vivimos unas Navidades, preludio de un Nuevo Año, sin dejar de contemplar a nuestro alrededor guerras, masacres, atrocidades, muerte y destrucción. Es difícil recordar unas Navidades tan sangrientas, en las que los anuncios de colonias y turrones se mezclan con noticias de bombardeos y muertes, con imágenes tan dolorosas de víctimas, cadáveres y entierros, con informaciones de despliegues militares y de fuerzas armadas en tantos lugares.

En Gaza asistimos con pasividad a una de las mayores carnicerías cometidas por un ejército occidental en los últimos tiempos, con un nivel de destrucción y muerte desconocido, acompañado de atrocidades y salvajadas a las que creíamos no asistiríamos en el siglo XXI. Hasta el punto de estar contemplando de manera turbadora sucesos que nos recuerdan imágenes vividas durante el nazismo: fosas comunes con centenares de muertos enterrados con prisa, bombardeos de hospitales repletos de enfermos y profesionales sanitarios, menores, ancianos y miles de hombres en ropa interior de rodillas frente a fusiles y tanques del ejército israelí en campos de fútbol, miles y miles de niños y mujeres asesinados por los bombardeos o enterrados vivos en sus casas por las excavadoras, en campos de refugiados en los que estaban concentrados en condiciones infames, sin dejar entrar ayuda humanitaria o incluso quemando convoyes para forzar el hambre y la muerte de cientos de miles de personas a las que se desplaza de una zona a otra para después bombardearlas. Gaza no es únicamente un genocidio, sino un proceso de limpieza étnica sistemático ante los ojos y la pasividad del mundo.

La guerra en Ucrania se encuentra congelada, al igual que el frente de 600 kilómetros, convertido en una auténtica picadora de carne. Allí, todo a su alrededor ha sido arrasado, al igual que una ingente cantidad de material militar y armamento. El coste para el ejército ruso ha sido enorme, tanto en bajas humanas como en una parte considerable de su equipamiento y esa ha sido la gran baza que han jugado los Estados Unidos, infringir un daño considerable a las fuerzas armadas rusas manteniendo en cambio su aparato militar intacto. Pero para Ucrania el coste de la guerra está siendo tan considerable que va a lastrar durante generaciones las posibilidades de recuperación del país, diezmado demográficamente y con una economía arrasada en una parte considerable de su territorio, mientras se extiende la fatiga de una guerra que no parece que vaya a ganarse mientras sigue succionando recursos necesarios para otras muchas necesidades y divide a una UE que está sufriendo en primera persona efectos económicos y sociales del apoyo a una guerra a la que no se ve salida.

De Argentina, Myanmar, Nigeria, Sudán, Siria, Afganistán, el Mediterráneo, el Sahel, Libia, Yemen y la Cañada Real, por citar algunos lugares, ya hablamos otro día.

Por eso queremos que venga un Año Nuevo y distinto, porque, parafraseando a Platón, cuanta más oscuridad hay en la noche más ganas tenemos de que llegue la luz.