Opinión

El peor programa de la semana

Silvia Intxaurrondo en 'El mejor de la historia'.

Silvia Intxaurrondo en 'El mejor de la historia'. / TVE

El asunto es el siguiente: unos cuantos miles de españoles (y españolas) votaron vía web y se conformó un panel de 50 personajes (en el que cabe Cervantes, Rosalía de Castro o Manuel de Falla, pero también Jesús Quintero, Lola Flores o Jesús Hermida: lo primero, que las cosas tengan sentido, claro que sí. Como si a un potaje le metes garbanzos, berza y salmón noruego con salsa teriyaki y edamame. Cada viernes se eligen a diez de esos personajes, y un comité (o similar) formado por un par de cómicos, alguna actriz de vuelo corto y alguna otra cara conocida necesitada de focos (una política sin partido, un presentador sin programa, un humorista sin gracia), tienen que ir adivinando el orden de la lista en función de los votos del público. Los dos primeros (Cervantes y Lola Flores, por ejemplo) pasan a la final, y en ese último programa se elegirá entre los diez escogidos a «el mejor español (o española: gran detalle de quién pensó en el título) de la historia».

Y como no hay peor cosa que permitirnos votar a los españoles (así va todo de bien en este país: estamos que nos salimos) el resultado es un poco dantesco: juntar a Isabel I de Castilla, Ortega y Gasset, Lola Flores o Mercedes Milá (sí, Mercedes Milá, como lo oyen) es un ejercicio de tan alto riesgo que no me entra en la cabeza cómo alguien con cierta sensatez en TVE no lo vio venir. ¿Cómo puede salir esto bien, por mucho foco que lo alumbre y lentejuela que le pongas? Es como si haces una película con Antonio Banderas, Florinda Chico y los hermanos Calatrava, y dirigida por Antonio Saura. Así que de primera vamos mal, pero seguimos: el comité de caras amables elegido para cada programa no puede ser más soso y desnortado. Tan pronto aparece Carlos Latre opinando sobre los méritos de Benito Pérez Galdós que Begoña Villacís diciendo que Lola Flores fue un referente para las mujeres españolas. Oír a Miguel Ángel Revilla ponderando los méritos de Picasso y los de la Pasionaria también es para verlo. Este programa podría tener cierta gracia si fuera una parodia, si jugara con las ironías, si acertara con las imitaciones de los personajes. Pero no, qué va: el dislate fundamental es que todo parece ir en serio. El resultado de este mejunje desaguisado y ampuloso es que lleva una media de apenas un 5,7 de audiencia: la paradoja de El mejor de la historia es que es uno de los peores programas de la semana.

Pero lo que nos tiene hiperventilando a todos y todas es la aparición de Silvia Intxaurrondo en plan maestra de ceremonias y en plan «porque yo lo valgo, España». Ya que se va a elegir al mejor español de la historia, que le pille en orden de revista: vaya collar, menudos pendientes, qué peinado y menudos vestidos. Pero lo peor no son las ínfulas de ese continente, sino las del contenido: son esas caras y frases de intensidad forzada («y entre Ramón y Cajal y El Loco de la Colina, el público ha decidido que el puesto número cinco de la lista es para...»), ese querer interpretar un guion pésimo, esa declamación excesiva («qué noche tan formidable, queridos telespectadores», «impresionante elección la que nos aguarda», «qué nervios tengo, compañeros»). Y todo eso, por elegir entre Matías Prats y Hernán Cortés, o Emilio Aragón (sí, Emilio Aragón: como lo oyen) o Isabel II. Pero Silvia, por dios, ¿cómo tu fino olfato periodístico no te permitió oler el bodrio en el que te metías? ¿Presentar La Hora de la 1 te sabe a poco? ¿Echabas en falta el glamour? Y lo último: ¿sabías que Paolo Vasile rogó varias veces a Pedro Piqueras que después de su informativo continuara presentando First Dates o La isla de las tentaciones con pajarita y smoking, pero que rechazó la oferta diciendo «no me veo, Paolo, no me veo»? Silvia, nada como el miedo de vez en cuando, nada.