Opinión

Atajos

Atajos.

Atajos. / INFORMACIÓN

Vivimos en el máximo esplendor de la cultura del atajo. Lo queremos todo y lo queremos ya. Y si para conseguirlo podemos, como Alicia en el País de las Maravillas, tomarnos una pildorita y conseguirlo de inmediato, pues mejor que mejor. Sueños cumplidos. La letra pequeña del ‘contrato’ ni la leemos ni nos interesa, porque lo que cuenta son los resultados.

La última parcela en la que se nos ha colado la promesa de lograr objetivos a corto plazo sin despeinarse es la lucha (la persecución más bien) contra la obesidad. Una sola palabra, «Ozempic», parece haberse convertido en el santo grial en la materia, y basta ponerla en Google para que avalen su popularidad indiscutible millones de resultados.

Se trata de un medicamento originariamente recomendado para adultos con diabetes de tipo 2, que junto con dieta y ejercicio, puede mejorar el nivel de azúcar en la sangre y conlleva a menudo pérdida de peso. Por este motivo, en los últimos meses se ha erigido en el remedio de moda para ‘iluminados’ que sueñan con ese objetivo y lograr resultados casi inmediatos. Sin embargo, no hay que investigar demasiado para encontrar asociados al compuesto en cuestión efectos secundarios no tan beneficiosos tras su uso o desuso, sobre todo cuando se ha comenzado a consumir sin prescripción médica. Porque muchas veces los kilos de más tienen raíces mucho más retorcidas de lo que parece y hay que tratarlos no sólo con química, sino también con cabeza y, sobre todo, profundidad.

Pero, en este llamado ‘primer mundo’ en el que vivimos, una mayoría no anda demasiada sobrada de esto último. Además, les falta paciencia y cultura de esfuerzo y, como buenos ‘cortoplacistas’ que son, les es mucho más fácil tirar por la calle de en medio y tomarse la «pastillina» de turno, que promete ser la solución a todos sus problemas, los del cuerpo y los del alma.

No en vano, nuestro país es el tercero de la Unión Europea en consumo de antidepresivos, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Y en 2023, España lideró el ranking mundial, por tercer año consecutivo, en el consumo de medicamentos contra la ansiedad, el estrés y el insomnio.

Y si ya nos ponemos a hacer recuento de la cantidad de fármacos que se consumen para tratar los principales problemas de salud de la actualidad: el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión o el sida, los números se disparan a cantidades que se escapan a la comprensión de los simples mortales. Y pocas veces nos paramos a analizar como merece las causas que han disparado los casos, o discutimos y ponemos el acento en la importancia de la prevención.

Personalmente creo que las farmacéuticas son en nuestro tiempo los negocios más lucrativos, con menos escrúpulos y más daños colaterales consentidos y socialmente aceptados, que existen. Quizás porque El jardinero fiel, la película basada en la novela de John le Carré, me sacudió tanto por dentro que siempre he tenido bien presente su mensaje.

Durante la pandemia del coronavirus, cuando los grandes laboratorios fueron origen (sospechado) y solución del problema de salud mundial más importante de este siglo, volví a pensar en la cinta dirigida por Fernando Meirelles. Pero pasado lo peor, las teorías conspirativas y los debates sobre los beneficios y los intereses de estos gigantes quijotescos, han vuelto a quedar olvidadas convenientemente.

Obsesionados con encontrar soluciones a nuestros «problemas», en el día a día, tendemos a ser prácticos, y poco nos importan las consecuencias que puedan tener en nuestro organismos en el futuro ciertas sustancias o la ética de los protocolos con los que se llevan a cabo los ensayos clínicos, que consiguen sacar al mercado la fórmula de la felicidad o el fin del dolor. No nos planteamos que en la mayoría de los casos estos tratamientos suelen ser crónicos o adictivos, de manera que les aseguran a sus productores considerables ingresos y a nosotros, gastos, que muchos están dispuestos a afrontar de por vida, sin pensar mucho más allá. Porque lo único que importa es el aquí y ahora.

La ironía es que la humanidad, al menos en la que nosotros vivimos, es la más longeva de la historia. La esperanza de vida en España ahora mismo está en 80,4 años en los hombres y 85,7, en la mujer. De manera que no estaría de más ser más conscientes de los efectos a largo plazo de ciertos compuestos, tratamientos y modos de vida, porque los atajos no suelen salir gratis.