El 4 de septiembre de 2019 se publicaba en esta sección mi carta titulada “Los túneles de ADIF”. En ella reclamaba a esta empresa que arbitrara la solución oportuna para que los viajeros que utilizan el ferrocarril en la estación convencional de Villena, no la del AVE, evitaran subir y bajar dos empinadas escaleras de veinticinco peldaños cada una para ir de un andén a otro, operación que requiere un esfuerzo y sacrificio cuando se trata de personas mayores o simplemente portando equipaje pesado. A los pocos meses ADIF anunció que encargaba a un gabinete de Madrid la redacción del proyecto para la instalación de dos ascensores, la mejora del alumbrado y la marquesina. Con posterioridad, el 6 de julio de 2020 también supimos por algunos medios que la citada empresa acababa de firmar el contrato con la adjudicataria de las obras, a desarrollar en un plazo de ocho meses a partir del inicio de las mismas. La noticia no especificaba la fecha de ese “inicio”.
Pronto se cumplirá un año de aquel anuncio sin que por la estación urbana de Villena haya aparecido ni un ladrillo ni un albañil. Entretanto, el 14 de septiembre de 2018 el diario Vasco publicaba que ADIF iniciaba las obras para favorecer la accesibilidad a los servicios ferroviarios de los viajeros, incluidos aquellos de movilidad reducida, en las estaciones guipuzcoanas de Andoaín, Ordicia y Urnieta, presupuestadas en 5.421.779,48 euros. Estas tres poblaciones suman 31.026 habitantes y el presupuesto para Villena, con cerca de 35.000, ronda tan sólo los 100.000 euros. Del número de trenes de medio y largo recorrido que circulan por una zona y otra mejor no hablar. Difícil de entender todo esto.
