Siempre hay razones para el orgullo. Con el paso del tiempo yo podré decir (con orgullo) eso de “yo estuve allí”. Podré decir que un cuatro de noviembre de 2022, vi a Antonio Díez bajar las escaleras del auditorio de CC.OO apoyado en sus muletas sin que el hombre sospechara que iba a asistir al merecido homenaje que los compañeros de partido −en colaboración con su familia− le habían preparado. Podré decir que la emoción se instaló en el recinto desde el instante mismo en que Antonio ocupó su asiento. Ese día, yo conocí, a través de los muchos testimonios que fui escuchando, la labor de un militante comprometido, siempre en segundo plano, pero siempre en la vanguardia y en la primera línea del debate y la presencia activa de todos y cada uno de los movimientos políticos que tuvieron lugar en la ciudad de Alicante en los años más duros del franquismo o en la convulsa transición democrática. Noventa años perseverando en la idea del bien común, el compromiso con la justicia y la consolidación de un proyecto. Me impresionó la entereza de Antonio a la hora de dirigirse a un auditorio puesto en pie. La humildad en sus palabras de agradecimiento. Hubo muchas ovaciones, muchas muestras de cariño, palabras de aliento, momentos para el recuerdo y alguna que otra lagrimilla. Si, yo estuve allí el día en el que se le rindió homenaje a una persona íntegra, a un luchador invencible, a una buena persona.