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Perfil: Alberto Fabra, un presidente sin votos

Alberto Fabra llegaba al Palau de la Generalitat el 20 de julio de 2011. Francisco Camps había dimitido como jefe del Consell, arrastrado por el caso Gürtel, y Fabra le sucedía en el cargo y se convertía así en el primer presidente de la Generalitat procedente de Castellón. Su perfil moderado, su talante conciliador, y, por encima de todo, el respaldo, y el dedo, de Génova, lo situaban al frente del Gobierno valenciano, aunque, eso sí, en un momento especialmente complicado. Llegaba la cúspide del Consell sin haber tenido que ganarse la confianza en las urnas, pero tampoco era algo nuevo para él. Seis años antes ya se había hecho con el bastón de mando del Ayuntamiento de su Castellón natal cuando el PP decidió relevar al polémico José Luis Gimeno, aunque, sí es cierto que, a partir de ahí, logró renovar la Alcaldía en las elecciones de 2007 y 2011. Ahora no ha sido así. El president que en la consulta del pasado domingo se estrenaba como candidato al Consell acabó fracasando en su intento. Su formación se dejó 600.000 votos por el camino, lo que le impide renovar la mayoría absoluta en las Cortes y deja el Gobierno valenciano en manos de la izquierda por primera vez en 20 años.

Nacido en 1964 y aparejador de profesión, Alberto Fabra, que no tiene nada que ver con el controvertido Carlos, se inició en eso de la política afiliándose a las Nuevas Generaciones de la Alianza Popular de Manuel Fraga en 1982, precisamente en plena euforia socialista. Fue en 1991 cuando resultó elegido concejal en el Ayuntamiento de Castellón. Allí pasó por varias áreas, hasta acabar recalando en Urbanismo y en la primera tenencia de Alcaldía. Sin embargo, fue tras su designación como presidente de la Corporación municipal castellonense cuando su figura comenzó poco a poco a despegar. Primero, en 2007, se hizo con un escaño en las Cortes. Poco después, en 2009, la marcha de otro de los salpicados por Gürtel, Ricardo Costa, lo encumbró al cargo de coordinador autonómico del PPCV. Fue desde esa posición desde la que intentó mediar entre Camps y la cúpula del PP en Alicante, liderada por Ripoll, aunque sin mucho éxito, y fue desde esa posición también desde la que intentó frenar la escisión de los populares en Benidorm y la marcha de Gema Amor, con los mismos resultados.

Sin embargo, más allá de eso, la figura de Fabra se fue consolidando, y, a medida que la posición de Camps se debilitaba, el de Castellón iba ganando influencia, que no liderazgo. Fue así como su nombre comenzó a sonar como posible relevo al frente del Consell, por encima incluso de la apuesta del núcleo duro del campsismo, que estaba con Paula Sánchez de León. Al final, Alberto Fabra ganó la partida. El respaldo de Mariano Rajoy fue decisivo.

Había sido puesto sin primarias ni nada parecido, pero el partido decidió darle un voto de confianza, hasta que consiguiera forjar una red de alianzas suficiente con los líderes de su grupo. Fabra, a cambio, optó por mantener al equipo anterior, al menos por un tiempo. Tardo casi un año y medio en deshacerse de la herencia de Camps e impulsar una renovación de entidad que hiciera temblar los cimientos del Consell. Sin embargo, ni por ésas. Su liderazgo, lejos de consolidarse, fue cayendo en picado y el malestar entre la mayoría de familias del partido fue evidente desde bien pronto. Ni siquiera logró retener a su principal aliado y su mano derecha durante un tiempo: José Císcar. El ascenso de su colaboradora más antigua, de Esther Pastor, como secretaria autonómica de Coordinación en Presidencia, limitaba el papel de Císcar y encendía las alarmas en el Palau de la Generalitat. Poco a poco, empezaron a extenderse los rumores en torno a un hipotético sucesor, y tampoco ayudó mucho que Rajoy y María Dolores de Cospedal apuraran hasta el límite para ratificar a Fabra como candidato para estas últimas elecciones. En Génova dudaban, y no acabaron de tomar una decisión hasta prácticamente el tiempo de descuento. El perfil de Fabra no acababa de encajarles, y las encuestas ayudaban bien poco, por no decir nada.

Ahora bien, no fue la falta de liderazgo el único problema al que tuvo que enfrentarse desde bien temprano. Con una Comunidad castigada en exceso por la crisis, una Administración totalmente paralizada por el endeudamiento, y una agenda política sacudida día sí y día también por la corrupción, los encargos con los que llegaba al Gobierno valenciano no podían ser más evidentes. Empezó así a poner en marcha un programa marcado por la austeridad y los recortes, para poder hacer frente a los impagos a las farmacias, a las universidades... Y para poder hacer frente a todas las facturas que fueron saliendo de los cajones. No fue suficiente, hasta el extremo de que el equipo de Fabra ha llegado al fin de esta legislatura que ahora acaba prácticamente duplicando la deuda y dejándola en el entorno de los 40.000 millones. Además, el ninguneo de Madrid ha sido más que evidente, y ni siquiera la escenificación protagonizada hace unos meses junto a los empresarios de la Comunidad para forzar el cambio del modelo de financiación y que llegaran más fondos fue suficiente.

En cualquier caso, si hubo una decisión polémica que marcó su legislatura ésa fue la del cierre de Radio Televisión Valenciana, después de que los tribunales anularan el ERE con el que el Gobierno valenciano pretendía redimensionar el ente público.

Mientras tanto, los escándalos políticos se multiplicaban a su alrededor. Gürtel había sido determinante en su aterrizaje en el Palau, pero, hasta llegar a la reciente caída de Alfonso Rus, de por medio están los Brugal, Noos, Emarsa, Blasco, Hernández Mateo, Carlos Fabra o la propia dimisión de Sonia Castedo. Hubo momentos en los que la lista se las prometía interminable, mientras que en la bancada popular de las Cortes se llegaban a sentar hasta once imputados. Así las cosas, y forzado por las circunstancias, no tuvo más remedio que dar forma a su ya famosa «línea roja», que le generó más rechazo aún entre los suyos. Sin embargo, de una manera u de otra, todos los imputados acabaron apartados de su escaño, y hasta la propia Castedo tuvo que renunciar al final a la Alcaldía de Alicante.

Sentencias como la del Tribunal General de la UE que fallaban que las ayudas a Ciudad de la Luz fueron ilegales, o la multa de 19 millones que impuso Bruselas recientemente por maquillar las cifras de déficit en esta Comunidad en la etapa anterior a Fabra no han hecho más que poner más piedras en un camino ya complicado de por sí desde el prinicipio.

Ahora dos décadas después de poder omnímodo, el PP tendrá que dejar el Palau de la Generalitat. Es la fuerza más votada, pero ha perdido la mayoría absoluta en las Cortes y en los principales ayuntamientos. La oposición vendió el discurso de la corrupción en esta campaña que recién ha acabado, mientras el PP ofrecía economía y estabilidad. No ha sido suficiente. La debacle ha sido absoluta y, a estas alturas, Fabra tira la toalla y ni siquiera presentará su candidatura en el debate de investidura. Sí aguantará, al menos de momento, como presidente del PPCV hasta el congreso ordinario de enero de 2016. La situación le obliga a dar un paso atrás. Y es que el presidente que el 24-M se estrenaba como candidato al Consell, al final, se ha quedado sin votos.

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