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Así se negoció el tripartito

El negociador de Compromís Manuel Alcaraz relata paso a paso cómo se gestó el acuerdo para gobernar la ciudad de Alicante

«Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades».

(J.L. Borges. «Los conjurados»).

Sostiene Innerarity: «Los políticos hacen mal algo que nadie hace mejor que ellos». En efecto: ninguna otra actividad -salvo, quizá, árbitro, obispo o banquero- es capaz de concitar tanta animadversión y prejuicio. Ello obedece a causas muy profundas pero, sobre todo, actualmente, a dos: a) las demandas de la ciudadanía son siempre superiores a las ofertas del poder o a lo que puede satisfacerse desde él, lo que se ha incrementado por la crisis; b) en ausencia de otras figuras mitológicas, el político se convierte en el chivo expiatorio de las sociedades complejas. Esto no significa quitar ninguna culpa a políticos que en los últimos años lo han hecho muy mal, en especial los gestores del bipartidismo. Pero tampoco hay que olvidar que cada corruptela de un político se generaliza en el imaginario colectivo hasta manchar a todos los políticos, que cada error se magnifica en los medios de comunicación que, sin embargo, raramente alabarán un acierto.

Sirva el introito para fundar una pregunta: si esto es así, ¿cómo hay tanta gente dispuesta a ser política? La voluntad de enriquecimiento ha podido servir en casos puntuales, pero la mayoría de los sueldos de políticos no son demasiado altos y estoy convencido de que la mayoría de los más abyectos corruptos encontraron la corrupción sobre la marcha, o como dijo una concejala cogida en pecado en una escucha policial: a mí decidme lo que tengo que hacer y lo que me toca, que nunca imaginé que yo estuviera en un lío de estos... ¿Será el orgullo, el deseo de fama, el afán de servir, de experimentar?, ¿un ego superlativo que reclama reconocimiento o un ego diminuto que usa de los votos como terapia de crecimiento?, ¿será, en fin, la avidez pura de poder? Probablemente sea una mezcla de todas estas cosas y aún de más. Y de contradicciones y casualidades que se cruzan por en medio de la vida. Así, sin ir más lejos, la política me gusta más que el arroz con leche, pero por ahora creo que ciertas opciones están cerradas para mí: ni sé montar en bicicleta ni soy monja. Pero aún puedo ser explorador.

Le pedí a los míos integrar la comisión que negociara el posible acuerdo de gobierno para el Ayuntamiento. Creí que podría ser útil mi experiencia: de todos los habituales en las reuniones que comentaré soy el que más trienios acumulo en política, asociaciones cívicas y cosas así, casi 40 años. Para bien y para mal. Otra razón era la posibilidad de contemplar desde dentro el proceso. Y confieso que no tanto por dar testimonio histórico sino por ver si alguna cosa puedo aprender, aún, de la naturaleza humana, concepto que no me gusta, pero que aquí nos es de utilidad. Naturaleza humana, en fin, sometida a la presión de las ideas, convicciones e intereses políticos. Explorador de razones y emociones, pues, pero explorador implicado: antropólogo de quince días agitados. No observador pasivo de dimes y diretes. Y mira que ha habido dimes y diretes, que la ciudad se pobló de sabios capaces de saber y explicar a los que estábamos dentro lo que hacíamos, a partir de un susurro cogido al vuelo y un prejuicio bien establecido. También ha formado parte del experimento.

En fin, a lo que íbamos, un proceso de negociación como este debe partir de dos realidades que, a menudo, se olvidan:

A.- Los datos son los que son y no los que quisiéramos. Si así fuera, digamos lo que digamos, todos desearían mayorías absolutas. Pero no. Aquí la realidad era: 1) Los resultados: 6-6-3; 8-6. 2) La Ley, que otorgaba al PP la alcaldía automáticamente si no había acuerdo entre las fuerzas de izquierda -o, alternativamente, de dos fuerzas de izquierda y Ciudadanos-. Otra parte de la realidad es que nadie quería asumir el riesgo de dejar que el PP gobernara con su voto o abstención, y menos con unas Generales en otoño. Porque la situación de la que se venía se estructuraba en torno a la idea de «cambio», aunque, como se vería en la negociación, fuera concepto ambiguo: si los tres partidos hubieran estado de acuerdo en lo que significaba no hubieran sido tres, sino uno. Pero asumir el cambio representaba, al menos, «estar contra el PP». Esto podía provocar que el PP se rasgara las vestiduras. Pero daba igual: ya no le quedaban vestiduras, el rey estaba desnudo. El PP será por bastante tiempo incapaz de esbozar una sola propuesta que se autojustifique moralmente. Le queda por delante el silencio o el ridículo.

B.- La negociación no se puede reducir a un cálculo de racionalidad abstracta. Ante todo porque el factor humano planeará sobre todo, porque las emociones tienen un papel esencial. En la jornada de reflexión fallecía Nash, que obtuvo el Premio Nobel por sus estudios sobre la teoría de los juegos; en ella se conjetura sobre el «juego del ultimátum»: varios jugadores deben repartirse una cantidad de dinero, imaginemos 10 euros; si el jugador A es quien tiene los 10 euros debe ofrecerle, para ganar la voluntad de B, con algún fin, una cantidad que esté entre 1 y 10 euros; la teoría económica prescribe que lo más práctico -«racional»- es que A ofrezca siempre 1 euro y se quede 9, y que B acepte 1, ya que de otra manera no gana nada. Pero los seres humanos no reaccionamos así: estudios empíricos demuestran que la gran mayoría de personas, en la situación de B, no aceptan menos de 3 euros porque se sienten insultados. Pero, curiosamente, no pasa lo mismo si A es una máquina, un juego de ordenador: muchos más aceptan 1 sin problemas: la máquina no ofende. Pues esto es lo que ha sucedido en esta negociación: no se trataba sólo de acordar ideas y repartir fuentes legítimas de poder, sino de vencer con argumentos, de con-vencer. Aun sabiendo muchas veces que eso era imposible, o que, aunque convencidos, quien tuviera los 10 euros en la mano siempre se reservaría la mejor cifra final. Esto es, a la vez, tranquilizante y frustrante.

Todavía hay más fronteras: el tiempo era muy limitado y obligaría a dejar fuera de la agenda algunas cosas. Pero más importante fue la ausencia de precedentes: tras una eternidad de mayorías absolutas y 20 años de PP no teníamos referentes, nadie que recordara qué soluciones se dieron en situaciones similares. Pertenecí al primer Ayuntamiento democrático, pero ni participé en las negociaciones entre PSOE y PCE -tenía 20 años y entré a la Corporación tras la dimisión de un camarada- ni entonces hubo mucho matiz: acuerdo general en toda España, apoyo a la lista más votada. Esa pérdida de memoria eficaz está también presente en la sociedad civil. La voz unánime era: ¡pactad! Sin detenerse a analizar las dificultades. El asunto se vuelve más peliagudo en época enredada: no uso tuiter ni guasap, y eso me permite mantener a flote mi precaria estabilidad mental, puesta ya en entredicho por Facebook. Pero no todos se procuran esta cautela. En una asamblea de Compromís recomendé quemar los móviles: vano empeño, lo sé, pero útil para evitar cotilleos, infundios, ataques desmesurados, infantiles arbitrismos de los que están seguros de que el pacto no se cerró en los primeros diez minutos por pura maldad.

Aún haré mención de otra dificultad objetiva: a estas alturas es evidente que el proceso estaba presidido por la complejidadcomplejidad. Pero me permito usar el término en un sentido no banal, sino como la situación que se produce cuando la información es incompleta. Todos los actores teníamos información incompleta, incluso, a veces, de los deseos de nuestros propios partidos. Alguno dependía angustiosamente de las decisiones sucesivas y futuras de su asamblea. Todos temíamos algún comentario de prensa que tensara las cosas. Y todos recelábamos de todos. ¿Cómo no habría de ser así si hasta unos días antes habíamos peleado por cada voto, si habíamos perdido la experiencia de trabajar juntos hasta en la oposición, cuando el PSOE había barrido a todos sus anteriores ediles y Compromís entraba por primera vez en el consistorio? Ahora es muy fácil reinterpretar el proceso porque sabemos cómo acabó y tendemos a pensar que todas las acciones fueron encaminadas a ese fin. Pero no es verdad. Algo que me entretuve en analizar durante las conversaciones es el hecho de cómo solemos pensar que cada acción es una causa que sólo provoca un efecto. No es cierto: normalmente cada causa provocaba varios, a veces contradictorios.

Desde estas premisas contaré algunas partes de la negociación. De manera subjetiva, faltaría más, que esto no es material sacrosanto. Trataré de evitar opiniones particularizadas y tenderé a nombrar, casi exclusivamente, a los actores principales. Aunque, aparte de los mencionados me parece de justicia recordar, al menos, a Víctor Domínguez, Ismael Vicedo o Pedro Boj. Nadie de los participantes, espero, se enfadará conmigo: al fin y al cabo, como se verá, una obsesión del proceso fue la transparencia. Aquí está mi transparencia. La transparencia absoluta, la luz que emite verdad sin margen a la interpretación particular no existe. O como ha escrito un filósofo recientemente: «El imperativo de la transparencia sirve sobre todo para desnudar a los políticos, para desenmascararlos, para convertirlos en objeto de escándalo. La reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La participación tiene lugar en la forma de reclamación y queja. La democracia de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de espectadores». De esa presuntuosa transparencia descreo.

En el principio hubo contactos entre Pavón, Bellido y Echávarri. Y dos coincidencias preliminares: A) Las reuniones serían bilaterales hasta que hubiera una aproximación en las propuestas programáticas. B) Éstas precederían en todo caso al debate sobre cargos. Y es que en el ambiente planeaba el terror a la acusación de «intercambiar cromos», pareciendo suficiente exorcismo demostrar que antes que existía acuerdo en un Programa de mínimos. No había otra manera de hacerlo. Pero el método tenía dos problemas. El primero es que no se querían cambiar cromos, pero nadie renunciaba al cromo grande, a la Alcaldía. El segundo es que el método impidió asignar funciones específicas, programáticas, a las diversas concejalías, por lo que estas se atribuirían el último día con muy poca precisión en sus perfiles, lo que puede dar lugar a problemas futuros. Por lo demás la presión ambiental y el cansancio de la inmediata campaña pasarían factura: el embotamiento de la imaginación amenazaba y no hubo tiempo para debates generales que, quizá, hubieran sido de importancia; por ejemplo sobre cómo superar la postración de la autoestima ciudadana o hasta dónde llegar en la exigencia de responsabilidades al PP. Pero intentar este tipo de debates, en esas circunstancias, hubiera conducido a un encallamiento prematuro del proceso.

Empezaron las reuniones bilaterales el día 27, en CC OO, entre Compromís y Guanyar. Un tanteo mutuo. Guanyar insistió en que Pavón era quien más méritos había hecho para ser alcalde, que estarían dispuestos a una Alcaldía rotatoria, propusieron una suerte de frente común en la negociación respecto del PSOE, dada la mutua proximidad programática, e informaron de que aquella delegación era informal, virtual casi, ya que aún no había sido designada una comisión negociadora por la todopoderosa asamblea.

Me detendré aquí porque esto condicionaría buena parte de lo que vino después. Esa asamblea ha sido lo que ha permitido configurar Guanyar, darle la apariencia de estar por encima de EU y de partes inciertas de Podemos, para construir una «confluencia» que rebasara las fronteras de los partidos. Es legítimo, y ya veremos si sobrevive. Pero esa identidad llevó, por ejemplo, a que su comisión negociadora estuviera integrada por 21 miembros con enojosas rotaciones. También empezó a asistir un silencioso espectador, presentado como «el observador», que según propia explicación procuraba llevar cuenta de que los representantes de su grupo no rebasaran el mandato asambleario, lo que consideraba una forma de «empoderamiento». La cosa se ponía más peliaguda cuando trataban de explicar a los demás que «eso» es auténtica democracia, dejando en el aire la sospecha de que los demás no eran suficientemente democráticos... lo que explicaría que por eso no estaban a favor de algunas propuestas. Molesto era, y a algún enfado condujo, en especial cuando quedó claro que nada de lo que se aprobaba en la mesa podía darse por auténticamente cerrado hasta que no lo ratificaba la asamblea. Guanyar nunca pensó que si todos los grupos empleaban el mismo método, el acuerdo hubiera sido sencillamente imposible, y no sólo por razones de eficacia y de gestión del tiempo, sino porque este tipo de fuente de legitimación hubiera ido elevando paulatinamente el nivel de las exigencias hasta que no hubiera sido posible hacer ninguna concesión mutua.

PSOE y Compromís formaron equipos de negociación de media docena de personas. El liderazgo de los socialistas siempre estuvo en manos de Echávarri, mientras que en Compromís se decidió un reparto entre Bellido y yo mismo, que esencialmente intervendría en los asuntos más conflictivos. El PSOE anunció que debía someter sus decisiones a una amplia Ejecutiva en una fase final. La comisión de Compromís venía con un mandato amplio, limitado a informar de cada reunión a su Ejecutiva, que se reunió a mitad del proceso para una evaluación general, y a someterse a la ratificación global de una asamblea convocada dos días antes del Pleno de constitución del Ayuntamiento.

La segunda reunión aconteció en UGT, entre Compromís y PSOE. Fue una reunión bronca y extraña. Echávarri se limitó, casi, a plantear que él debía ser el alcalde, atendiendo a la mayoría de votos obtenidos, rechazó cualquier otra opción, sin entrar a valorar posiciones programáticas. En buena medida fui el responsable de la tensión al corresponderme un papel ingrato decidido previamente: dejar claro al PSOE que Compromís no se fiaba de su trayectoria, de las sombras que proyectaban, de su falta de sensibilidad histórica ante las fuerzas minoritarias. Y hasta rememoré el voto al Plan Rabassa. Se nos respondió que éramos rencorosos. No era cierto. Era, más bien, el resultado de una paradoja: si debíamos vivir juntos cuatro años más valía asentar una lealtad que hablara claro, que dijera que el cariño puede nacer del roce, pero que amor, amor, no existía en aquel momento. Si se acortaban las distancias sería posible avanzar, desde la sinceridad, pues de lo contrario se acumularían los malos entendidos. Me parece que esta ostentación de desconfianza serviría después para facilitar las cosas. Pero en ese momento nos sorprendió negativamente la actitud de Echavárri, agresiva, autoritaria.

No hablaré de la reunión bilateral IU-PSOE pues, lógicamente, no estuve presente. Me parece que se limitó a un cruce de argumentos sobre quién debía ostentar la Alcaldía y al acuerdo de trabajar en base a programas.

Compromís mantuvo una reunión con Ciudadanos, en coherencia con lo defendido en campaña electoral: con el PP, en este momento, nada hay de qué hablar, pero con los demás había que abrir el diálogo, para que la democracia municipal no volviera a ser excluyente. La reunión tuvo algo de surrealista. Cifuentes y dos compañeros no trajeron su Programa sino una especie de protocolo general de pocas páginas del que reiteraron una y otra vez su punto 1º: no gobernarían salvo en donde pudieran tener Alcaldía. Cualquier intento de que hablaran de cuestiones de la ciudad chocó con un muro de incomprensión. Dedujimos que, sencillamente, han oído hablar de Alicante pero ignoran absolutamente dónde está, los problemas que aquejan a sus gentes ni qué cosa pudiera ser el llamado Ayuntamiento.

En los días siguientes prosiguió la ronda de reuniones bilaterales. Pavón, en un encomiable trabajo, comparó el programa de su partido con los de las otras formaciones, si bien tendía a ignorar las materias en las que los otros hacían propuestas sobre las que callaba Guanyar. En cualquier caso se constató que la coincidencia programática entre Compromís y Guanyar, en los temas esenciales, era muy alta. El mayor problema era su deseo de convocar un referéndum sobre la ubicación definitiva de la Estación Intermodal, mientras que Compromís defendió que ese era un tema cerrado -con independencia de que nos gustara la decisión adoptada- y que los esfuerzos debían aplicarse a conseguir que avanzaran las obras del soterramiento y a reducir las actuaciones de mayor impacto derivadas de la financiación basada en las plusvalías. En esto subyacen dos debates que la nueva Corporación y, en definitiva, la ciudad, deberán resolver: A) cómo cerrar definitivamente grandes controversias abiertas por lustros y que incrementan la sensación de impotencia: Palacio de Congresos, Rabassa, PGOU, soterramiento....; y B) decidir si es posible que para cada una de estas actuaciones la participación ciudadana use un procedimiento tan complejo como el referéndum, susceptible de resquebrajar la cohesión social.

Guanyar también planteó la inclusión en el pacto del rechazo al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la UE (TTPI). Compromís manifestó su oposición a lo conocido de dicho Tratado, y su acuerdo en incluirlo entre los temas a pactar si era necesario, pero expresó alguna duda sobre la utilidad de incluir cuestiones que nada tienen que ver con las competencias municipales. Igualmente pidió explicaciones sobre el concepto de auditoría «ciudadana»: compartía la idea, pero no entendía el alcance y la forma en que los ciudadanos puedan participar en ese proceso. Comenzaban a perfilarse dos posiciones sobre la participación ciudadana: A) una de base más individualista y voluntarista, abierta universalmente a toda persona que lo desee; B) otra más centrada en la participación basada en un movimiento asociativo que hay que robustecer dándole herramientas para su formación.

En cualquier caso la reunión fue muy productiva porque se estableció la preagenda de las cuestiones que acabarán por constituir el pacto programático. Más o menos el mecanismo fue el siguiente: 1) se distinguieron entre materias urgentes y otras de gestión permanente, dilatada en el tiempo; 2) los presentes hicieron sus aportaciones, Pavón hizo un listado que yo amplié; 3) Pavón remitió luego una primera redacción, en la que ya estaba la mitad de las materias que integrarían el texto final; 4) introduje un Preámbulo y Sonia Tirado efectuó una redacción más amplia en la que se introdujeron algunas modificaciones. Ese texto serviría de borrador para la primera reunión tripartita. Antes de ésta, Compromís y PSOE mantuvieron una segunda reunión el jueves 14. En ella el clima había cambiado: Echávarri se mostró profundamente conciliador, aceptando el esbozo de programa planeado. Ignoro las causas de ese cambio: probablemente se debió a que ya no temía la creación de un frente anti-PSOE.

El viernes 15 se produjo la primera reunión de las tres fuerzas, en la Sede de la UA, a cuya dirección y personal -igual que a CC OO y UGT- hay que agradecer su apoyo profesional. Como queda dicho el documento base era el proveniente de la reunión Guanyar-Compromís, con las correcciones posteriores; también se aludió a las respectivas reivindicaciones sobre la Alcaldía, sin insistencia. Hubo un buen inicio: el PSOE -con alguna sorpresa para algunos- aceptó casi todo y, de común acuerdo, se introdujeron diversos puntos nuevos. A esas alturas se había llegado al acuerdo tácito de que yo ejercía de redactor de los puntos, enmiendas, etcétera. Sin embargo, poco a poco -no fue ajeno a ello lo dilatado del tiempo empleado-, el ambiente fue enrareciéndose y se llegó a los momentos más duros de toda la negociación, incluyendo algunas voces demasiado altas -incluida la mía, en una improcedente reacción ante una larga intervención de Pavón, por la que pedí disculpas posteriormente-.

Los motivos de la quiebra del consenso fueron de dos tipos. La primera fue la exigencia de Guanyar en torno a diversas materias, pero, sobre todo, por la forma en que se formularon, con una inflexibilidad que contrastaba con las posiciones de los otros partidos. Compromís, que trataba de ejercer un papel moderador, solía coincidir con las propuestas de Guanyar o, al menos, las aceptaba sin entusiasmo, pero planteaba matices de estilo que las hicieran más digeribles pero, en estos puntos finales, no era atendido. Algunos de los temas en los que el consenso fue imposible ese día fueron: la inclusión del rechazo al TTPI, la revisión de la Ordenanza de ocupación de vía pública, la forma -en su organización había acuerdo- de celebrar unas jornadas participativas al final de los tres primeros meses, el margen temporal y de colaboración con la Generalitat en la construcción de Escuelas Infantiles o si en esos tres meses debía comenzar la auditoría ciudadana o debían emplearse para su definición.

Pero la cuestión más grave de desencuentro no fue ésta, sino el anuncio de Guanyar de que no pasarían a la siguiente fase si los debates subsiguientes no eran abiertos, esto es «con público», pudiendo asistir todo ciudadano que lo deseara. A ello se opusieron Bellido y PSOE. Sin duda Guanyar pretendía aportar transparencia al proceso según una directriz de su asamblea -en cierto modo se trataba de legitimar el proceso de negociación con la misma fórmula que aplican internamente para legitimar sus acuerdos-. Pero había poderosas razones para oponerse. La primera, pragmática, era obvia: no sabíamos quién podía acudir, ni era posible imaginar su comportamiento, lo que suponía dejar las negociaciones al albur de provocaciones y presiones. Guanyar «prometía» que no pasaría nada de eso, que los asistentes se comportarían cívicamente. Pero, ¿cómo podían prometer esto? Era imposible, pero así delataban su ansiedad: era su asamblea la que quería asistir, y ellos respondían en su nombre. ¿Pero quién respondía por los demás? Como había sucedido en asambleas partidarias recientes, se podía llegar a la imprecación y un proceso perfectamente democrático podía devenir en un problema de orden público. Guanyar contraargumentaba diciendo que a los que se oponían les faltaba fibra democrática porque no «confiaban» en el pueblo: no conozco ninguna teoría de la democracia que defienda que hay que fiarse de cualquier fracción autoelegida y autoproclamada como alma del pueblo en un proceso plural en el que se va a negociar parcelas de poder democrático. De hecho, ya habíamos comprobado los efectos perversos de estos asuntos a través de opiniones en las redes sociales, en las que menudeaban las opiniones denigratorias de autointitulados maestros en democracia frente los oscurantistas -todos los demás-.

La otra razón era más ideológica: aceptar el procedimiento suponía abonar la «política-espectáculo», resucitar los oscuros tiempos de los palmeros y provocadores. Y abrir el terreno a la hipocresía. Como Bellido arguyó esa manera de entender la transparencia conduciría a mucho «cuarto oscuro», a negociaciones hechas al margen de la mesa de debate. Guanyar rebajó sus pretensiones hablando de grupos reducidos de espectadores, pero eso abría la cuestión de la forma de selección y cristalizaba los grupos compactos -cada partido llevaría «a los suyos»-. Finalmente, a la desesperada, cuando en el último minuto la reunión acababa sin acuerdo, desde Compromís se recordó que el significado de la expresión, tantas veces citada, de «luz y taquígrafos», significaba, realmente que: A) no habría acuerdos paralelos que no pudieran hacerse públicos, y B) que, estrictamente, podía haber taquígrafos, esto es, un acta, y, si se quería, grabación en audio o/y en vídeo, que se depositara luego en el Archivo de la Democracia de la UA para su custodia y posterior consulta -no llegamos a cerrar el periodo que debía transcurrir hasta estar disponible, pero fuimos dando por hecho que en cuanto estuviera disponible una vez se constituyera el Ayuntamiento-. En aquel momento no hubo manera de acercar más posiciones: la reunión se levantó con negros presagios, a la espera de lo que decidiera la asamblea de Guanyar. Echávarri comentó a Bellido la posibilidad de explorar a Ciudadanos, pero Bellido ni siquiera valoró la propuesta. A la mejora del clima no ayudaron algunas declaraciones a la prensa que, en vez de resaltar que se había llegado a acuerdos en un 95% del texto -que rehice y envié el domingo por la noche-, se insistía en el desacuerdo en el 5% restante.

El fin de semana pasó entre la tensión, una cierta depresión y algunas llamadas telefónicas a personas vinculadas o con buenas relaciones con Guanyar. Llegaron diversas opiniones indicando que podría buscarse un consenso en los puntos controvertidos, pero nada se decía de la negociación «en abierto». No sé el efecto que tuvieron esas posibles «ayudas». Posiblemente no fue excesivo y haya que atribuir el posterior consenso al mismo hecho de descansar unas horas y a la responsabilidad consciente de, al menos, parte del equipo negociador más habitual. Pero el hecho cierto es que el martes, cuando las reuniones se reanudaron, Pavón desbloqueó la situación con dos anuncios. El primero es que aceptaban la grabación de las reuniones como alternativa a la asistencia de público. Y así se hizo, no sin que, progresivamente, llegáramos a gastar bromas sobre esta suerte de «Gran Hermano» o nos dirigiéramos a la cámara cuando íbamos a decir algo importante, aunque la mayor parte del tiempo tendimos a ignorarla. No creo que haya interferido en el resultado final. El «observador» de la asamblea de Guanyar se encargó eficazmente de la tarea técnica. Ignoro dónde está ahora la película.

Me detendré un momento para advertir que no se deben esperar grandes cosas de la grabación. Supongo que será aburridísima y, a menudo, confusa. Pero, dirá alguien, en ella estará «la verdad». Pues tampoco. O no toda la verdad. Me explico: hace años, mi admirado profesor Javier de Lucas me solicitó un libro para su colección sobre «Cine y Derecho» y yo elegí analizar «JFK», la resonante película de O. Stone. No sólo descubrí que su pretensión de autenticidad es ilusoria, sino que pude comprender el significado del famoso «Zapruder film», la grabación hecha por un aficionado del impacto de las balas sobre J.F. Kennedy en Dallas: esa es «la verdad» y tras su redescubrimiento ha sido visionada millones de veces sin que haya un acuerdo factual o jurídico de lo que se ve, aparte de lo más obvio. Pues eso: estas negociaciones tienen su «Zapruder» particular. Pero sin contexto, sin comprender las motivaciones, la trastienda, las miradas cruzadas fuera de foco, los encuentros entre los tres líderes en actos preparatorios del Pleno, etcétera, no son más que una parte de la historia. Más importancia le doy a las actas escrupulosamente sacadas por Nerea Belmonte -le correspondió por ser la negociadora más joven-, porque en ella, con la prosa remisa y cauta propia del caso, se recogió lo principal de las opiniones y, en fin, los acuerdos. O sea: el acta seca ha hecho la realidad, la película la habrá reflejado por sus bordes.

El otro paso importante facilitado por el portavoz de Guanyar fueron media docena de textos que buscaban el consenso en las materias que se habían quedado encima de la mesa la semana anterior y que, entonces, parecieron insalvables. PSOE y Compromís acogieron con no disimulada alegría el avance. El Documento programático estaba concluido, se podía entregar a la prensa cuando se incluyeran esos aspectos que, a la postre, resultaron menores, si bien, uno -el posible recorte de veladores en la vía pública- dio lugar a algún sobresalto tras unas declaraciones algo intempestivas de Echávarri. El Documento experimentó un breve cambio en los días siguientes: se reunieron representantes de las Comisiones de Igualdad de los partidos negociadores y acordaron ampliar algunos aspectos, lo que se aceptó por unanimidad pero que, por un error técnico, no se incorporó completamente hasta el último día.

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