Contracrónica

Juicio por el caso Erial: Y al final, hasta amenazas

Francisco Grau recrimina a Joaquín Barceló su declaración ante el tribunal sobre el dinero de Andorra y le advierte de que a él le toca testificar este jueves

Pachano le responde: «Vendré con chaleco antibalas y tapones en los oídos» 

Joaquín Barceló, rodeado de  una nube de informadores gráficos a su llegada a la Ciudad de la Justicia de València para una de las sesiones del juicio.

Joaquín Barceló, rodeado de una nube de informadores gráficos a su llegada a la Ciudad de la Justicia de València para una de las sesiones del juicio. / ep

Mercedes Gallego

Mercedes Gallego

Apenas dos metros de distancia pero años luz separaban ayer al expresidente de la Generalitat Eduardo Zaplana de su amigo de Benidorm durante más de medio siglo Joaquín Barceló, más conocido como Pachano, como también le llamaba el exministro. Un espacio que se fue haciendo más grande de lo que ya era a medida que Barceló ha ido desgranando ante el tribunal de la Audiencia de València que juzga a ambos (junto a otros trece acusados de delitos relacionados con la corrupción y el blanqueo capitales en el marco de una organización criminal), los pormenores de una operativa en la que Pachano apuntó y disparó directamente al exministro y al considerado urdidor del entramado financiero de la red, el asesor fiscal y exconsejero de la CAM Francisco Grau. 

Herida y alcohol

Una declaración que, pese a la serena puesta en escena en la que discurrió tanto por parte del fiscal anticorrupción Pablo Ponce en el planteamiento de las cuestiones, como del interrogado a la hora de responderlas, ha caido como alcohol en herida abierta sobre los principales aludidos

 Tanto es así que al término de las más de tres horas de interrogatorio, cuando el presidente del tribunal dio por concluida la sesión y Barceló se levantó de la silla que había ocupado hasta ese momento dispuesto a marcharse, Grau aprovechó para abordarle y, sujetándole del brazo en un ademán que, de no ser por el contexto, podía haberse interpretado como un gesto entre amigos, le recriminó sus palabras ante la sala. 

 En voz baja pero perceptible para quienes no se encontraban lejos, el asesor fiscal le espetó: «Podías haber omitido lo de los cinco millones de Andorra. Te recuerdo que ese jueves me toca a mí», dijo en alusión a su declaración, prevista para esta jornada, en un tono que encerraba una carga de amenaza no disimulada. 

 Pero Barceló, quien tras su declaración daba la impresión de que se había quitado el peso de una tonelada de encima, no se achantó y, con la sonrisa más amplía que se le ha captado desde que comenzó el juicio, le respondió: «Tranquilo. Vendré con chaleco antibalas y tapones en los oídos».

 Entre tanto Zaplana, a escasos metros y sin saber muy bien qué hacer, mataba el tiempo conversando, o haciendo como que lo hacía, con su fiel Mitsouko, secretaria para todo hasta el extremo de acompañarle al banquillo. Ni a ella ni a Elvira Suanzes implicó Barceló en ningún acto ilícito.

Olvido ¿y perdón?

Una periodista le preguntó a Pachano a la salida de la Ciudad de la Justicia si temía represalias por parte del exministro. Contestó que no. Pero a pocos se les escapa, tras el golpe mortal que ha asestado a los principales acusados en este proceso, que Zaplana no es de los que olvidan sin más. 

Todo esto ocurría al término de una sesión donde no quedó ninguna duda de la sintonía entre interrogador e interrogado, que se verá al final del juicio, y en la que hubo momentos en que, con quince acusados y casi una treintena de abogados, además del tribunal, periodistas y un par de estudiantes de Derecho que pasaban por allí, solo se oía en la sala el ‘run run’ del aire acondicionado como fondo de los dardos que estaba lanzado Pachano. Ni se tosía.

"Confiaba en ellos"

Sucedió, por ejemplo, cuando el acusador público le preguntó a bocajarro si era el testaferro de Zaplana y él respondió que era un amigo al que le hacía favores y que si eso era ser testaferro, pues que sí que lo era. O cuando relató cómo Zaplana le entregaba sobres con documentos y le decía que los firmara y se los diera a Paco (Grau). «¿Y usted lo hacía sin más?», le preguntó el fiscal. «Yo confiaba en ellos», respondió. Y hasta desveló la existencia de una firma falsificada a raíz de una fotocopia de su DNI o la redacción de un testamento del que aseguró que no tenía ni idea.

A la salida de la Ciudad de la Justicia, Zaplana dijo que no le sorprendía nada y que el juicio no había hecho nada más que empezar. Pero a diferencia del martes, no se le vio comiendo con los más próximos por los alrededores. 

Dos declaraciones distintas: de leerlo todo a no leer nada

En contraste con Eduardo Zaplana, ni un papel consultó Joaquín Barceló durante las tres horas largas que estuvo testificando, salvo en aquellos casos en que el fiscal le pidió expresamente que lo hiciera.

Apoyado en el respaldo de la silla y con los brazos cruzados durante la mayor parte del tiempo, más que un interrogatorio parecía una charla que el acusado llevaba mucho tiempo queriendo tener para soltar todo lo que llevaba dentro y que hizo correr ríos de tinta, al margen de los de los periodistas.

Porque frente a la declaración de Zaplana, en la que Francisco Grau permaneció más tiempo chupando la patilla de sus gafas y con la agenda cerrada que escribiendo, el miércoles el asesor fiscal no paró de tomar nota de todo lo que iba diciendo Pachano. El exministro también lo hizo, aunque poniéndole menos celo.