Asturias

Toda una vida a la espera de ver el mar: una residencia de Zamora visita San Lorenzo para que varios de sus mayores conozcan el gigante azul

Un centro de la provincia castellanoleonesa visita el arenal gijonés: "Es precioso, nunca me olvidaré"

Por la izquierda, de pie, Lisardo Fernández, Rosario Vaquero, Dori Román, Víctor Ortega, Rocío Martín, Gemma Vega, Yusmerly Rumbos y Gabriel García. En sus sillas, Mariana Calvo, José Álvarez, Rubén González, Amparo Cuesta, Amada Martín y José Calvo.

Por la izquierda, de pie, Lisardo Fernández, Rosario Vaquero, Dori Román, Víctor Ortega, Rocío Martín, Gemma Vega, Yusmerly Rumbos y Gabriel García. En sus sillas, Mariana Calvo, José Álvarez, Rubén González, Amparo Cuesta, Amada Martín y José Calvo. / ÁNGEL GONZÁLEZ

Ana Álvarez

Es enorme, no sé cómo puede caber tanta agua". Fue lo primero que se le ocurrió decir ayer a Amanda Martín, una zamorana de 100 años, con la vista puesta en el horizonte de San Lorenzo. Era la primera vez que esta oriunda de la localidad de Cabaña de Sayago veía el mar. Porque, tras cuatro horas de viaje en autobús y un tiempo que no les acompañaba, Martín y otros ocho mayores de la residencia de Peleas de Abajo de Zamora conocieron ayer la playa de San Lorenzo y, para varios, fue la primera ocasión frente a frente ante el oleaje. Martín, a escasos meses de su centésimo primer cumpleaños, tomó la delantera y bajó rápidamente del autobús, ya emocionada. "Es precioso", pronunció entre lágrimas y muy sorprendida frente al tamaño del mar. De hecho, no dudó en quitarse los zapatos y las medias y caminar sobre la arena hasta para poder sumergir sus pies en el Cantábrico. "¡No está nada fría!", exclamó con una sonrisa y llevándose después un dedo mojado a la boca para comprobar que el agua sabía a sal: "Me gustaría compartir esto con mis hijos. Nunca lo olvidaré".

José Álvarez, a sus 93 años, tampoco había visto el mar en toda su vida. Y por eso sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar el gran azul, del que no parecía ser capaz de separar su vista. "Tiene mucha más agua de lo que me había imaginado", pudo decir. Este zamorano, explicó, hasta ayer había salido solo una vez de su provincia. "Hice la mili en Valladolid, y esa fue la única vez que salí de Zamora" explicó. "Me deslumbra mucho los ojos", añadió el hombre mientras se secaba las lágrimas. Álvarez, que sólo había visto el mar por la televisión, se propuso ayer como reto llevarse una concha como "recuerdo del día".

El tercer usuario de esta residencia que nunca había visto en persona el mar se llama José Calvo y tiene 86 años, y también él se quedó sin palabras al llegar al paseo del Muro porque, explicó, sus raíces están en el campo y no en el mar. "Tengo muchas vacas y ovejas, y también tractores", comentó el anciano, que explicó haberse pasado toda su vida trabajando en el entorno rural de Zamora. También Calvo se animó a remojar los pies, aunque a él la cercanía con el mar parecía darle algo más de miedo que a sus compañeros, así que decidió volver pronto a la arena con el resto del grupo. "Ya he tenido bastante", señaló, alejándose prudente del agua.

El resto de usuarios de la residencia ya habían tenido alguna experiencia previa con el mar, así que estaban más tranquilos. Mariana Calvo, que aseguró que una entusiasta de Gijón, compartió su amor por la ciudad y se comprometió a mojar sus pies en el agua, incluso si el sol no hacía acto de presencia. "A mí me da igual ponerme mala, si eso mañana un paracetamol y listo", explicó, despreocupada. "Aquí ya estuve varias veces, pero me gusta más aún para el final de la playa, donde sólo se ve mar", añadió la mujer. Amparo Cuesta y Rubén González, por su parte, y aunque habían visto el mar previamente, no pudieron evitar sentirse absortos y pasar toda la mañana y parte de la tarde sin quitar tampoco la vista del mar. Desde otra residencia, Lisardo Fernández y Rosario Vaquero también se unieron a la excursión y, aunque habían visto el mar en otras ocasiones, nunca habían explorado Gijón. Pese al tiempo cambiante, la comida y el mar sirvieron para dejar a Fernández "muy feliz". "Esto es formidable", añadió. "Entre el sol, la comida y el mar, ¡vaya día!", aseguró Vaquero.

Los viajeros estuvieron pendientes de sus usuarios. Estaban, entre ellos Dori Román, directora y psicóloga de la residencia, así como Yusmerly Rumbos, la enfermera, y tres auxiliares, Gemma Vega, Rocío Martín y Gabriel García. Martín y García idearon y organizaron la excursión tras conocer que algunos de los ancianos nunca habían visto el mar. "Ellos se lo merecen, han estado trabajando toda la vida y no habían tenido esta oportunidad", expresó Martín. "Nos pareció una idea estupenda, porque encima se suele creer que los mayores no tienen ilusión por nada, pero no es para nada así, desde que lo saben tienen una ilusión encima que no paran, están ilusionadísimos", subrayó la auxiliar. Todo el personal parece muy ligado a sus mayores. "Son todos muy pacientes", presumió García.

El grupo de ancianos y sus atentos cuidadores disfrutaron de una mañana especial, sin abandonar la escalera 13, a excepción de una parada para degustar platos asturianos. La cuesta de la escalera 14 se convirtió en la vía para descender a la playa, y el sol les acompañó durante su visita a la orilla, haciendo del día un recuerdo aún más especial. Utilizaron el paseo sobre la arena para poder mover las sillas de ruedas y acercarse aún más al mar. Amada Martín lideró el camino, acompañada por Mariana Calvo y Víctor Ortega, quienes no tardaron ni un minuto en remangarse los pantalones para poder disfrutar del agua.

El sentido del humor estuvo muy presente en toda la jornada. Un ejemplo: Marina Calvo gritaba "cebollas" en vez de "patata" mientras le sacaban fotografías. La leve lluvia y el viento no disgustaron al grupo, que estaba convencido de disfrutar de su visita "exprés" al máximo. "Da igual que llueva, tanta agua la sume la tierra", dijo el experto del campo José Calvo. Poco después, tocó la despedida, aunque el grupo manifestó su intención de regresar el año que viene y, la próxima vez, con bañador y con chanclas. "Es precioso, no lo voy a olvidar nunca", concluyó Martín, aún emocionada, mientras le decía adiós al mar.

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