El pequeño Dominique moría en Elda la tarde del miércoles 30 de agosto de 2017. Al día siguiente ya se encontraban en la localidad desplazados desde Madrid agentes de la Brigada Central de Investigación de Delitos contra las Personas, dependiente de la Comisaría General de Policía Judicial, quienes se sumaron a los de Policía Científica y del grupo de Homicidios de Alicante empleados desde la noche anterior en la investigación junto a sus colegas de la comisaría eldense.

Nueve meses tardaron en cerrar el círculo. Hasta el 30 de mayo del año siguiente no se detuvo a la pareja del padre del niño como presunta autora de su muerte, que ella atribuye a un accidente y los investigadores a un asesinato. Sin lugar a dudas. Pero para llegar a esa conclusión hizo falta, sobre todo, medios humanos y tiempo.

Unos medios con los que no se pudo contar y un tiempo del que no se dispuso para el esclarecimiento de otro crimen cometido a escasos 30 kilómetros, el de la viuda del expresidente de la CAM Vicente Sala perpetrado en Alicante unos meses antes, en diciembre de 2016, y que a día de hoy sigue irresuelto.

En el caso del asesinato de María del Carmen Martínez, y a diferencia de lo que ocurrió con la muerte de Dominique, donde toda ayuda fue bien recibida, desde la comisaría provincial que en aquellos momentos dirigía Alfonso Cid, no solo se rechazó el apoyo sino que se puso fecha de caducidad a las pesquisas: dos meses. Así lo anunció el comisario con el cuerpo aún caliente de la víctima y así fue. Se detuvo a uno de los yernos, al que la intuición policial más que las pruebas recabadas en esos momentos apuntaban como sospechoso, y el resultado ya lo saben.

Las gestión en el caso de la muerte del pequeño de Elda fue diametralmente opuesta. Un asunto que se presentaba enmarañado con unos supuestos atacantes cuya existencia se acabó descartando a fuerza de interrogatorios, visionado de cámaras y toma de huellas dactilares. Y una presunta autora para cuyo desenmascaramiento fue preciso tomarse su tiempo en vez de vender cuanto antes supuestos logros que luego se tornaron en fracasos, como sucedió en el caso Sala.

Al igual que entonces, el jurado tiene ahora la última palabra, pero al menos en esta ocasión queda la seguridad de que todo lo que se podía hacer, se hizo.

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