Disculpen amables lectores si les embromo un poco sobre algo tan importante como el funcionamiento de nuestro Pueblo. No es que no se me ocurran cosas serias para desarrollarlas y exponerlas en esta modesta tribuna. No, no es eso, es que no puedo entender, que después de los años que llevamos escuchando los oriolanos tantos cantos de sirenas y sirenos de la oposición, ahora nos salgan con la letra de aquella vieja canción de Machín: "Por exceso de cariño vida mía, siempre estamos discutiendo". Alguien proclama su creencia de tener la llave, para la solución digo yo, pero por la lógica de las matemáticas, en estos momentos lo que hay en la Corporación oriolana, son trece llaves con igual valor y todos sabemos que son propiedad en última instancia de cada uno de los trece concejales que votaron alcalde y ninguno de los tres partidos podría impedir a los otros que estas llaves fueran utilizadas de la forma que quisieran individualmente cada propietario de ellas.

Parece como si el "Síndrome de Estocolmo", que afecta al que ha estado muchos años sometido por sus enemigos, en este caso en la oposición, afectara de manera excepcional a los nuevos gobernantes y no les permitiera recuperarse. Es como si no creyeran aún que son libres y tienen todos las facultades y poderes para gobernar a poco que se lo propongan, amén de la aparente desconfianza mutua, que les impide entenderse y no ver las metas que antes en la oposición parecían tener tan claras y a la vista.

Me viene a la memoria en estos momentos una vieja historia sobre la confianza y como me la contaron se la transmito para que al menos sonrían con lo burlesco de la situación: Cuentan que en un reino antiguo de un país imaginario, había un rey que había conquistado un nuevo y extenso territorio. Aquel rey estaba exultante de poder y, como es natural, se consideraba un triunfador nato, controlando con sus dirigentes secundarios todos los resortes del poder.

Hubo de emprender una nueva cruzada y teniendo que alejarse de sus tierras por largo tiempo, organizó todo para la partida, dejando al frente de sus nuevas tierras y bienes a sus oficiales mas fuertes y honorables. Aquel rey era ya bastante mayor, siendo su reina mucho mas joven que él y para defender su honor de los avatares de su juventud, protegió su intimidad con un severo cinturón de castidad, dándole a guardar la llave de su honor a su primer capitán.

Ultimó los preparativos, corrió a las caballerizas, montó en su mejor caballo, saliendo al patio de armas, arengó y formó a sus tropas para partir, se volvió al balcón donde su amada esposa al lado de aquel capitán, agitaba su pañueloÉ decía el rey: ¡Adiós mi reina!, ¡Adiós mi amor!, ¡Volveré con nuevas riquezas y conquistas!. Volvióse el buen rey para partir y el capitán desde el balcón del palacio, gritó: ¡ Mi rey, mi reyÉ, que esta llave no abre! La realidad de aquí es que todas las llaves abren, hasta "la inglesa"