Hace unos días veía en la televisión al ministro Alonso salir del salón de plenos del Congreso de los Diputados rodeado de micrófonos, cámaras y periodistas. En sus palabras se mostró preocupado, pero su preocupación era decepcionante. Quería que los grupos políticos allí representados consensuaran una declaración de repulsa a los últimos asesinatos por violencia machista. Unas palabras, un poco de postureo y nada más. Esa era toda la reacción que planteaba un ministro ante el chorreo sangrante de asesinatos que este país sufre en las últimas semanas.

Hace tiempo que con cada lamentable suceso veo como las mujeres comprometidas en la lucha contra la violencia de género se movilizan. Hay quedadas o concentraciones de condena y repulsa, minutos de silencio, mensajes en las redes sociales y todo lo posible por hacer ver este problema. También los medios de comunicación recogen los hechos y no quepa la menor duda de que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado hacen su trabajo. Sin embargo, y ojalá me confunda, siento en la mayor parte de la sociedad una gran indiferencia. Son asesinadas ante la indiferencia.

En la barra del bar o la cafetería está el periódico donde aparece la tragedia, pero el tema de conversación es cualquier otro y si se calienta la tertulia es por el fichaje de un futbolista, un gol de dudosa legalidad, la polémica de uno de esos interminables programas televisivos de prensa rosa o cualquier cotilleo del vecindario. Y entre esas mujeres comprometidas que sí reaccionan cunde el desánimo al verse solas, unas pocas, tras una pancarta o intentado movilizar a amigos y compañeros en las redes sociales o los grupos de WhatsApp obteniendo el silencio mayoritario por respuesta.

Como al ministro, un tuit, compartir una imagen en Facebook o una declaración de condena nos parece hacer suficiente mientras el machismo sigue asesinando. Y por qué no reconocerlo, no nos gusta pero seguimos siendo un país machista. El camino hacía una sociedad de iguales y mejor se nos resiste aunque estemos hablando de vidas y eso baste para justificar la gravedad de la violencia de género. Y es fácil mirar al de al lado, pero esta lucha no es de los políticos, los medios de comunicación o de ellas, es de todos y todas. Hay que empezar por acabar con la indiferencia.