Corría el último año de los cuarenta del pasado siglo, cuando inició sus pasos una institución al amparo de la Compañía de Jesús, en los momentos en que esta regentaba el Colegio Santo Domingo. Esta institución denominada como Congregaciones Marianas estaba dirigida por el jesuita catalán Ramón Navés Ciurana, que fue el artífice de la misma. Al margen de las labores espirituales, se impartía catequesis por las pedanías, alcanzando a unos 600 niños por medio de 50 catequistas, asistían a los acogidos en el Asilo de Ancianos y en la Casa de Beneficencia, a los reclusos de la cárcel y a familias necesitadas. Por otro lado, no dejaban en olvido el «labora», montando para ello una pequeña industria de cáñamo y esparto para jóvenes que, además de aprender un oficio, se ganaban un jornal, facilitándoles el desayuno, almuerzo y cena. Así mismo, propiciaron la posibilidad de trabajar las mujeres en sus domicilios fabricando con seda borlas de zapatillas.

Otras de las actividades caritativas que desarrollaban consistía en un comedor mantenido por seis jóvenes y numerosos ayudantes, sirviéndose en el mes de septiembre de 1950, un total de 1.550 comidas a 1,50 pesetas, a base de ensalada, sopa, segundo plato, postre y pan. Meses antes, marzo de dicho año, se estaba consolidando esta actividad social, habiéndose aumentado el número de comensales, cumpliendo así el objetivo propuesto de «facilitar comida caliente a aquellos que no suelen tenerla e incluso algunos que ni caliente ni fría». El comedor debió de ir incrementando su actividad, ya que el 23 de mayo de 1951 se firmaba un convenio entre el padre Navés, director de la Obra Social de las Congregaciones Marianas y la superiora general de las carmelitas, Josefa Mª Albert; a fin de que las hermanas de dicha Congregación atendieran el comedor, «prestando servicio a los obreros guisándoles y sirviéndola en el mismo». Dichas hermanas además de encargarse de la elaboración de la comida tenían como cometido la conservación de los víveres y la limpieza del comedor. En el citado convenio se establecía que el número mínimo de hermanas sería de cuatro, con la posibilidad de incrementarlo según las necesidades del establecimiento. Como contraprestación serían subvencionadas, además de con la manutención, con 75 pesetas mensuales cada una. Así mismo, se las dotaría de habitaciones independientes «sencillas, pero higiénicas», y de un oratorio semipúblico con todos los ornamentos necesarios.

El 6 de junio de 1951, el obispo José García Goldáraz autorizó la fundación de la Comunidad en el domicilio de la Obra Social de las Congregaciones Marianas, sito en la Avenida de la Estación, y al poco tiempo fueron destinadas a ella, las siguientes religiosas: Piedad Grau Rodríguez, superiora; Faustina Blanco Galán y Mª Ester Pérez Galvañ, hermanas; Julia Torres Fernández, postulanta. Para su instalación en la nueva casa precisaron dos camas de hierro y dos de madera con sus respectivos somieres, colchones, mantas, cubiertas, sábanas y almohadas. Así como, una docena de servilletas, ocho toallas, catorce tazas de porcelana, seis cubiertos, una caldera para la cocina, ocho sillas, una mesa redonda, dos cubos, cuatro palanganas y cuatro escupideras (dos de barro y dos de porcelana). Entre los datos que me facilita la hermana Áurea Ferreira, encontramos también un despertador, un cuadro de la Virgen del Carmen, un Crucifijo niquelado y una imagen del Sagrado Corazón.

Con todos estos pertrechos, sin lujos, se estableció esta nueva Comunidad de carmelitas en la Obra Social de las Congregaciones Marianas, para prestar, como otras veces, un servicio social. Ahora bien, ignoramos hasta cuándo las hermanas de la Virgen María del Monte Carmelo estuvieron vinculadas a la obra social creada por los jesuitas, estando bajo la dirección del padre Ramón Navés.