Predicen que la próxima semana llegará el descenso de las temperaturas, pronto estaremos retrasando una hora el reloj, con un anochecer más temprano, y junto con una crisis producida por el covid-19 y el frío, habrá que tener «Fe», «Esperanza» y «Caridad».

El «Esperanza» era un pailebote de tres palos, propiedad de mi bisabuelo Eduardo Sala Saura, que lo mandó construir en el año 1917, en unos astilleros de Alicante. Lo adquirió más tarde la casa armadora Vera, de Cartagena, perdiéndose embarrancado en la playa de Torredembarra (Tarragona) con temporal de Levante, hecho que a punto estuvo de ocasionar la muerte a los hombres que iban a bordo.

Trágico también fue lo sucedido al bergantín goleta «Fe», a su tripulación y a unos valientes marineros torrevejenses. Tuvieron que soltar amarras, cortar cabos, perder anclas, cortar velamen y faltarles muy poco para perecer.

En la mañana del 6 de febrero de 1909, el bergantín goleta catalán «Fe» había fondeado en la rada de Torrevieja. A las cinco de la tarde, hizo señal de que fuera un práctico a bordo para intentar zarpar en vista del mal cariz que ofrecía el tiempo. Transmitida la señal al ayudante de Marina y capitán del puerto, José García de Quesada y Ferrer, contestó que, dada la mucha mar y viento de Levante que había, era imposible la salida, y preguntó, sin obtener respuesta, si algo ocurría a bordo. El temporal arreciaba y la noche se venía encima.

Al día siguiente, no había amainado. Por el contrario, el mal tiempo parecía aumentar por momentos. A las seis, en el bergantín izaron una señal que, interpretada por la autoridad de Marina, decía: «Necesito auxilio inmediato».

Enseguida se reunió a la tripulación del bote salvavidas «Martín de Aguirre», procediéndose a lanzarlo al agua, consiguiéndolo con gran trabajo por la muchísima mar, acudiendo en socorro del bergantín náufrago.

Las olas eran montañas y el viento del noreste un huracán. Ya próximos al costado del bergantín, fueron arrollados por un golpe de mar que los arrojó sobre él, destrozándoles la caja de aire de proa y una cámara estanca de la amura de estribor. Volvieron sobre el «Fe» buscándole la popa, siendo de nuevo lanzados contra su costado. Los terribles balances del bergantín destrozaban al bote que empezó a hacer agua, impidiendo a sus tripulantes toda maniobra; aun así, pudieron hacer un supremo esfuerzo y trataron de acercarse a su popa, para que por ella fuera descendiendo la tripulación, cosa difícil, porque los golpes de mar y el viento lo impedían. El bote ya no gobernaba, las bombas no achicaban.

La tripulación comenzaba a rendirse y, deseando abiertamente volver a tierra. El desaliento empezó a cundir, pero surgió sereno, animoso y decidido a perecer en la humanitaria empresa el heroico teniente de navío José García de Quesada. Sus palabras fueron terminantes y precisas. Regresar a tierra era sencillamente ir a una muerte segura; porque las rompientes de la costa hubiera hecho pedazos el bote; su deber les llamaba a sucumbir en la demanda antes que retroceder; había que salvar a aquellos que pedían auxilio.

Intentaron una y otra vez acercarse al «Fe». Desistieron, en vista de que el «Martín de Aguirre» se iba a pique. Solicitaron auxilio del vapor inglés «Darblayd», que demoraba a sotavento. Por fin, próximos al costado de sotavento del vapor, por el que habían arriado una escala de las llamadas de gato, pudieron recoger un cabo de los que les arrojaron y comenzaron el salvamento.

Ya estaban casi todos salvados cuando una gran ola cayó sobre el bote, y al tratar el ayudante de Marina de hacer firme el cabo de la embarcación fue alcanzado y arrojado al agua a gran distancia.

A nado y con muchísimo trabajo se encaminó al bote, consiguiendo cogerse a uno de los cabos salvavidas, pero ya le faltaban las fuerzas; hubiera perecido, a no ser por el patrón Vicente Mínguez y los marineros Manuel García Solano y José María Torregrosa Tárraga, que lo echaron a bordo del mismo.

Sin reponerse de la gravísima impresión, ordenó que continuara el salvamento, logrando que subieran todos al vapor. Al tratar de asirse a la escala, le faltaron las fuerzas, y el heroico marino, perdido el conocimiento, cayendo en el fondo del bote.

Ya en el vapor inglés, sin cuidarse de sí mismo, José García de Quesada volvió a ocuparse inmediatamente del salvamento de los tripulantes del bergantín que se efectuó arriando uno de sus botes, porque con los del «Darblayd» no podía contarse, pues dado la mucha longitud de las tiras, lo muy boyante del barco y los grandes balanceos, se hubieran hecho pedazos contra el costado.

Comprendiendo estas razones los tripulantes del «Fe», que ya se encontraba muy próximo al vapor inglés, por lo que habían garreado sus anclas, se embarcaron en dicho bote dos de sus hombres con una guía que lanzaron a bordo del buque y, una vez hecha firme, se empezó el salvamento con gran riesgo. En el tercer viaje se destrozó el bote, pudiendo salvar a los tripulantes, pero aún quedaban ocho hombres en el bergantín y cada vez era mayor el peligro. Se escuchaban sus voces desesperadas pidiendo auxilio.

García de Quesada dispuso que arriara otro bote que le quedaba al vapor, y hecho esto, se pudo terminar el salvamento, con tan buena fortuna, que al llegar la noche estaba el bergantín embarrancado en la costa.

A bordo del «Darblayd» permanecieron los náufragos del «Fe» y sus heroicos salvadores, hasta el día 10 de febrero, que abonanzó el temporal, siendo al desembarcar recibidos en la playa, con gran alegría, por toda la población de Torrevieja y disputándose aquellos humanitarios vecinos el obsequiarlos y darles alojamiento en sus propias casas.