Durante los meses de confinamiento ha habido aficiones para todos los gustos. Algunos, han tenido que acostumbrarse a seguir ganando el pan con el sudor de la frente, mediante el tele-trabajo que, al parecer, ha llegado para quedarse. Bueno es, si con esto no se acusa la claustrofobia y sirve para una mejor relación familiar. Otros, se han dedicado a correr los cien metros lisos en el pasillo, o se las han ingeniado para fabricarse unas pesas y dedicarse a la halterofilia. Al contar con más tiempo, y evitarse desplazamientos se ha podido rebuscar a través de la «caja tonta», y nunca mejor dicho por la gran cantidad de tonterías que hemos escuchado, para ver series televisivas o rescatar algunas películas añejas o más recientes. En mi caso, no me ha sobrado tiempo a pesar de ser un pensionista pues he seguido investigando, escribiendo, publicando y participando en jornadas, reuniones y congresos a través de nuevos métodos como las plataformas de comunicación; sin caer en ningún momento en otras de tipo social, pues estimo que en algunas de ellas se escudan anónimos o identificados (son los menos) participantes en los que sólo subyace como dice Chufo Lloréns en su novela ambientada en la Barcelona medieval, titulada «Te daré la tierra»: «la envidia, que es hija de la ineptitud y de la malquerencia de los mediocres».

Pero, en el dichoso confinamiento he tenido más tiempo para, como decía, rescatar alguna película y de ellas, recuerdo «El último traje», coproducción argentina y española, protagonizada por Ángela Molina y Miguel Ángel Solá, y en la que se nos muestra el viaje de un sastre judío en búsqueda de un amigo que le salvó de morir durante el holocausto, en el ocaso del nazismo.

Y si de sastres tratamos, este año de 2020 que agoniza, por lo de la pandemia, no he podido llevar a buen fin una de mis distracciones: acercarme a Madrid en vísperas de la Navidad, a presenciar algún espectáculo, ir a algún museo, o a visitar las exposiciones que se programan. Y, este año, de estas últimas tenía previsto ver la dedicada a Benito Pérez Galdós relacionado con la Sastrería Cornejo, con motivo del centenario del fallecimiento del primero y de los cien años del nacimiento de la segunda. Tenía curiosidad por apreciar y recordar los vestuarios de «Fortunata y Jacinta» o los de «Tristana».

Todo ello, nos acerca al arte que desarrollaban y realizan los que antaño eran conocidos como alfayates que no son otros que los sastres. Y, a estos me voy a referir, volviendo los ojos en el tiempo y situándonos en 1716, en que Manuel Ruiz, recibía licencia para abrir una tienda dedicada a este menester en Orihuela. Para ello, el día 29 de julio, se protocolizaba ante el notario Mateo Gilarte, la licencia y el permiso que le otorgaba el Oficio de Sastres, por medio de su clavario José Carrillo, y de los veedores Diego Martínez Serrano y Vicente Jover. La autorización para abrir la tienda se le daba por seis meses a partir de la fecha de la escritura y después de ello estaba obligado a examinarse para dicho oficio y abonar doce libras ocho sueldos. Sin embargo, se le exigía un fiador que, en este caso fue Alexandro Guerrero, el cual en el caso de incumplimiento, tanto por no haberse examinado o por impago contraía la obligación de asumir el abono de esa cantidad.

Por esas fechas, sabemos que como mínimo en Orihuela había 19 maestros de sastre, cuyo oficio se estaba rigiendo por unos capítulos y ordenanzas nuevos, ya que los antiguos habían desaparecido durante el saqueo perpetrado en la Guerra de Sucesión

Por esas fechas, sabemos que como mínimo en Orihuela había diecinueve maestros de sastre, cuyo oficio se estaba rigiendo por unos capítulos y ordenanzas nuevos, ya que los antiguos que tenían aprobados habían desaparecido durante el saqueo perpetrado en la Guerra de Sucesión. Sin embargo, posteriormente, aparecieron, lo que dio lugar a que al disponer de dos ordenanzas que en algunos momentos originaban contradicciones, fue necesario entre los dos textos confeccionar uno nuevo que fuera presentado para su aprobación. Para ello, el 4 de noviembre de 1726 se celebró una junta del gremio presidida por el teniente de alguacil mayor Joseph Duque, con licencia del corregidor.

Pues bien, aunque hay quienes no dan puntada sin hilo, que lo podemos interpretar como aquello que dicen o hacen tiene sobre todo un beneficio para ellos; a los que me he referido, sastres o alfayates, siempre han sabido hacer de su trabajo un arte a base de dar con minuciosidad las puntadas correctamente.

En estos días, en recuerdo de mis abuelos, los sastres Luis y María.