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La Riá

Invención

"De esta forma, llegamos a ese día del 3 de mayo, en que en España y muchos países iberoamericanos se rinde culto a la Cruz y que tradicionalmente ha sido denominado como de «Las Cruces de Mayo». En Orihuela y sus pedanías de inmemorial se fue celebrando esta festividad, aunque desde tiempo ha ido decayendo..."

Colección de Antonio Luis Galiano

En esta época en que el idioma castellano cae en boca de muchos indocumentados es frecuente el desconocimiento de muchos sinónimos. Esto es lo que puede ocurrir con el nombre femenino «invención» que no es otra cosa que la acción o efecto del verbo transitivo «inventar». Sin embargo, en esa riqueza de nuestro idioma «invención» puede tener la consideración de «hallazgo», adoptándolo de aquella manera la Iglesia en su Rito Romano para significar el descubrimiento de la Cruz en que Cristo dio la vida por todos los hombres para redimirlos.

Así, como que la «Invención de la Cruz» dentro del calendario se conmemora desde hace siglos el descubrimiento en el año 316 por Santa Elena, madre del Emperador Constantino en su peregrinación a Jerusalén, tras excavar en el monte Calvario y comprobar cuál era la «Vera Cruz», al ponerla en contacto con una mujer enferma y que sanara.

De esta forma, llegamos a ese día del 3 de mayo, en que en España y muchos países iberoamericanos se rinde culto a la Cruz y que tradicionalmente ha sido denominado como de «Las Cruces de Mayo».

En Orihuela y sus pedanías de inmemorial se fue celebrando esta festividad, aunque desde tiempo ha ido decayendo. De hecho, al amparo de la ermita de la Cruz y del Pilar en el Barrio Nuevo este año, en algunas casas aparecerán en sus fachadas las cruces adornadas con flores.

A principios del siglo XX, en el Raiguero de Bonanza se celebraba la fiesta dedicada por sus vecinos a la Santa Cruz. Concretamente, en 1903, en la tarde del día 3 de mayo, se predicó al aire libre por el franciscano fray Francisco Calabuig un sermón y al descender, del púlpito que se había improvisado, fue tal el entusiasmo de los mil fieles que se habían congregado que irrumpieron con vivas a la Cruz, a España y al padre Calabuig.

En 1913, en dicho día en la ermita de la Cruz de Fajardo, se llevó a cabo una solemne función religiosa y hubo bailes y mucha pólvora. Y ese mismo año, en La Aparecida, se inauguraba una cruz en la plaza, estando presente el obispo Ramón Plaza y Blanco. Así mismo, en la ermita de la Cruz del camino de Beniel, se celebró un triduo y en su último día ofició el capuchino fray Francisco Simón Ródenas, obispo de Equino, dimisionario de Santa Marta (Colombia).

En el último tercio del siglo XIX, se acostumbraba a adornar con flores y follaje las cruces de piedra que existían en los caminos vecinales a la salida de la ciudad.

En ella, también existía la costumbre de engalanar las fachadas de la calle Muñoz (la Mancebería), y en 1904 se destacaba «una hermosa Cruz formada con flores» obra de unas jóvenes de dicha calle, en la que por la tarde se disfrutó con bailes populares.

Pero, hay tradiciones que han desaparecido totalmente, como era aquella que en el tránsito del día dos al tres de mayo, los novios confeccionaban enramadas en las fachadas de los domicilio de sus «adorados tormentos», o bien en la puertas de aquellas colocaban flores. Por otro lado, en algunas calles se colocaban cruces con adornos y en la de la Cruz (que no hay que confundirla con la que aparece rotulada en el callejero como de Santa Cruz, ya que ésta está dedicada al político oriolano del siglo XIX, Francisco Santacruz Pacheco, cuyo retrato se conserva en la Casa Consistorial); celebraban la festividad en la noche del 3 de mayo de 1911 con música, pólvora y otros festejos populares.

En la ciudad y la huerta oriolana era costumbre improvisar en las calles altares de flores ante los que se bailaba hasta bien entrada la noche, y en las parroquias se «bendecían los aires», repicando las campanas de la Catedral con los toques llamados «conjuros».

En 1906, en «El Diario» se publicaba un artículo titulado «Las Cruces» firmado por R.R., en el que añoraba desde la lejanía: “¡Cuántos encantos tiene una noche de Mayo en mi tierra!” y, consideraba esta fiesta como típica y tradicional de nuestra huerta, en la que las mozas aunque descansaban en el lecho, no dormían, a la espera de los jóvenes huertanos se acercasen a su barraca para arrojar flores y enramadas en su puerta, al compás de una serenata. En ese día de la Invención de la Cruz, la huerta se veía adornada por altares al aire libre y bajo un dosel formado por pañuelos de seda de las huertanas se fabricaba una cruz con hojas de álamo y flores. Ante el altar, pasaban la tarde los mozos y mozas bailando, acompañados por la guitarra, el violín y las castañuelas. Al anochecer, se desmontaba el altar y las jóvenes recuperaban sus pañuelos con los que se había cobijado la Cruz, que permanecía hasta el siguiente año en el lugar donde se había entronizado, hasta que era reemplazada por una nueva confeccionada con flores frescas.

Era, como dice dicho autor, una «Fiesta de flores, de amor, de música y poesía», en honor de una Invención, del Hallazgo de la Cruz de Cristo por Santa Elena.

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