16 de agosto: una fecha marcada por la tragedia en Ibi
Se cumplen 55 años de la explosión de la fábrica Mirafé, que reveló la existencia de un cúmulo de negligencias, marcó un antes y un después en las condiciones laborales y de seguridad y repitió una conmoción social que al cabo de más de medio siglo todavía perdura
Hay fechas, como los aniversarios de las catástrofes, que no pueden pasar desapercibidas por mucho tiempo que pase . En Ibi, nadie olvida que a las 20.25 horas del 16 de agosto de 1968, hace justo ahora 55 años, una brutal explosión en una fábrica segó la vida de 33 personas y dejó heridas a otras 20, además de sacar a la luz toda una serie de despropósitos que dieron pie a que se produjo la tragedia y que sus consecuencias resultaron tan graves. Se hace muy difícil pasar página ante unos hechos que quizás pudieran tener evitado si las autoridades de la época tuvieron cumplido con su deber, y cuya gestión, en el contexto de una dictadura, es también cuestionable de principio a fin.
La empresa Mirafé se dedicaba a la manipulación de fulminantes para juguetes como pistolas en miniatura; producía las llamadas "pastetas", pequeñas cargas detonantes que se disponían en cubículos con forma circular, los cuales a su vez se introducían en las armas de juguete. La firma como tal estaba dada de alta en la Seguridad Social, pero, tal y como se reveló tras el accidente, carecía de la preceptiva licencia para trabajar con explosivos. Además, ni los propietarios ni el personal contaba con formación alguna para estar en contacto con materiales tan peligrosos, ni había condiciones de seguridad o incluso de prevención en las instalaciones, que se ubicaban en una masía a las afueras de la localidad.
Pese a esto, la "fábrica de la pólvora", como se la conocía, vivía un momento pujante en el verano de 1968, hasta el punto de estar construyendo una nave anexa a la masía para ampliar sus dependencias. La tarde de la fatal explosión, había trabajando unas 60 personas , entre ellas mujeres embarazadas -en el suceso perecieron dos jóvenes en estado de gestación- y bastantes menores, que aprovecharon las vacaciones escolares para aportar un sueldo extra a la economía familiar. No importaba que la legislación de la época marcara en 14 años la edad mínima para trabajar, y 18 en el caso de las industrias peligrosas como esta.
Trabajadores sin contrato que nunca cobraron
Casi la totalidad de los trabajadores eran inmigrantes recién llegados a Ibi desde otras partes de España en busca de una vida mejor, y la mayoría no tenían contrato laboral alguno. Muchos de ellos ni siquiera llegaron a cobrar su primer sueldo, que probablemente haber percibido al terminar la jornada de aquel 16 de agosto, que era viernes. Estas condiciones de trabajo eran conocidas en la localidad, pero las autoridades miraban para otro lado, tal y como se conocieron después de la tragedia.
Las víctimas, tanto las familias de los fallecidos como los heridos, cobraron indemnizaciones que sumaban 1.805.000 pesetas, una cifra limitada teniendo en cuenta la magnitud de la catástrofe. Pero la asistencia psicológica para sobrellevar el duelo no se contemplaba, sino que había que intentar tapar lo ocurrido cuanto antes, como puso de manifiesto el hecho de que no hubo una identificación correcta de los cuerpos, o que el entierro de los fallecidos se realizó el 17 de agosto a mediodía, apenas 16 horas después del suceso. Pese a ello, Ibi fue portada en toda la prensa de la época, también en INFORMACIÓN, y algunos medios pusieron el foco en todas las negligencias que se habían producido.
Casi 50 años hasta un merecido reconocimiento
El alcalde de Ibi, Sergio Carrasco, y la archivera municipal, María José Martínez, coinciden en señalar que un día de hoy sería muy difícil que ocurriera una catástrofe de este calibre, por las condiciones laborales y de seguridad existentes, cuya necesidad puso de manifiesto este accidente. Además, inciden en que, en el hipotético caso de que se diera, la respuesta de las autoridades sería muy distinta a la que se ofreció entonces. Tras el entierro de los fallecidos, y pese a la conmoción social generada, el único gesto institucional de duelo fue la suspensión de las Fiestas de Moros y Cristianos; hasta la pandemia de coronavirus, era la última vez que esto había ocurrido.
Sin embargo, incluso surgieron algunas voces favorables a celebrar las Fiestas; fue la presión del entonces párroco, Federico García, al que hoy se definiría como un "cura rojo", la que motivó en última instancia la suspensión. Por este gesto, y por su atención a los damnificados, las familias de las víctimas decidieron que su nombre figurara en el monumento en memoria de los fallecidos, inaugurado en 2017. Tuvo que pasar casi medio siglo para que se les honrara en condiciones, pero desde entonces nunca faltan allí las flores, sobre todo cuando se acerca el 16 de agosto, una fecha marcada para siempre por la tragedia en Ibi.
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