Se nos ha muerto Pepe Gallego, el grandullón barman y regente de «Las Garrafas», algo más que un bar: un espacio alargado y lleno de cachivaches que caían desde el techo. Situado en la calle Mayor y con entrada por la plaza de la Santísima Faz, lo regentaba hasta principios de siglo este personaje de buen porte, grandullón, caballero y guasón. Viudo desde hace una década, vivía en una residencia de la zona norte de Alicante.

Estaba a punto de cumplir los noventa años. Y se marchó hace una semana, solo. El domingo 9 de noviembre, INFORMACIÓN publicó su ultimo relato público, en la sección «Retratos Urbanos»: «Me he hartado de poner chatos de vino y taquitos de jamón a tres duros, a 15 pesetas de entonces, y tapas como los chorizos al cachondeo o el jamón al horno que preparaba la cocinera, Adoración Flores». No llegó a tocar el euro. Se quedó en la peseta.

Llegó a Alicante en 1941, a la llamada de su padre, «Juanillo El Grande», un portuario malagueño que huyó del fascismo al término de la Guerra Civil y que tuvo que pisar montes, veredas para salvar el pellejo. «Mi padre era un currante y me enseñó el oficio», dijo.

Lo que más llamaba la atención a la clientela era la campana que sonaba cada vez que alguien daba una propina. «Había gente que nada más entrar dejaba dinero para que la campana sonase». O los carteles en dirección a los aseos: «Siga el olor» o «Se prohíbe correr por el retrete».

Ha muerto un campeón. Soportando el silencio del asilo me dijo: «Pepito, reparte recuerdos y abrazos a los amigos y también a los enemigos, si hay».

Suerte, Pepe.