Las ardillas son fáciles de descubrir gracias a los restos de piñas y piñones que roen pero difíciles de observar por su agilidad y rapidez. Sin embargo, cada vez hay más en las pinadas y parques urbanos de Alicante y no es raro verlas a primera hora de la mañana o al atardecer en el Campus de la Universidad; en la Serra Grossa, en el bosquecillo que está a sus pies y en el parque de la calle Teresa de Calcuta, muy cerca del colegio Jesuitas, de hecho personal de su centro de idiomas las han observado por la zona, muy cerca de las viviendas; en el Benacantil y más raramente en el Monte Tossal. Hay conductores que han visto ardillas cruzando por la avenida Costa Blanca, y hasta entrando en distintas urbanizaciones del Cabo de las Huertas, a pocos metros de la playa.

La ardilla que se ve por Alicante es la roja o común, una especie que desapareció de la Comunidad Valenciana en los años 80 porque se redujo la biodiversidad pero que se reintrodujo de forma artificial, en algunos casos por sueltas de personas que las compraron como mascotas. Según los ecologistas, se han extendido de forma natural, por lo que «no son especies invasoras y mucho menos una plaga», afirma Carlos Arribas, de Ecologistas en Acción.

Un estudio sobre la expansión de la ardilla publicado este año por el servicio de vida silvestre de la Conselleria de Agricultura indica que a partir de 2007 las ardillas empezaron a verse en cada vez más pinadas de la provincia y que desde 2010 aumentaron las quejas de agricultores por daños a cultivos y sistemas de regadío, y en menor medida de cazadores por predación de aves y daños a fauna. Para cuantificar las quejas, se solicitó copia a los servicios territoriales de Alicante, que encargaron dos encuestas entre los agentes medioambientales de la provincia sobre la tendencia poblacional de la especie en las distintas comarcas y términos municipales. «Este análisis es útil para poder entender el proceso de expansión de una especie invasora aunque se asimile a una nativa por su evolución demográfica», reza en el informe.

Para realizar el estudio se buscó información en el Banco de Datos de Biodiversidad de la Comunidad Valenciana, en las entradas de ejemplares en el Centro de Recuperación de Fauna de la Generalitat, se encuestó a los agentes medioambientales y se consultó a antiguos naturalistas sobre introducciones de ardillas en la provincia. Según el estudio, la distribución geográfica de la ardilla se disparó desde 2008 y alcanzó el mayor pico en el año 2011. El mayor número de quejas por la actividad de las ardillas se registró en 2012 con 24. Las primeras, no obstante, se recibieron en 2006 de propietarios de Pilar de la Horadada por roedura de tuberías y consumo de almendras. También las hay por daños en hortalizas y frutales, en zonas urbanas y en instalaciones eléctricas.

Los ecologistas defienden que, aunque fueran reintroducidas de forma artificial, han encontrado su nicho ecológico, «son simpáticas, comen piñas, no generan problemas y no atacan los cultivos».