El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la palabra ciudad en primer término como «Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas», y en segundo como «Lo urbano, en oposición a lo rural». Hay, sin embargo, otra definición que puede contradecir las anteriores: «Título de algunas poblaciones que gozaban de mayores preeminencias que las villas». Y es que para tener este rango no es necesario que se haya llegado a una cifra concreta de población, y sí es posible que la agricultura tenga un peso destacado en la economía local. Hay ciudades que lo son porque, sencillamente, algún episodio de su historia las hizo ser distinguidas con tal consideración.

En la provincia de Alicante son 14 los municipios con la categoría de ciudad. Entre ellas están la capital y localidades importantes como Elche, Alcoy, Orihuela, Torrevieja, Elda, Dénia, Villena, La Vila Joiosa y Novelda. Sin embargo, Benidorm y San Vicente del Raspeig son villas, al igual que la mayor parte de las poblaciones medias. Y, entre éstas, algunas ni siquiera tienen este rango, sino que son «lugares», como ocurre con El Campello. Por el contrario, Xixona y Castalla son ciudades pese a estar por debajo de los 10.000 habitantes, al igual que Monóvar y Callosa de Segura, que tampoco alcanzan los 20.000.

La concesión del título de ciudad a una población era una gracia real que reconocía su importancia estratégica o económica, o bien algún comportamiento por parte de sus habitantes considerado heroico. Con el tiempo evolucionó más a una cuestión honorífica, y a día de hoy tiene un carácter plenamente simbólico. Eso sí, el hecho de poder definirse públicamente como «ciudad» supone en general motivo de orgullo local.

La ciudad más pequeña de la provincia es también una de las más antiguas. Felipe V concedió esta distinción a Xixona en 1708, en reconocimiento a su lealtad en la Guerra de Sucesión, al tiempo que abolía los fueros del Reino de Valencia. Además, tal y como señala el cronista oficial, Bernardo Garrigós, le dio los títulos de Muy Leal y Fidelísima, la erigió como cabeza de corregimiento, le otorgó la custodia y defensa del castillo de Santa Bárbara de Alicante y dio a sus vecinos licencia para llevar armas, entre otras prebendas. «Ahora se ha perdido la importancia que antes implicaba esto, pero entonces debía impresionar mucho».

Otro de los privilegios concedidos a Xixona fue la donación del castillo a la población, «pero no se reconstruyó, que era lo que se pedía», añade Garrigós. Algo similar a lo que ocurrió con la reconstrucción de La Torre de les Maçanes, pueblo entonces bajo su jurisdicción y que había quedado asolado durante la guerra: se dio a Xixona la facultad para reedificar la población, pero no se ordenó que la costearan Alcoy y Penàguila como represalia de guerra, como se había demandado. Con todo, el cronista destaca la relevancia que alcanzó Xixona, un tanto diluida en la actualidad con la pérdida de población. «A muchos le suena raro que seamos una ciudad», comenta.

Pujanza y visitas reales

La concesión del título de ciudad a Castalla también responde a motivos bélicos, aunque con mucho retraso. La población fue escenario de dos batallas durante la Guerra de la Independencia, en 1812 y 1813, «las únicas que se produjeron en esta zona», señala Juan Francisco Mira, miembro del Centre d'Estudis Castelluts, grupo de investigación local. Desde entonces, los prohombres de la villa demandaron alguna compensación, que no llegaría nada menos que hasta 1890, en la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre de Alfonso XIII. «Debió mediar la influencia de personas con peso social», señala Mira.

Una placa en el Ayuntamiento recuerda la concesión a Castalla del título de ciudad, denominación que luce en el escudo local, junto con los títulos de Muy Noble, Fiel y Leal, otorgados en este caso por Felipe V también como signo de fidelidad. El hecho de ser ciudad no se utiliza a día de hoy como reclamo turístico en sí mismo, aunque entre los vecinos de la capital histórica de la Foia la distinción adquiere mucha relevancia porque denota una notable importancia en el pasado.

A partir de mediados del siglo XIX, y con la excepción de este caso de Castalla, la elevación de un municipio a la categoría de ciudad obedeció siempre a motivos económicos y demográficos. La «Gaceta de Madrid», antecesora del Boletín Oficial del Estado (BOE), resaltó por ejemplo las excelencias industriales y culturales de Alcoy y Elche al publicar la concesión de sus respectivos títulos, en 1845 y 1871. Ocurrió lo mismo con Monóvar, ya en 1900: el texto, muy breve, justifica la decisión «teniendo en cuenta su aumento de población e importancia agrícola e industrial». Con 10.000 habitantes, era entonces la principal localidad de la actual comarca del Vinalopó Medio y cabecera de partido judicial.

El cronista oficial monovero, Marcial Poveda, incide en que los albores del siglo XX fueron «un momento de gran pujanza económica», sobre todo gracias al cultivo de la vid y la producción vinícola, pero también con el auge de las industrias del calzado y el mármol, a la que se sumaría poco después la del jabón. Era además un momento álgido para toda la comarca, puesto que Novelda y Elda también fueron proclamadas ciudades en 1901 y 1904, respectivamente, por los mismos argumentos que Monóvar.

Casi 120 años después de adquirir esta máxima categoría, Monóvar apenas tiene 2.000 habitantes más. Con una cierta desazón aunque sin perder el sentido del humor, Poveda se pregunta «qué ha pasado para que nos hayamos estancado» desde mediados del siglo XX. El título de ciudad también aparece reseñado en el escudo local; no obstante, aunque en la población es conocido este rango, el cronista cuenta que en la vida cotidiana tiende a olvidarse porque «lo habitual es que los de aquí nos refiramos a 'el pueblo', pero somos una ciudad y es muy importante que se nos reconozca como tal».

Las localidades del Vinalopó Medio no recibieron una visita real, pero sí fue ése el caso de La Vila Joiosa, a donde acudió Alfonso XIII el 13 de febrero de 1911 para poner la primera piedra de lo que luego sería el Trenet de la Marina. La localidad preparó de manera concienzuda unos grandes fastos para este acontecimiento, tal y como explica el archivero municipal, Albert Alcaraz, en un artículo publicado en 2010: las calles se engalanaron y se sirvió una comida de lujo para la época. El monarca reconoció el agasajo apenas dos meses después: en abril, la «Gaceta de Madrid» publicaba la designación del municipio como ciudad. En 2011 se conmemoró el centenario con actividades a lo largo de todo un año, como conferencias, exposiciones y la edición de un libro.

Pero si para La Vila el título de ciudad fue un logro, para Callosa de Segura puede calificarse de hazaña. No estaba previsto que Alfonso XIII visitara la localidad el 4 de abril de 1925, pero sabiendo que iba a pasar por allí camino de Alicante tras una visita al campo de Orihuela -la carretera general atravesaba el casco urbano-, se preparó un recibimiento que hizo parar a la comitiva real. El monarca fue obsequiado con unas botas de cáñamo -para que las utilizara cuando fuera a cazar- e invitado a entrar en la iglesia de San Martín. Apenas estuvo unos minutos en el municipio y de forma improvisada, pero siete meses después, el 7 de noviembre de 1925, Callosa fue elevada a ciudad.

En el texto se reconoce «el gran desarrollo de su agricultura, industria y comercio, su acendrado patriotismo y constante adhesión a la Monarquía». El cronista oficial callosino, Miguel Martínez Aparicio, señala que «se quería dar una imagen moderna» en un momento de prosperidad económica, «y que el título de ciudad la ofrecía». A día de hoy, destaca, es algo «muy asumido» para la población, que refleja «una época de esplendor» en la que se edificaron instalaciones como el mercado de abastos o el matadero.