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La cuarta vía

La provincia se juega en la desescalada su salud, pero también su futuro económico y social

Turistas, en una terraza de Benidorm, en una imagen de archivo. DAVID REVENGA

Moha llevaba cuatro años trabajando sin contrato en labores de mantenimiento en un hostal, a pesar de tener toda la documentación regla. Desde mediados de marzo se ha quedado sin trabajo y también sin ingresos, ya que no forma parte de ese colectivo de «privilegiados» -camino de las doscientas mil personas ya en la provincia- sometidos a un ERTE y que, por lo tanto, cobrarán un subsidio de desempleo y, en teoría, mantendrán su trabajo cuando vuelvan. Un dinero escaso para los pagos que hay que afrontar mes a mes, pero que se cobrará. El caso de Moha es similar al de Pablo, un protésico dental uruguayo que se reinventó como pizzero desde que hace unos meses llegó desde Montevideo a la «madre patria» en busca de un futuro, o al de Pawel, un temporero polaco, que no puede acudir a la recolección de la cereza de la Montaña de Alicante porque, sencillamente, no tiene carnet de conducir, y moverse en transporte público es prácticamente imposible entre los municipios. Lucía es española, hasta ahora pagaba religiosamente una hipoteca por su pequeño piso de 65 m2 en el barrio alicantino de Carolinas. Hace unos días se acercó al banco para aplazar el pago, tal como ha dispuesto el Gobierno en uno de los múltiples decretos para mitigar el impacto del Covid-19 y se topó con la cruda realidad. Su empresa le dijo que no volviera a trabajar cuando se nos ordenó confinarnos en casa, no le abonó la primera quincena de marzo, pero tampoco ha presentado el ERTE correspondiente, con lo cual se ha quedado sin salario, sin paro e intentando encontrar una solución con su entidad, hoy parte de la solución.

Estos son solo algunos de los casos que nos ofrecen la herida que ha provocado el coronavirus en una provincia que corre grave riesgo de desangrarse por el impacto de una pandemia que, encima, amenaza con triturar a esa generación de alicantinos y alicantinas (situación extensible al resto de los españoles) que cuando explotó la «burbuja inmobiliaria» y quebró Lehman Brothers tenían 18 años y un futuro por delante y hoy, a los treinta, se sienten, de nuevo, frustrados y con un futuro laboral y social más que en el aire, pese a que hablemos de la generación mejor formada de la historia gracias al esfuerzo de sus padres y abuelos, muchos de los cuales no volverán a Benidorm o Santa Pola. No porque se tardará en recuperar la normalidad, sino porque, trágicamente, el maldito coronavirus se los ha llevado en un mes.

Hablar de sectores económicos reforzados por la crisis del Covid-19, que los hay, puede resultar hasta grosero en una provincia de servicios que, hasta hoy, camino de los dos meses confinada -desde ayer se puede pasear y hacer deporte- tiene cerrados el comercio, los hoteles, los bares, las peluquerías, las librerías? en fin todo lo que da vida y mueve la economía que, según algunos economistas, puede caer a los niveles de la Gran Depresión de 1929. Los que saben, entre los que no se encuentra la vicepresidenta Mónica Oltra, que ni corta ni perezosa y en medio de la tormenta turística, soltó hace unos días aquello de que nuestro modelo turístico genera pobreza y precariedad, subrayan que es el momento de no dinamitar las ruinas y, por supuesto, aprender de los errores para reconstruir lo que haya que reconstruir. Mañana arranca por fin la desescalada económica, de momento tímida, con cita previa, pero desescalada.

Datos y más datos negativos sobre el PIB, los ERTE, el petróleo, los precios forman también parte del escenario de una desescalada que, si no se hace bien, puede terminar con lo poco con lo que no ha podido el virus, con los escasos ahorros de una sociedad acostumbrada, en general y porque no queda más remedido, a vivir al día y llegar ajustada a final de mes. Hasta ahora, Gobierno y Consell nos han abrumado con cifras que dan lugar a que pensemos que se está haciendo algo, y algo se está haciendo, sin duda, pero, de momento, el esfuerzo no llega a los damnificados por el virus.

Desde la peluquera que se ha quedado en la calle, al promotor inmobiliario con un edificio de 30 pisos acabado y vendido, pero que no puede entregarlo porque el aparejador municipal de turno está en teletrabajo y se escuda en el Covid-19 para no acercarse a la obra y certificar que todo está en orden. El teletrabajo es importante, pero las lechugas no nacen bajo la alfombra de ese salón de casa convertido en estancia multiusos.

En este momento, más que nunca, se necesita diligencia y actitud -por supuesto que el hecho de que no haya vacuna es un factor limitante clave- ágiles para salir de esta crisis lo menos heridos posible, aunque para muchos el tumor económico y laboral pueda ser irreversible. Los ERTE son una solución temporal pero lo que se necesita de verdad es imaginación y la tan cacareada reindustrialización. Y eso no es acabar con el turismo que conocemos. Eso es, por ejemplo, que en la provincia de Alicante haya iniciativas, con apoyo institucional por supuesto, para que algún emprendedor pueda plantearse abrir una empresa para fabricar bombillas de bajo consumo, esas en la que vemos una solución para el ahorro energético, pero que compramos en Francia.

En la desescalada nos lo volvemos a jugar todo. De una parte el que no haya rebrotes del coronavirus, ni en las próximas semanas, ni el próximo otoño, pero también nos jugamos que los «motores» económicos no se paren y nuestros jóvenes, los que ya tienen el título del grado enmarcado en un cuadro o entran en septiembre -esperemos que no arranquen online- en la Universidad, no acudan a las aulas con el pensamiento de que hagan lo que hagan, acaben con el expediente que acaben, terminen como reponedores en un supermercado, por muy digno que sea poder tener ese trabajo.

Y, por supuesto, no dejemos caer más aún a esa legión de personas a las que el Covid-19 ha dejado en manos de Cáritas, Cruz Roja, Bancos de Alimentos y a merced de la solidaridad de los cientos voluntarios que se preocupan porque que no les falte un plato. Novecientos mil parados registró España en marzo. Pavor da pensar en las cifras del recién acabado abril.

Un amigo al que el Covid-19 le ha pillado envuelto en un drama personal se desahogaba esta semana asegurando que será de los primeros que se querelle contra el Gobierno. No creo que ese sea el camino, aunque después de escuchar sus argumentos me entró hasta miedo de pensar que también con el coronavirus haya quien ha buscado o consentido sacar tajada política de forma torticera.

Ayer, el sector turístico, la gasolina que alimenta gran parte del motor económico de la provincia, volvió a reclama apoyo para sus trabajadores. Con los establecimientos limitados a un tercio del aforo o, incluso, al 50%, no hay negocio posible. Es difícil vivir de los ERTE, y sobre todo pagarlos, pero ¿y los billones anunciados por Bruselas? ¿Ahora es el momento de demostrar el mantra ese de más Europa? La hostelería lo tiene muy mal.

Y la última, un mes después, la mayoría de nuestros científicos siguen en casa por orden gubernamental salvo que investiguen sobre el Covid-19. El coronavirus tiene una mortalidad del 1%, el cáncer de páncreas del 95%.

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