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La «nueva normalidad» de las colas del hambre en Alicante

El proyecto social de Cáritas en la Zona Norte ha pasado de repartir comida durante el confinamiento a casi dos mil personas, entre ellos trabajadores en ERTE, a atender a unos 625 usuarios en situación de pobreza cronificada

Cientos de personas acuden al economato de Tómbola, donde algunos consiguen alimentos gratis y otros pagan precios bajos.

Han pasado algo más de dos meses desde el fin del estado de alarma... y se nota. Las mascarillas evidencian que la pandemia continúa marcando el día a día, pero el perfil de las personas que hacen cola con los carros vacíos ya no es el mismo. Es otro, que no inédito. Hoy se acumulan pobres crónicos, a los trabajadores precarios cuesta más verles. De 1.900 usuarios en los peores momentos de la «era covid» se ha pasado a unos 625, según los registros de Cáritas.

El punto de encuentro también ha cambiado, ya no es la parroquia de Virgen del Remedio, como sucedió durante el confinamiento para reducir los desplazamientos. Ahora, el reparto de comida vuelve a su lugar habitual: el economato de Tómbola, a espaldas de la iglesia. Hasta allí acuden a diario decenas de personas de los barrios de la Zona Norte de Alicante para llenar su nevera. Unos tienen que pagar por los productos -a unos precios que en nada se parecen a los de cualquiera supermercado de la ciudad- otros, los más vulnerables, se los pueden llevar gratis.

Una mujer llena su carro de la compra con productos que le da un voluntario. Pilar Cortés

Unos y otros deben integrarse en un proceso de seguimiento, que arranca con una entrevista personalizada para conocer su realidad: miembros del núcleo familiar, ingresos mensuales, situación habitacional... Todas estas cuestiones personales se pasaron por alto en los peores momentos de la pandemia, durante los meses más críticos del confinamiento. Entonces, ante la extrema emergencia social, no había tiempo para entrevistas, para escucharles en conversaciones pausadas, para conocer a las personas que acudían a Cáritas a pedir ayuda para comer. «Entonces no les pedíamos nada, que nos dieran su nombre y poco más... Se les daba la comida sin más porque la situación era extrema», relata el padre Ginés, uno de los responsables del proyecto social de Cáritas en la Zona Norte y párroco en Virgen del Remedio. Ahora, los usuarios acuden al centro con su cartilla personal en la mano y entre otras cuestiones deben justifican que (si son padres) tienen a sus hijos escolarizados. «Eso nos lo tomamos muy en serio. Es una condición indispensable. Luego, al margen de eso, en función de la situación de cada familia, se les permite llevarse los productos gratis o se les incluye en el programa para que puedan ser usuarios del economato», prosigue.

En la cola, a pleno sol, aguardan decenas de personas. Hoy son vecinos de Juan XXIII, ayer fueron de Virgen del Remedio, otro día de Virgen del Carmen... Así, de martes a viernes desde que esta semana reabrió el economato en un intento de «vuelta a la normalidad». El lugar es el de antes de la pandemia (cuando sólo sirvió de almacén para preparar las bolsas de comida), pero cambiado. Los usuarios deben acceder con mascarilla. A las puertas se encuentran gel hidroalcohólico y pantallas de protección. Dentro se evita que haya acumulaciones de personas, por los usuarios y por los voluntarios. La relación también es otra. Es la de antes: ha vuelto a ser más personal. «Nos volvemos a dirigir a ellos por su nombre, a los que vienen ahora ya los conocemos. Durante el confinamiento, la avalancha de personas nos superó», prosigue el padre Ginés, quien calcula que el listado de beneficiarios ha pasado de casi dos mil a unos 650 a estas alturas del año. «Continúan los pobres crónicos, jóvenes sin trabajo o ancianos sin ingresos o con pensiones muy bajas. La mayoría son de nacionalidad española o árabes, y también latinos; pocos subsaharianos verás por aquí. Ya no vienen tampoco muchas personas con trabajos precarios que tuvieron que parar durante el confinamiento, como aquellos que se dedican a la chatarra, a los mercadillos o incluso a la mendicidad. Tampoco siguen los que se han incorporado a sus trabajos y que tuvieron que recurrir a nosotros por la tardanza en cobrar los ERTE. De nuevo, se demuestra que la gente que no necesita alimentos no viene a pedir. Nadie viene para tirar la comida a la basura», explica uno de los responsables de un proyecto que depende de sus voluntarios para seguir en marcha, unos cuarenta en total, normalmente vecinos de los usuarios para mantener esa estrecha relación que pretende el proyecto.

Samuel y Andrea son hoy los más jovenes del grupo. Ambos son estudiantes. José Luis fue maestro y trabajó en la Zona Norte hasta que se jubiló recientemente. Ellos reciben a los usuarios a las puertas del local, les acompañan durante el recorrido, les hacen la bolsa con la comida que aguarda en el almacén... María, mientras, espera a que se la entreguen. Sin entrar en más detalles, como la mayoría, explica que acude en nombre de su hija, que es madre de dos jóvenes. Los cuatro de la familia están ahora en paro. Éste es un perfil habitual entre las personas que recurren a Cáritas para llenar la nevera. «Intentamos que la situación no se prolongue mucho tiempo, que no estén aquí muchos años, pero siempre hay excepciones», añade el párroco, más que clave para la subsistencia de cientos de familias.

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