Directivos de la Obra Social de La Caixa no salían de su asombro. Nunca antes habían visto nada igual, ni siquiera aproximado. Aquella joven de Alicante, recién licenciada en Ingeniería de Telecomunicaciones que, becada por la entidad bancaria, había insistido en solicitar matrícula previa en las siete mejores universidades americanas para realizar el doctorado en una de ellas -sin atender al consejo que apuntaba la idoneidad de colocar entre las opciones alguna universidad con menos nombre y demanda para asegurar el tiro entre la enorme competencia- había sido aceptada por todas ellas, las siete, sin excepción. Así que Stanford, Massachusetts Institute of Technology, Carnegie Mellon, Columbia, Urbana Champaign, Caltech y The University of Southern California, los mejores centros universitarios en investigación de la visión por ordenador, área a la que Nuria Oliver quería dirigir su doctorado, levantaron la mano a la vez para acoger como alumna a quien acababa de licenciarse como primera de su promoción, presentando el mejor expediente académico del país.

Nuria Oliver Ramírez, hija de José Luis y María Ángeles -dos profesores de Alicante que se inclinaron por el magisterio en la rama de letras- quedó prendada, mientras cursaba el bachillerato en el Instituto Miguel Hernández, del relato de un amigo de su hermano acerca de las bondades de Teleco, carrera que decidió emprender tras aprobar selectividad, cómo no, con la mejor nota. Aquella conversación no hizo más que abrir definitivamente la puerta al camino de la investigación que la alicantina tenía mitificado por su admiración a Marie Curie y Albert Einstein, unido a una inquietud que le acompañó desde que tuvo uso de razón: contestar preguntas que nunca antes habían obtenido respuesta.

Ante la sorpresa de sus padres, dedicados a la filosofía y al latín, sin relación académica con las ciencias, pero contando con todo su apoyo, la joven apunta como destino la Universidad Politécnica de Madrid para cursar la carrera. Por delante esperan seis años en el colegio Mayor Santa Teresa, cubriendo cada día, bien temprano, el largo trecho hasta la facultad para acomodarse en los pupitres delanteros, los que facilitaban no perder un solo detalle de cada clase impartida.

Nuria comenzó a disfrutar la carrera desde el primer minuto, más todavía cuando, ya en tercero, queda encandilada de la Inteligencia Artificial, rama que descubre a través de su profesora Carmen Sánchez. A raíz de ello escribe un artículo sobre redes neuronales que es seleccionado para ser presentado en un congreso en Roma, donde se inclina definitivamente por enfocar sus esfuerzos en las actividades que relacionen la tecnología con las personas.

El proyecto de fin de carrera, dedicado a la visión por ordenador para detectar coches, sorprende a la propia alumna al observar que el programa no solo detecta automóviles sino que también los sigue. El trabajo corona con todos los honores la brillante carrera de la mejor alumna de la promoción de Teleco del 94, que acto seguido gira su mirada hacia Estados Unidos para cumplir con el doctorado.

La aceptación por parte de las siete mejores universidades americanas en la materia elegida conduce a Oliver, en primer lugar, a una indisimulada felicidad tras descubrir que la meritocracia sí existe, que el ser humano se autocensura muchas veces sin razón para ello; por otro lado, se enfrenta a la complicada tarea de elegir entre la flor y nata de la ingeniería tecnológica para completar su formación.

Por esos días, comienza a recibir numerosos correos electrónicos de los profesores de las distintas universidades, que descubren y describen las bondades de su centro para convencerla. Finalmente es uno de ellos, Tomas Huang, quien llama su atención por el hecho de aconsejar un centro que no era el suyo («si fueras mi hija, te llevaría al Massachusetts Institute of Technology»).

La frase acaba con la fase de indecisión. Oliver decide volar a Massachussets para cerciorarse de que el MIT era una buena opción, pero nada más aterrizar, en un día horrible, con sueño y tras ver un campus de hormigón sin atractivo alguno, el alma se le cae a los pies («aquí no me quedo ni si me pagan»). La firme postura, no obstante, sufre un giro por un detalle inesperado al día siguiente, que amaneció con un sol espléndido. Esperando un taxi para el traslado al aeropuerto, Sandy Pentland, el profesor que ejerce de guía, encadena un par de frases que convencen a la alicantina: «Ya ves, aquí también salen días soleados. Y, por cierto, di a tus padres que si eliges esta universidad no tendrán que preocuparse. Vamos a cuidar de ti».

La decisión de hacer el doctorado en el MIT no pudo ser más acertada. Nuria Oliver descubre nada más pisar el campus que acababa de viajar al futuro, a un sancta sanctórum tecnológico, bendecido en su día por Nicholas Negroponte, fundador del MIT Media Lab y gran estandarte del centro.

Tras doctorarse con honores y mientras deshoja la margarita para elegir el camino profesional entre el laboratorio o la academia, la ingeniera alicantina vuelve a quedar etiquetada como pieza codiciada. Baraja Silicon Valey como destino, al tiempo que llueven ofertas que le abren puertas en IBM y Microsoft, entre otros gigantes de la tecnología. Finalmente, es Microsoft quien da un paso más allá para convencerla con una invitación para dar una charla en Seattle. Semanas después, a base de insistencia, Oliver acepta el reto en la sede de Redmond.

Durante su estancia en Microsoft, Nuria desarrolla varios proyectos de éxito, entre ellos el SEER para el reconocimiento automático de actividades en la oficina, que fue presentado por Bill Gates ante miles de personas en un congreso en 2001. Poco antes, Gates, que suele reservarse dos semanas al año para leer artículos científicos como disciplina de aprendizaje, había tenido ocasión de leer uno de la española, con la que intercambió impresiones y a la que acabó felicitando por su trabajo.

En el MIT, tampoco pasó desapercibido el software que desarrolló en el proyecto LAFTER para la detección y el reconocimiento de expresiones faciales en tiempo real, que acabó licenciado a Nokia.

Años más tarde, en 2005, Oliver se convence de que el ordenador más personal es el móvil y, frente a ello, decide centrar sus energías en esa herramienta. Por esas fechas recibe una oferta de España para trabajar en Telefónica I+D, inspirada en el modelo americano. Acepta y se traslada a Barcelona.

En esa nueva etapa (2008-2016), la ingeniera generó más de veinte patentes, englobadas entre las 41 que atesora como inventora de interfaces inteligentes, análisis de imagen, vídeo y audio, informática móvil, modelado del cuerpo humano y aprendizaje de máquina, al tiempo que su trabajo de investigación da lugar a la creación de nuevas empresas.

Su objetivo primordial, con todo, siempre fue diseñar tecnología que se adaptara a las personas, nunca al revés. En Telefónica mantuvo su línea de investigación en el área de Inteligencia Artificial y Big Data como pilar estratégico de la compañía, un camino que también emprendió como creadora y responsable mundial de la investigación en Ciencias de Datos para Vodafone al frente de un equipo internacional con más de cien científicos.

Casada con el alemán-canadiense Kristof Roomp, vinculado a Microsoft, y madre de tres hijos, Nuria decide cambiar de rumbo y seguir el ejemplo de su marido, que desde tiempo atrás no necesitaba salir de su hogar para atender su quehacer profesional, bastaba tener delante un ordenador. Ante ello, en agosto de 2015, el matrimonio fija su destino en Alicante, curiosamente, al lado de donde la ingeniera vivió con sus padres, que permanecen en el mismo lugar.

Si la reacción de las universidades americanas para cultivarla como doctora le condujo a creer en la meritocracia, la respuesta de Alicante tras acogerla de nuevo confirmó que también se puede ser profeta en su tierra. Doctora Honoris Causa por la UMH, Importante de INFORMACIÓN, medalla de la Generalitat Valenciana al Mérito Empresarial y Social, Top Cien en la categoría de académica/investigadora, consejera de Bankia y hasta pregonera en las Hogueras de San Juan, innumerables títulos coronados con el ingreso en la Real Academia de Ingeniería, umbral traspasado antes únicamente por tres mujeres.

En noviembre de 2019 propone crear en Alicante una unidad Ellis, dedicada a la investigación de la «Inteligencia Artificial centrada en la Humanidad», única propuesta aceptada en España, proyecto que marca el comienzo de una nueva etapa en su carrera profesional como científica asumiendo el reto de crear desde cero un equipo de investigación de primer nivel.

Los tiempos de la pandemia también la eligen como abanderada de la lucha. Para ello, se pone al frente de un equipo formado por una veintena de investigadores de la Comunidad Valenciana desplegando sus esfuerzos en cuatro líneas de trabajo: el modelado de la movilidad humana a gran escala; los modelos epidemiológicos computacionales; modelos predictivos y ciencia ciudadana a través de COVID19impactsurvey.org, la mayor encuesta ciudadana sobre el virus de España con más de 280.000 respuestas y otras 50.000 a nivel internacional.

Cuentan que Stephen Hawking siempre sostuvo que la inteligencia artificial «puede ser lo mejor o lo peor que ha sucedido a la Humanidad». Si así fuere, partimos con la ventaja de que Nuria Oliver lleva veinticinco años empujando hacia el lado bueno.