Cientos de pequeños negocios de Alicante están al borde del abismo: las asociaciones cifran en un 40% los comercios que pueden sucumbir a esta crisis y el 80% de los establecimientos de hostelería por los recortes de aforo y horarios a causa del covid. Apenas reciben ayudas directas de las instituciones y si se las conceden aún no les llegan: se enfrentan a la tesitura de agotar sus ahorros y solicitar préstamos para seguir al pie del cañón. Los menos consiguen que los propietarios de los locales les rebajen la renta.

Virginia Truque abrió con solo 18 años una cafetería en la calle Castaños. Corría el año 1990 y nunca pensó que llegaría una crisis como la actual, «que me ha hecho polvo». Son muchas cosas las que lastran ahora mismo su negocio, entre ellas el coste de un local muy bien situado pero por el que paga 2.500 euros de alquiler -acaba de renovar el contrato sin haber conseguido que el propietario lo abarate un ápice-; y una terraza que ha pasado de 44 metros a 10 a causa por la crisis sanitaria y por la norma antirruido del centro de Alicante, que solo le permite colocar siete sillas.

Los gastos de esta empresaria se elevan a 40.000 euros al mes. Además de la cafetería regenta una pastelería en la misma calle en un local por 1.500 euros de alquiler -en este caso sí le han rebajado la renta-, y ha de pagar las cuotas de autónomos, la luz, el agua, los impuestos. Mantiene a cinco empleados tras los ERTE y se vio obligada a prescindir de varios más -llegó a tener 14- «porque al personal fijo lo tienes que pagar sí o sí». Sin embargo, apenas ingresa 9.000 euros mensuales. «Ya me recortó el Ayuntamiento con las medidas de la zona saturada de ruido. Es surrealista, una pesadilla. Hay días que hacemos 25 euros de caja, 100 euros el que más. No da ni para pagar la luz. La pandemia me ha terminado de romper». Así las cosas, ha optado por abrir solo por las mañanas y los fines de semana, para recaudar lo que antes ganaban entre semana y reducir gastos. Los días laborables solo dan para cubrir el coste de los puestos de trabajo. «La gente tiene miedo al covid y no sale».

A todos estos gastos se le suman 185 euros de un boletín de luz que ha tenido que solicitar y 660 euros de una medición acústica a la que obliga el Ayuntamiento. «Me pillaron unas obras en el edificio con cambio de bajantes tras el estado de alarma y estuvimos otros dos meses cerrados porque levantaron el suelo. Eso también fue a mi espalda, y llevo una mochila ya muy pesada. Pasa el tiempo y te vas arruinando, pese a que jamás me han devuelto un recibo. Me siento al borde del abismo absolutamente», afirma. Se le están yendo los ahorros y ha pedido préstamos, «que se evaporan en nada», para tener liquidez al no poder vender de un día para otro sus propiedades. Está entre tirar la toalla, traspasar el negocio o buscar un socio.

A este céntrico negocio en la calle Castaños solo le dejan poner 7 sillas. MANUEL r.SALA

En los barrios la situación también es complicada. El bar cafetería Libra, en Benalúa, abrió hace casi ocho años y pasa por su momento más delicado. Es un negocio familiar que regenta Vanessa Salmerón, en el que su hermana es la cocinera. «Estamos mal, como todo el mundo. Con las restricciones por el coronavirus, la faena ha bajado un montón. Está siendo bastante duro». Este establecimiento, además, no tiene terraza. Su aforo es pequeño, de unas 40 personas, que queda ahora reducido a un tercio por las normas sanitarias, y además, sin barra, con una capacidad máxima de 12 clientes y siete mesas al verse obligada a quitar tres.

«Tenemos que pagar alquiler, autónomos, Seguridad Social, luz, agua, teléfono, proveedores... Más de lo que gano. Hay que hacer piruetas y vamos al día con las compras porque no sabemos cuánta gente va a venir. No podemos prever nada». El alquiler del local, muy cerca de los juzgados, le cuesta 900 euros; la cuota de autónomos 298 euros, aunque por el covid se la rebajaron a 197 euros, única ayuda institucional que ha recibido; la luz 500 euros. En total unos 2.000 euros mensuales. «Teníamos una clientela muy fiel pero al pasar todo esto la gente tiene respeto y como no tengo terraza... Les explico que en hostelería no está el contagio, que es donde más se cumplen las medidas pero hay miedo. Me lo dicen así. Al final somos los más machacados». Tampoco confían en las Navidades: «no creo que la gente salga a comer o cenar fuera de casa. Otros años a estas alturas ya contábamos con reservas porque confeccionamos un menú y teníamos muchas mesas solicitadas pero ahora hay cero reservas». La propietaria habla de sobrevivir, «quiero luchar porque hemos puesto mucho empeño en el negocio, incluso antes de la pandemia pensamos en contratar a un empleado pero llegó el covid, y estuvimos tres meses y medio con el bar cerrado y con todos los gastos. El poco ahorro que teníamos nos lo comimos». De momento no se plantea cerrar pese a lo mucho que les cuesta levantar la persiana y a tantos inconvenientes. Hasta con los bancos, que le denegaron un préstamo.

Este negocio próximo a los juzgados lleva casi ocho años funcionando. MANUEL R.SALA

El comercio no está mucho mejor. Papelería Eutimio, fundada en 1935 en la calle López Torregrosa de Alicante, en pleno centro, ha visto cómo se le reduce la clientela a la mitad desde que estalló la pandemia y con ello el negocio. Para ahorrar gastos no abren por las tardes ni los sábados «porque nos compraba mucho la hostelería y están cerrados». Han perdido un nicho de negocio importante, que encargaba comandas, libretas, artículos de imprenta, flyers... Además, la venta de material de oficina ha caído un 50%. «Las oficinas están muertas y tampoco vienen los empleados que comían en los restaurantes, que ahora se quedan en casa (teletrabajando)», explican los hermanos Víctor, Eutimio y Francisco Javier Fernández, nietos del fundador.

El hecho de que su local sea en propiedad les permite compensar la caída de ingresos. «Gracias a Dios es nuestro, no lo podríamos pagar». Sí que tienen que correr con los gastos de la mercancía, los salarios de los tres, la Seguridad Social, los impuestos... «El beneficio se lo lleva el IVA. Cuando crees que has ganado algo, llega el día 20 y se lo llevan. Este año está dificilísimo el beneficio, cubrimos gastos y a subsistir un año más, a ver qué nos depara 2021». Intentan compensar la bajada en las ganancias con una mayor prudencia en la compra a proveedores, y sin gastos más allá de lo estrictamente necesario, «sin inversiones ni materiales excesivamente caros».

En esta época navideña antes realizaban mucha venta de artículos de escritura de alta gama, incluso plumas para regalar a 400 euros que ahora no tienen salida. El cliente gasta cinco veces menos. «Sobrevivimos a otras crisis gracias a que es un negocio familiar a costa de sacrificios porque cuando no hay, no hay para ninguno».

Los hermanos Víctor, Eutimio y Francisco Javier, nietos del fundador de la papelería Eutimio. rafa arjones

Riansares Romo regenta desde hace 25 años una peluquería dentro del Mercado de Babel, en un local en concesión por el que paga 198 euros de tasas al trimestre, un punto a su favor al no tener que asumir un alquiler. Pero sí tiene gastos de luz y agua, muy elevados en su negocio, cuota de Seguridad Social y autónomos, IRPF e IVA al 21%, y los productos. Los gastos apenas los cubre con los ingresos: levantar la persiana está cada día más difícil. «La pandemia influye mucho, muchas personas trabajan desde casa, por lo que no se arreglan, y no hay bodas ni comuniones. La gente no consume». La recaudación le ha bajado un 30%. «Estoy apurada pero aguanto el chaparrón. Noviembre está siendo flojo, a ver qué pasa en diciembre», un mes bueno para las peluquerías por las celebraciones este año en el aire.

La peluquería Riansares Romo está dentro del Mercado de Babel. MANUEL R.sala

Al borde del precipicio se siente a menudo María Peñalver, que se embarcó en julio, ya en pandemia, en la tienda de ropa Maglietta, en el barrio de los Ángeles. Tiene con su marido un parque infantil que aún no han podido abrir por el covid y decidió reinventarse, invirtiendo sus ahorros. «Los meses de verano fueron más fáciles, ahora se ha complicado todo, hay mucha incertidumbre. La gente se espera y gasta lo justo, ropa cómoda y básica, y caprichos los últimos». Además, el margen en los barrios es «bajito», afirma, por lo que los ingresos apenas le dan para cubrir gastos, cerca de 800/1.000 euros, entre alquiler, luz, agua, el seguro y la cuota de autónomos -más baja el primer año, 70 euros, la única ventaja-. Ante la situación, tuvo que prescindir de la empleada que tenía.

«Confío en aguantar, con lo que he podido ahorrar. Siempre he trabajado en tiendas como dependienta pero mi ilusión era tener una tienda. Mi idea es no rendirme. Me gusta mucho mi trabajo, pero es muy duro y hay pocas ayudas: no puedo optar a las del Ayuntamiento porque llevo poco. Esperemos que las cosas empiecen a mejorar».

María Peñalver montó la tienda de ropa en julio. MANUEL R.SALA