«Es muy incómodo estar afuera durante horas. Mi esposo estuvo solo anoche porque ya sabes que no puedes entrar, y esta mañana, como le dijeron que le iban a trasladar a una clínica privada, he venido a acompañarle aunque no he podido pasar, ni siquiera al aseo. Nos dicen que nos vayamos a casa y que ya nos llamarán, pero yo le espero aquí pendiente del móvil». Diana Gamarra lleva cuatro horas pendiente de su pantalla y de la puerta de Urgencias del Hospital de Sant Joan.

Al igual que el General de Alicante y los dos hospitales de Elche, el General y el Vinalopó, han actualizado sus protocolos para evitar escenas de familiares agolpados en las puertas a la espera de noticias. «Sobre los ingresados en UCI se informa por vía telefónica de su evolución. Los que están en planta tienen un teléfono para mantenerse en contacto. Si se ha dado algún caso en Urgencias, se les ha solicitado el número de teléfono y se les pide que se vayan» explican los sanitarios.

Los familiares consultados admiten que lo entienden dada la situación, pero también confiesan que es desesperante no saber qué está pasando dentro, no poder estar con el enfermo que está malo y solito, sin un consuelo, como explica Diana. «Al no ser un paciente covid no pueden ingresarle aquí pero nos quedamos más tranquilos porque no habrá peligro de infección. Ya le han hecho PCR y análisis de sangre para irse, le están buscando clínica».

Cuenta que lo de su sobrino fue peor, ingresado en Urgencias, vomitando, «y ni siquiera su madre pudo estar con él. Le dijeron que se fuera por el toque de queda y tuvo que volver a las tres de la mañana». Nuestra conversación se interrumpe porque tiene que llevar a su marido a Torrellano, su nuevo destino. «Tres o cuatro días de ingreso», concluye precipitadamente mientras se acerca a la puerta de Urgencias a por él.

A pocos metros hay una carpa habilitada para los familiares, con una decena de sillas distanciadas entre sí. Hoy está vacía.

A las puertas del hospital

En los bancos, calificados como de la paciencia, que jalonan el paseo en los accesos al hall principal del hospital de Sant Joan, por contra, hay un rosario de familiares armados de paciencia y sin quitar el ojo de la pantalla del móvil mientras esperan a «su enfermo», que en el caso de Danilo Coto es su mujer. Entró por Urgencias de buena mañana con fuertes dolores. Le toca parir el próximo 10 de febrero y confía en que todo vaya bien, aunque no hay quien le quite la desazón de no poder estar con ella dentro. «No me muevo hasta que no salga» .

Elena García también espera a su nuera embarazada de ocho meses. «No hemos ni intentado ir a la puerta, aunque hace dos meses sí que pude entrar con ella», comenta sabedora de los nuevos protocolos. «Estaremos el tiempo que haga falta, sin problema, todo por mi nieto», añade entre risas al lado de su hija, quien aprovecha para buscar trabajo en las redes. «Viendo cómo están las cosas y que mi hijo, su marido, es asmático y con otra niña, toda precaución es poca», recalca Elena.

A Tania Castedo le angustia que su novio, pendiente de varias pruebas, no hable bien el castellano -es de Dinamarca- y no se entere bien de lo que hay. Le tocará hablar más tarde con el médico. Quisiera acompañarle pero aguanta fuera pertrechada con varias mascarilla porque no sabe cuánto durará la espera. Como Deisy, que sabe que su esposo no se entera bien porque los médicos le ponen nervioso, y «con mucha paciencia, disciplina y tristeza», sigue pendiente del resultado de la inflamación que les ha llevado al hospital en tiempos de covid.