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Profesor de Geografía Humana de la UA

José Ramón Valero: «Las zonas industriales han sufrido el mayor nivel de contagio y no se le ha dado importancia»

Admite su pesimismo respecto al aprendizaje de la sociedad ante la pandemia, aunque considera que ha puesto en cuestión el «que fabriquen ellos» y algunos aspectos del desarrollo turístico. También duda de que el ámbito laboral se haya visto menos afectado por el virus que el social.

El profesor José Ramón Valero Escandell en su despacho de la Universidad de Alicante.

¿Cómo lleva la pandemia en la esfera profesional?

 En la enseñanza, la pandemia ha obligado a una adaptación rapidísima a unas condiciones que, evidentemente, como en cualquier otro ámbito social o económico, son difíciles. Ha habido que aprender sobre la marcha, improvisar, tratar de formarse de manera no presencial, afrontar un esfuerzo enorme con un apoyo que, pese a todos los esfuerzos, no ha podido ser el adecuado. En el caso del alumnado, la adaptación ha sido muy desigual y eso tendrá consecuencias futuras que todavía no estamos en disposición de evaluar. Muchos de los cambios, los mejores, los más prácticos, han llegado para quedarse; otros cambios, no tan positivos, van a tardar mucho en poderse superar. Entre los primeros, por ejemplo, la generalización de un aprendizaje a distancia, que puede ser claramente complementario al presencial; entre los segundos, unas evaluaciones que no sé hasta qué punto son correctas.

¿Y en la esfera personal cómo le está afectando?

Como a todo el mundo pero en mi caso, y creo que en el de muchos, nos ha ayudado a valorar las pequeñas cosas: pasear, disfrutar de una caña en una terraza...Especialmente duro está resultado a grupos de edad como los adolescentes, para los que el contacto con su entorno personal extrafamiliar es vital, o en los más ancianos, muchos de ellos con problemas afectivos y de soledad que en muchos casos se han acentuado.

¿Los efectos de la pandemia han sido diferentes en Alicante que en otros territorios?

No creo que sean muy diferentes a los de toda Europa pero, como en cualquier otro punto, ha tenido aspectos diferenciales.  En donde yo vivo, tal vez sea una percepción mía, la primera fase, la del confinamiento estricto, afectó a muchos de nosotros con una cierta lejanía: se concentraba en buena parte en residencias de ancianos, se sabía que había muerto alguna persona en tu pueblo, pero no siempre era alguien cercano. Paradójicamente, en la tercera fase es como si la enfermedad afectase más a gentes cercanas a nosotros, tenía cara, nombres y apellidos, amistades compartidas… en muchos pueblos de Alicante ha aumentado el número de los contagiados, aunque tal vez tenga que ver que teníamos muchos más medios de detección, no nos cogía por sorpresa. Por otra parte, un cierto desánimo con las recaídas, parecía antes que la pandemia iba a ser algo pasajero y, de golpe, volvíamos a casa, se cerraban los bares, se reducían de nuevo los contactos, y además se hacía en una época, Navidad, Nochevieja, Reyes, que coincidían con la época de mayor contacto con los nuestros. En definitiva, en la provincia la pandemia sí ha tenido algunos aspectos diferenciadores.

¿Por ejemplo?

En la provincia de Alicante, tal vez, los mayores niveles de contagio se han dado en los pueblos industriales, que además tienen un enorme tejido asociativo propio, casi siempre festero, pero de todo tipo. Es curioso que no se le haya dado importancia, pero no estoy tan seguro de que el ámbito laboral haya sido menos afectado que el social. Habría que preguntarse seriamente por qué no se ha reflejado en las cifras y qué ha pasado en el interior de algunos centros de trabajo...

¿Y en la costa alicantina?

En una provincia tan claramente turística, especialmente en las localidades litorales, aunque los contagios no hayan tenido una incidencia más elevada que en otras partes, las consecuencias de la pandemia sobre el tejido productivo, la vida cotidiana y la propia mentalidad de estos municipios han sido muy fuertes, mayores que en otros lugares, con mayor incertidumbre y, ojalá me equivoque, con mayores consecuencias a medio plazo.

José Ramón Valero Escandell en su despacho de la Universidad de Alicante. ALEX DOMÍNGUEZ

¿Qué le parecen las medidas adoptadas en la hostelería?

Algunos sectores como los bares se han sentido criminalizados, como si se les considerase responsables de la pandemia, lo que no es cierto. Sí lo es que ellos son epicentro de los contactos sociales y que su cierre o sus limitaciones son imprescindibles porque cuando cierra la hostelería, el espectáculo y el ocio nocturno parece que la gente ya no tenga donde ir, no sea posible el contacto social. Sin embargo, ello obliga a tomar medidas compensatorias claras, que debían haberse adoptado con mayor celeridad.

¿La inversión pública en investigación aumentará realmente o cree que hay mucho brindis al sol en este momento?

Yo me conformaría con que se replanteasen los principios de la inversión pública en investigación, se agilizaran las ayudas a los procesos más estratégicos. Cuando se comenzó a hablar de las vacunas se vieron muchos reportajes sobre los investigadores españoles que estaban trabajando para conseguirlo. ¿Qué nos ha pasado, qué limitaciones hemos tenido, que insuficiencias, que trabas burocráticas o presupuestarias? Si queremos ser un país en la élite mundial no nos queda otra que apoyar al conocimiento en todos sus aspectos. No sólo a la investigación y al desarrollo científico, sino también a la innovación, a la capacidad de difundirlo de manera que pronto se traduzca en resultados prácticos. Ahora es el momento de plantear el uso de las ayudas europeas. ¿A qué se van a dedicar?, ¿a innovación, a modernizar el sistema productivo, a reducir los desequilibrios sociales, a fomentar un empleo estable? o ¿al «qué hay de lo mío», a la subvención, al proyecto de los «amiguetes», al estudio que nos diga lo que queremos escuchar?  No estamos escribiendo una carta a los Reyes Magos para que nos traigan algo sin que nosotros hagamos nada. Las ayudas europeas son un tren que no podemos dejar perder, sobre todo porque el tren pasará también por otras estaciones en las que nosotros no estaremos.

¿Cómo abordarán este episodio traumático los historiadores del futuro?

 Ya hay quien está escribiendo sobre el tiempo del gran confinamiento. Esto no es, afortunadamente, la época de la peste negra, que diezmo la población europea y en algunas ciudades hacinadas redujo la población a menos de la mitad. Sin embargo, mucho más que la gripe de 1918, asociada además a la Gran Guerra, que ayudo a finalizar, por otra parte, es una pandemia propia de una sociedad globalizada. Se ha dado en una sociedad confiada, en una sociedad de consumidores, en una sociedad mucho más avanzada técnicamente, y ha influido en multitud de aspectos: geopolíticos, sociales, económicos. Ha puesto en cuestión algunos aspectos del desarrollo turístico, ha puesto en cuestión el “que fabriquen ellos”, ha puesto en cuestión demasiadas cosas. Pero es todavía pronto para que podamos afrontarlo con perspectiva.

El profesor Valero Escandell. ALEX DOMÍNGUEZ

¿Por qué nadie ha puesto el foco en el transporte público como gran factor de propagación del covid-19?

Los factores de transmisión han sido numerosos, no sólo el transporte público, no sólo los bares, ni la familia, ni la escuela. No somos los culpables de la pandemia, pero decir esto no nos permite actuar irresponsablemente; nos cuesta entender que nos podamos contagiar a través del familiar, a través del amigo, del compañero de trabajo. No somos parte de una docena de burbujas al mismo tiempo; parecía casi de mala educación mantener la mascarilla entre familiares, aunque no se conviviera, o al tomar café con los amigos. Es evidente que el transporte público, por la densidad de personas conviviendo momentáneamente en un espacio cerrado, es un factor de riesgo, como resulta fácil comprobar cómo en algunas grandes capitales –como Madrid en los momentos más duros- la incidencia era mucho mayor en los barrios que se movían por el metro. También lo han sido los contactos con nuestra propia gente, ante la que no conservábamos las mismas precauciones, fuera en bares o en el espacio privado. Luego están los comportamientos absolutamente irresponsables, que también los hubo; cuando ves que alguien ha reservado cuatro roscones de reyes de muchas raciones cada uno o seis kilos de chuletas sabes que no es una reunión de cuatro personas, no sólo son los jóvenes marchosos.

¿La sociedad aprenderá u olvidará todo lo sufrido?

 Normalmente, nuestra capacidad de olvido parece sorprendente. Las epidemias han sido algo cíclico en la historia del género humano y, pese a lo actual, la virulencia se ha ido reduciendo con el avance de la medicina, de la higiene, de la alimentación, de la salud pública. Sin embargo, la globalización facilita el rápido contacto entre las distintas naciones, es imposible poner fronteras a estos intercambios, la propagación de cualquier avance y de cualquier problema surge a una velocidad cada vez mayor. Soy pesimista, porque se ha podido ver el efecto de una pandemia a escala mundial y sus efectos sobre la economía y el día a día de la gente. Estamos viendo cómo enseguida se le ha dado un valor estratégico a numerosas cosas: la capacidad de producción industrial, el control de la ciudadanía, el peso de la tecnología y de la ciencia (las vacunas han surgido todas ellas en unos entornos muy concretos, las áreas punteras de los países tecnológicamente más desarrollados), sus repercusiones militares. No sé si habremos aprendido esta vez: la historia nos enseña lo próximas que estuvieron las dos grandes guerras mundiales.  

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