«La primera vez que vine lo pasé muy mal y mi mujer no se quiere acercar, le da vergüenza». Álex Sánchez, de 32 años y abogado de profesión, acude desde hace semanas a buscar alimentos a las colas del hambre. Algo impensable antes de la pandemia para esta familia que tenía una vida «no de oro pero relativamente cómoda». El hecho de que tengan el piso pagado es para ellos un respiro en una situación en la que «lo estamos pasando chungo». Padres de un niño de 6 años, el bufete en el que trabajaban ambos en Alicante no le renovó el contrato (y tampoco a su mujer), como venían haciendo cada año, en la víspera del primer estado de alarma «y ni me pagaron despido ni nada», aunque le ofrecieron trabajar en negro. Sin embargo, ni se le pasó por la cabeza denunciar «porque no volvería a trabajar de abogado en la vida en Alicante» . Afirma el joven que han llorado mucho y que sufren una enorme ansiedad. «Esto ni lo imaginábamos. Estudias una carrera para labrarte un futuro, no para acabar recogiendo comida».

ÁLEX SÁNCHEZ, abogado desempleado: «Estudias una carrera para labrarte un futuro, no para acabar recogiendo comida»

Las bolsas de alimentos se las proporciona Despensa Solidaria, una ONG que, coincidiendo con la tercera ola de covid, ha atendido a 578 familias y 1.736 personas, un 86% más que en enero y febrero de 2020, en los repartos semanales que hace en colaboración con la Policía Nacional. Lejos de reducirse, las necesidades de los alicantinos de ayuda básica alimentaria, para el pago de recibos y otro tipo de apoyos aumentan hasta multiplicarse por cinco con respecto a la era precovid.

PEDRO ESCUDERO, carpintero en paro: «Vivo solo y el dinero del paro no me llega para nada. Esto (la comida) me eleva la moral»

Demanda imparable

De ello da fe Cáritas, cuya ayuda pone en valor el joven abogado como también la que reciben a través de la parroquia de su barrio. La entidad atiende ahora en la provincia a 11.000 familias (42.000 personas) frente a las algo más 2.000 familias (8.000 personas) a las que asistió en 2019: ha quintuplicado su ayuda. Las peores situaciones se dan en Alicante, Elche y Benidorm.

Desde Cáritas, Joaquín Sansano explica que la situación meses atrás fue explosiva y llegaron a llevar menús a casas de gente, algo que no habían hecho nunca. A personas con contratos precarios, que vivían de la chatarra o la venta ambulante (mercadillos), se suman ahora como demandantes de ayuda hosteleros, cuidadores de mayores o dependientes, mujeres solas con hijos, y refugiados colombianos y venezolanos que se quedan fuera de las ayudas públicas al estar en situación irregular. Cruz Roja va tras la tercera ola por los 270.000 usuarios de todo tipo de atenciones (sintecho, empleo, inclusión, aparte de dar de comer) frente a los 200.000 de 2020, que ya eran el doble que en 2019. Solo en enero y febrero alcanzan las 86.000 personas a las que ha proporcionado comida y ayudas de vulnerabilidad.

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El Banco de alimentos supera de largo los 50.000 usuarios, 15.000 más que antes. La entidad está distribuyendo ahora el millón de kilos de la ayuda europea -otro millón entregará Cruz Roja-, pero dado que el reparto se prolongará hasta abril con 25.000 kilos diarios durante dos meses se recurre a la donación privada para estirar la ayuda y evitar el desabastecimiento de familias hasta entonces, explica su presidente, Juan Vicente Peral, que destaca que el impacto de la crisis en la provincia está por encima de la media por su condición ligada al turismo, actividad económica ahora inexistente.

La propia Despensa Solidaria, que funciona en base a los listados de peticionarios que envía el Ayuntamiento a través de los centros sociales y los centros de salud, se está gastando en esta tercera ola 3.000 euros a la semana de dinero de donaciones y cuotas de socios, es decir, de fondos propios, para atender la demanda de familias sin recursos, a las que además de comida dan productos para bebés, de higiene y mascarillas, como explica su presidenta María José Solbes.

A la espera de los alimentos de Europa, es tal la situación de emergencia que a algunas ong les faltan conservas, productos de higiene y otros más específicos como leche sin lactosa o alimentos para intolerantes al gluten. Hay lugares donde, para llegar a toda la demanda, sacan hasta ocho lotes con los productos con que antes se hacía uno.

Los perfiles de población en las colas del hambre son cada vez más amplios e incluyen también a profesionales liberales en paro o en ERTE, personas que vivían del trabajo en negro o que llevan empadronadas en la provincia menos de un año. Situaciones que se agravan en las grandes poblaciones y en las marcadamente turísticas. Y mucha gente joven «que nunca antes había venido a asistencia social, que les da vergüenza, que se defendían limpiando casas, mucho camarero por el cierre obligado de la hostelería por el covid, mucho latino y hogares de mujeres con niños», apunta una voluntaria que conoce el día a día.

Maica Beltrán, de 50 años, es hostelera y el viernes se incorporó a las colas del hambre. Tras recoger sus primeras bolsas de ayuda alimentaria acompañada por su hijo pequeño, de 20 años, que pese a ser auxiliar de Enfermería y a haber acabado las prácticas, no encuentra empleo, acabó llorando al hablar de su situación. «A mi edad ya es difícil conseguir trabajo y cuando lo consigo llega la pandemia a las tres semanas. Me dijeron que no pasé el periodo de prueba». Cuando el establecimiento reabrió en la desescalada su jefe fue franco y le dijo que prefería coger a gente joven en formación. Lleva un año cobrando la ayuda para mayores de 50 años, de 430 mensuales, que puede percibir durante otro año más.

Depresión

«Me deprime pensar en enlazar ayuda tras ayuda, quiero trabajar. Pienso a corto plazo y en que esta situación termine lo antes posible». Puede tirar hacia adelante con la ayuda de su madre, que recuperó un piso propio que tenía arrendado para que su hija y nietos puedan vivir allí. «Hay gente peor que nosotros, que no tiene ni para pagar el alquiler», señala. La pandemia le ha causado un enorme «bajón». «No soy lo que era. Mi madre me decía que me comía el mundo y ahora le digo que el mundo me come a mí». El hijo mayor de Maica es transportista, acabó el paro y busca trabajo.

También es nueva en las colas del hambre Alicia Jiménez, de 43 años, que ha sido dependienta, entrenadora personal y escaparatista. Madre de un chico de 16 años, tuvieron que irse a casa de su madre, delicada de salud y con muchas operaciones, donde dormía en un sofá, al quedarse sin trabajo. «No encuentro nada. Presenté la renta mínima hace ocho meses pero de momento Servicios Sociales me da esto, que es una ayuda», dice refiriéndose a los lotes de comida que recoge una vez a la semana. Alicia Jiménez cree que a la pandemia se suma en su caso el factor edad como traba para encontrar empleo. «Siempre he tenido trabajo, desde los 17 años, y nunca pensé que tendría que venir a pedir comida, me da cosilla, pero vergüenza no». Con el subsidio terminado, su pareja la está ayudando. «Tengo ansiedad por lo desesperante de la situación», que le ha obligado a vender su coche.

El marido de Jennifer Tolosa, de 30 años, trabaja ahora en la recogida de la uva, sin contrato fijo, y ella estuvo en una floristería y limpió casas, pero ahora no puede porque cuida a un bebé de 1 año, y tiene otro hijo de 11 años. Pese a estar en un piso de sus suegros, «no llegamos a fin de mes, le tenemos que pedir a mi madre. Voy a solicitar una ayuda (ya se la denegaron pese a tener dos hijos, explica) porque la cosa está muy mal. Es una locura».

Pedro Escudero Miranda, de 63 años, era carpintero ebanista pero lleva más de 10 años en paro. «Estaba mal antes de la pandemia y sigo mal», explica. Cobra 450 euros de paro, con lo que paga alquiler y recibos. «Vivo solo y con este dinero no puedo vivir. Esto que me dan -la comida- me eleva la moral. Mis padres me enseñaron a sobrevivir con lo necesario y me busco la vida».

Otro perfil nuevo de demandante de ayuda (también hay muchas personas mayores) es la filipina Anselma Franco Viacruces, de 67 años, que fue cuidadora. Después de 13 años en Alicante espera cobrar una renta en abril porque tiene que pagar la habitación en el piso que comparte, que le cuesta 200 euros al mes con uso de agua. «Soy mayor y no puedo trabajar por enfermedad. Ojalá me llegue la ayuda pronto».

Un ropero al que otras entidades envían a personas necesitadas

Otra ONG, Reacción Solidaria, distribuye comida a los sintecho los martes y a a familias los miércoles, mientras que los jueves entrega a los que más lo necesitan prendas de vestir. «Tenemos un ropero gracias a un grupo de voluntarios que busca la ropa», explica Miriam Albaladejo, coordinadora del proyecto de reparto de alimentos. Ropero al que Cruz Roja también deriva a personas que lo necesitan, afirma. Atienden a una treintena de familias a la semana, y en el caso de la comida sus usuarios tienen que presentar unos documentos que acrediten su situación. «Estamos detectando mucha necesidad. La hostelería es uno de los grupos donde se está incrementando. Las familias lo están pasando mal».