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Gent de la Terreta

De la Vila al Mundo

Pedro López, empresario de Chocolates Valor

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«Peret, algún día tindrem una fábrica com esta». El sueño expresado en voz alta de padre a hijo cuarenta años atrás, a las puertas de la instalación de la firma Huesitos en Zaragoza, no sólo fue alcanzado con creces gracias al desarrollo y progreso de «Chocolates Valor», sino que la fábrica aragonesa que ambos visitaron como clientes a mediados de los años ochenta, hoy es de su propiedad, fruto de la línea de expansión de una sociedad familiar caracterizada por la buena gestión.

Huesitos, que había pasado por las manos de dos multinacionales y estaba a punto de trasladarse a Polonia, acabó reencontrando viabilidad en la mochila de Valor como nuevo bien de la última generación al frente de esta empresa referente de La Vila Joiosa, hoy presidida por Pedro López López, biznieto de Valeriano López Lloret, el «Tío Valor» creador de una saga de «xocolaters» que ha ampliado la pista para la generación venidera que ya ha entrado por la puerta.

Así ha ido ocurriendo desde que el «Tío Valor» decidiera dedicar su vida al chocolate, siguiendo, según versiones históricas, el manual de un napolitano que apareció por el barrio vilero La Ermita en 1812 para ganarse la vida con tal menester.

Y en esas le tocó el turno a Peret, el menor y único varón de seis descendientes, que creció viendo cómo aumentaba la empresa y la producción de la mano de su padre, Pedro López, de su tío Valeriano López Mayor y de su otro tío y padrino, Valeriano López Lloret, los tres hijos del abuelo Viçent, puntales de la tercera generación que desde sus áreas -producción, comercial y administración- pusieron velocidad de crucero a una empresa que se amplió mercado con los «Chocolates del Tío Valor» y «La Sin Rival».

Tras cursar sus primeros estudios en el instituto de La Vila, Pedro opta por Ciencias Empresariales, carrera que completa entre Alicante y Valencia y que le abre la puerta a una beca de trabajo en Londres para completar su formación en la empresa de alta pastelería «La Maison de Sorbets», un proveedor de repostería artesanal de inspiración francesa, con venta directa en los mejores hoteles, restaurantes y centros comerciales del Reino Unido.

En ese terreno, Pedro asume distintas misiones, entre ellas comprar fruta fresca en Covent Garden o distribuir el producto en el Ritz y en Harrod´s. La dirección de «La Maison de Sorbets» debió entender que le salía rentable la aportación del vilero y accedió a ponerle un sueldo no contemplado en la beca, remuneración que Pedro destinó, entre otras cosas, a la compra de una bicicleta.

Subido a ella dedica sus ratos libres recorriendo Londres de arriba a abajo, en busca de futuros clientes para su propio negocio, hasta topar con Products from Spain, una empresa ubicada en la zona de Portobello dedicada a la importación de productos de la península que distribuía en los restaurantes de cocina española de la capital londinense, por entonces con fama de ser los más baratos de la ciudad.

A resultas, Products from Spain entra como cliente de Chocolates Valor, detalle que no pasa desapercibido para los patriarcas de la fábrica, que tomaron nota para un futuro que se antojaba cercano.

Con todo, la etapa londinense en «La Maison» brinda el mejor de los masters para aplicar al negocio. De los ingleses aprende interesantes métodos para mejorar servicio y producto y, al mismo tiempo, cuestionables maneras en cuanto a relación con empleados o métodos de higiene que jamás se atrevería a imitar. Así que, pese a tener una oferta en firme para prolongar su contrato, el «fill del xocolater» decide zanjar su etapa inglesa y regresar a España para cumplir con el servicio militar en Valencia.

Cubierta la mili, Pedro se incorpora a Chocolates Valor, la empresa que preside su padre, que años antes había abandonado La Ermita para ocupar un espacio de 22.000 metros cuadrados algo más abajo, en la partida Xovades.

Su vocación empresarial, únicamente puesta en duda por su atracción por la arquitectura, le conduce al negocio familiar que ha mamado desde niño, acompañando en no pocas ocasiones a su padre por diversos puntos de la geografía nacional.

Al entrar en la fábrica se le asigna un cargo vinculado a la exportación que le obliga a viajar por el mundo para abrir nuevos mercados, una misión en la que encaja a la perfección y para la que aprovecha su amistad con los empresarios turroneros de Xixona, con experiencia y rutas abiertas desde tiempo inmemorial.

Así, durante casi una década, abre línea de negocio en todos los países de América Latina, Estados Unidos, Japón y Corea.

Por ese tiempo contrae matrimonio con Maite López, enlace que tuvo que posponerse tiempo atrás a causa de un grave accidente de tráfico a la altura de Pedreguer, en el que Maite se llevó la peor parte. Finalmente, la boda tuvo lugar con un convite-merienda para quinientas personas en el sótano de la fábrica a base de chocolate, orquesta y banda música, y con cuatro coreanos como testigos inesperados, clientes que se tomaron al pie de la letra una invitación informal en su último viaje asiático y a los que tuvo que mostrar la fábrica y negociar la venta de contenedores con producto minutos antes del enlace en la iglesia. Es más, en la ceremonia posterior, la pareja de uno de los coreanos rompió el protocolo, ante el asombro de los vileros presentes, para colocar un collar en el cuello de la novia frente al atónito sacerdote. Al parecer, el ritual respondía a una tradición del país asiático destinado a asegurar la fertilidad de la joven pareja. Y, coincidencia o no, lo cierto es que nueve meses después Maite daba a luz a su hijo.

A mediados de la década de los noventa, la familia le pide que asuma la dirección general de la empresa, iniciando así una etapa fructífera y de expansión, rodeado de un equipo competente y bajo una máxima dictada por sus antepasados: «Cuida a clientes y proveedores aunque dejes de tener relación. El no de hoy es la primera oportunidad de negocio de mañana».

En esa misma línea, su padre ya marcó pautas de mejora, incrementando la calidad con un aumento de cacao en el molde más grande que podía hacer. Aquella iniciativa se tradujo en el «Chocolate Puro», una marca que creó escuela y sigue al frente de los productos más vendidos. Por esos tiempos surgió la idea de hacer marca creando chocolaterías dedicadas a vender chocolate con churros para el segmento del desayuno y merienda. Hoy en día suman ya cuarenta chocolaterías repartidas por España y Portugal desde la primera inaugurada en La Vila.

Del mismo modo, la cuarta generación puso su firma en el chocolate sin azúcar y en el lanzamiento de la campaña de publicidad «Placer Adulto» que marcó un antes y un después para Valor, propiciando un despegue espectacular en sus finanzas.

Con esa política se entró en el mercado portugués adquiriendo Imperial, una empresa de Oporto que representa en la actualidad la cuarta parte del volumen de la marca vilera.

En estos tiempos, los productos que salen de la fábrica de Xovades están presentes en sesenta países y la firma da empleo directo a 360 personas, a los que hay que sumar otros tantos en tiendas y franquicias. Todo bajo la presidencia de Pedro López , al frente de la gestión de la centenaria empresa de Valeriano, El Tío Valor, de La Vila Joiosa, tierra de buena gente.

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