En un rincón perdido por el término municipal de Ibi se levanta Finca Daroca, unas cuantas hectáreas que destinan su espacio a inculcar valores a niños y jóvenes sobre la agricultura básica, a los que se les infunde el amor a los animales, se incide en la afición al deporte y, sobre todo, en el respeto y en el trabajo en equipo. Quien esto escribe no precisa dar muchas más vueltas para caer en la cuenta de que todo eso condensa el trazo vital de uno de los empresarios cuya bonhomía ha caminado en paralelo con la honestidad y la capacidad de trabajo: Joaquín Rocamora Ferri.

Nacido en Daya Nueva en 1939 en el seno de una familia humilde dedicada a la agricultura, y nieto del alcalde de aquella Daya de principios del pasado siglo, su madre contrajo matrimonio con Francisco, un almoradidense con el que tuvo cinco hijos -dos mujeres y tres varones- que sobrevivieron a los duros tiempos de la posguerra como arrendatarios de fincas para vivir de lo que diera la tierra y de una pequeña tienda que el padre creó con un hermano.

Joaquín, el cuarto en la descendencia, buen estudiante, llegó a ingresar en el seminario de Orihuela con 12 años, pero al alcanzar la mayoría de edad y con una beca aprobada por el ministerio de Educación y Ciencia para estudiar Filosofía y Letras en Salamanca o en Comillas entendió que no tenía la vocación necesaria para encaminar sus pasos hacia el sacerdocio y, primera gran prueba de honestidad, renunció a la subvención estatal que cubría los gastos de la carrera hacia la licenciatura de Letras para que esta fuera aprovechada por quién sí estuviera llamado a lucir los hábitos.

A esas alturas, la mente de Rocamora fotografiaba un futuro hogareño, rodeado de hijos, circunstancia que no tardó en suceder al conocer a Fina, una joven dayense que se convirtió en su esposa a los 27 años.

Ante eso, enfocó su futuro profesional hacia el magisterio, carrera que culminó por libre y en dos años, robando horas al sueño para que el esfuerzo acortara el camino de los tres cursos y de la reválida necesaria para licenciarse.

Del mismo modo, tampoco tardó en aprobar la oposición que le otorgó una plaza de maestro en Monforte del Cid, donde estuvo ocho años, y en Alicante, donde pidió plaza y siguió dando clase los nueve siguientes.

Con todo, el cambio de dirección profesional llega en Monforte merced a unos amigos que le proponen introducirse en el mundo empresarial. Allí crea el Movimiento de Acción Católica Rural destinado a reactivar la conciencia rural bajo pautas cristianas y humanistas que comenzaron a tratar de resolver el grave problema de abastecimiento de agua que padecía la zona.

Por esa vía comenzó su nexo con empresas vinculadas a ofrecer información sobre pozos, convencido de que un pueblo que dependía de unos cuantos caciques para disponer de agua al precio que ellos marcaran no podía ser capaz de prosperar.

De ahí partió la oportunidad de crear y liderar una junta directiva de Aguas, formada por gente acreditada de Monforte, que se impuso en unas elecciones y tomó posesión de una gestión que pasó a ofrecer 500 litros por segundo a los regantes en lugar de los 50 que recibían hasta entonces.

Aquella iniciativa generó más relaciones con el mundo empresarial y de la construcción, que se consolidaron en su traslado a Alicante, donde siguió ejerciendo el magisterio en un colegio público del barrio de Los Ángeles hasta que creó con algunos socios la empresa AguaRíos con la finalidad de construir urbanizaciones y ejercer de promotor.

En ese tiempo, su visión se centra desde el primer momento en la Playa de San Juan, por entonces poco explotada, con la convicción de que el alicantino manejaba entre sus preferencias tener una segunda vivienda en esa zona para disfrutar del verano.

Así nacieron las urbanizaciones Azorín, Chapí, Gabriel Miró y Jorge Juan, todas bautizadas con el nombre de ilustres alicantinos, bajo la tutela de Rocamora y sus socios, Gonzalo Gallego y Alfonso Torrejón, que ejerció de asesor.

Poco a poco, el nombre de Joaquín Rocamora comienza a generar confianza en Alicante, cuyo empresariado le conmina a entrar en Provia como secretario general bajo la presidencia de Paco Sala. Aquella etapa fue la antesala para, empujado de nuevo por un amplio sector empresarial, accediera a la presidencia de Coepa.

Entretanto, decide unirse a Jesús Muñoz y entrar a formar parte del accionariado de Alicante Urbana, una sociedad creada por Muñoz en la que también figuran Mariano y Fernando Andrés (padre e hijo), Pepe Tortosa y Paco Giner (Famosa) y Antonio Vicente (PanamaJack).

De ahí surge Bonalba, una urbanización repartida entre los términos municipales de Busot y Mutxamel, idea inicial de Muñoz que Rocamora completa añadiendo, entre otras cosas, el proyecto del campo de golf, iniciativa que relanza la promoción.

Ese y otros detalles marcaron el hecho diferencial de las obras del dayense, consciente de que tenía que ofrecer algo más que los demás para culminar con éxito cualquiera de los proyectos que emprendiera.

Años más tarde, con la llegada de la crisis y el parón generalizado en el sector, Joaquín decide proseguir su camino junto a Rafael Martínez (CHM) y Paquita Bonmatí, con quienes crea el Grupo Parque Mariola, que centra su foco en el Pau 5, hoy la zona más cotizada en la Playa San Juan.

Del mismo modo, se alía con Juan Alcaraz, expropietario de GoldCar, fundador de Alibuilding, con quien ha iniciado una promoción en Polop de 185 chalets, más 400 apartamentos de nuevo diseño en Bonalba, con los que ya suma cerca de 15.000 viviendas desde que dio sus primeros pasos en el sector de la construcción.

El éxito empresarial del dayense ha ido de la mano de su inquietud en la defensa de Alicante. Por ese camino, además de desempeñar cargos en Provia y Coepa, fundó Ineca, una institución con fondos privados para poner en evidencia, mediante estudios profesionales elaborados por expertos y por la Universidad, que la provincia de Alicante está infrafinanciada, a la cola de los territorios del país en cuanto a retorno de bienes en los presupuestos generales.

Ese ha sido también el compromiso de Joaquín Rocamora, un alicantino octogenario con espíritu juvenil, que hoy sigue al pie del cañón, sin faltar un solo día a su despacho, disfrutando, eso sí, de esa agricultura que lleva dentro desde niño en una pequeña finca de Torrellano. Cuerda le queda para rato.